“Ahora Elpidio Valdez anda de cuello y corbata, y en vez de machete trae un smartphone. No va a la manigua a batirse ni a Tampa a buscar armas, sino al centro de negocios, a luchar nuevas inversiones”, bromea el estudiante de licenciatura en inglés de la Facultad de Pedagogía.
El instructor de arte ya retirado sonríe, podría decirse que admira la osadía del muchacho, y le agrega, seguramente refiriéndose a la segunda película de la saga: “Ya no pelea contra el dólar sino en pos de él”.
Cierto Girovagante los mira. En realidad nos mira a todos, de soslayo, a los que al mediodía intentamos comernos una o dos raciones de eso que le llamamos por aquí: hamburguesa. Es raro verlo, sentado ante la mesa colectiva, con su carpeta negra, sus manos pulcras, su piel poco acostumbrada a sudar la camiseta, su verbo entrenado en la retórica del tiovivo. Le saludo, por supuesto, porque le conozco, habíamos coincidido en reuniones y asambleas durante casi veinte años.
El estudiante de licenciatura en inglés vuelve a la carga, ya en franco desafío al Girovagante: “Tal vez con la ayuda de la Mcdonalds algún día comeremos verdaderas hamburguesas”. El viejo instructor de arte nos cuenta acerca de cuando comió una Mcdonalds al regreso de una misión internacionalista.
El Girovagante calla. Calla tanto que me animo a preguntarle: “¿Y qué tú crees que sucederá después de la visita de Obama? ¿Bajará el precio de la ropa y la carne de puerco?”
El Girovagante hace un gesto indefinido. Ya la mesera nos ha servido. Él coge sus raciones y se levanta, me observa serio, masculla algo
pero no lo escucho ni lo veo a él.
Quien se me aparece es el legendario Cantinflas, carpeta roja en manos pulcras, con su retórica de tiovivo y su bigotico característico: “Yo no digo ni que SÍ ni que NO, sino TODO LO CONTRARIO”.
Nadie en la mesa entiende por qué suelto una carcajada. O tal vez todos entienden.