Anoche me acosté medio encabronado, y resignado o mas bien triste, con la politiquería y el "funcionarismo" en España, como en casi todas partes ocurre, cuando los ejemplares más pesados de esa "clase" humana no pueden nunca ponerse en la piel de la gente, no reaccionan nunca a tiempo, no piensan bien y actúan aún peor. Y en su fase más insoportable, cuando "regañan" a la gente. La necesidad de solidaridad en Valencia, de ayuda, es tan urgente como el agua para los sedientos. Pero, el aparato del poder tiene su propio ritmo.
En la televisión pública española, en uno de esos canales colonizados por el gobierno para la propaganda (el mismo día que un tsunami de agua y fango arrasaba pueblos enteros en Valencia, no suspendían una sesión en el congreso para hacerse con el control de la televisión pública), entrevistaron a una funcionaria, que no tuvo mejor ocurrencia que regañar a los espontáneos que estaban yendo a las zonas del desastre a brindar ayuda y (al parecer) causaban más problemas.
"Esto no se arregla con un paseíto", dijo la funcionaria llenando toda la pantalla con su cara pálida, y me dio tanto asco que apagué el televisor.
Así se justifica un poder cuando no tiene ni iniciativa ni capacidad para organizar y canalizar la voluntad de solidaridad de la gente. No mandaban al ejército, las familias desesperadas diciendo que estaban solas, ancianos encerrados por días, muchos conviviendo con cadáveres, y encima esta insensibilidad propia de instituciones y cargos siempre lentos, siempre desconectados y llenos de regaños y castigos.
Y me fui a la cama anoche, resignado con "el fango" de la política, y con quienes quizás no se merecen ni la Libertad ni la Democracia ni el estado de confort que disfrutan (disfrutamos) y no lo valoran ni lo saben cuidar o defender.
"Quieren desmovilizar a la gente, qué barbaridad", pensé.
Pero, hoy, en la mañana, me ha sorprendido que, la riada de gente que ha desobedecido el mandato de no "salir de paseo" a las zonas de desastre, se ha multiplicado por miles. Me emociona imaginarme a la que dijo la desafortunada palabra "paseíto" con su cara de frustración al ver esta desobediencia unánime.
Hoy tenemos fotos de calles desbordadas por jóvenes, mujeres, grupos de amigos y familias enteras, que caminan kilómetros para ir a dar aliento o echar un hombro donde haga falta.
Cargan pomos de agua para quienes llevan días con sed, van armados con palos de trapear, palas, cualquier cosa para ayudar. Remueven escombros, limpian calles y casas que no son las suyas ni de nadie que conozcan. Salvan vidas. Y, cierto, se ponen en peligro (un grupo de voluntarios inhalaron dióxido de carbono en un garaje inundado donde se habían metido a buscar sobrevivientes).
Y aparece de pronto un cartel en medio de esas multitudes, claro y fuerte: "El pueblo salvará al pueblo".
Sí, entonces es cuando a uno le vuelve el alma al cuerpo. Hay esperanza. Viva ese Pueblo de carne y hueso.