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El poeta y la turba

El Che en caja de juguetes. Foto: Francis Sánchez
Imagen: Francis Sánchez

La consulta, hace un tiempo, de un libro, que calificaría de curioso y polémico, me ha incitado a compartir con los lectores una anécdota que allí se recoge y que anima a la meditación. La obra se titula La locura en Cuba, del Dr. Armando Córdova y de Quesada, publicada en 1940.

El autor, siquiatra de profesión, se dedica al análisis de esta especialidad en nuestra nación, desde sus orígenes hasta el momento de la salida del libro. En una primera parte calibra los factores étnicos de la locura en Cuba y arriesga el siguiente juicio: “Pocos países registran tan variado mestizaje, cada uno de cuyos elementos aportó sus máculas, sus vicios y sus virtudes (…)”. Y un poco más adelante añade: “(…) a los extravíos de su conducta se debió la formación de un pueblo nervioso, emocional, apasionado, ligero, escéptico, voluntarioso, pródigo (…)”.

Estas anteriores valoraciones de Córdova, donde se adivinan rezagos positivistas, se inscriben dentro de los diversos estudios que se han acometido acerca del carácter del pueblo cubano. En la segunda parte del texto se adentra en el comentario de una docena de casos de “locura colectiva” en Cuba. Cita, por ejemplo, en el período colonial, los sucesos alrededor del fusilamiento de los ocho estudiantes de medicina, el asalto al Teatro Villanueva o el absurdo entierro del gorrión por los voluntarios españoles.

En la etapa republicana menciona, entre otros, la manifestación popular que provocó el sepelio del famoso proxeneta Alberto Yarini, la admiración que despertó la fuga del bandolero Ramón Arroyo, alias “Arroyito”, o lo que él denomina “la neurosis colectiva a la caída de Machado” que dejó un saldo de ejecuciones, desorden y caos. La anécdota que prometí contar se inserta en este último acontecimiento histórico, pero si me permiten, antes voy a abundar un poco más.

Cuando se produce el colapso del régimen tiránico del general Gerardo Machado, el 12 de agosto de 1933, el pueblo se volcó a las calles para ajustarles cuentas a los personeros de la dictadura. En la capital, se vivieron días de anarquía y fueron linchados por la multitud represores y esbirros como el jefe de la policía, Antonio Ainciart, responsable de muchos crímenes. Las propiedades de varios funcionarios, tales como ministros, legisladores, etc., sufrieron pronto la explosión de ira contenida.

El historiador Newton Briones Montoto, en su libro Esperanzas y desiluciones. Una historia de los años 30 (2008), narra estos episodios, por ejemplo la destrucción del yate Miramar y las residencias Villa Miramar y del Country Club, que poseía Carlos Miguel de Céspedes, cercano colaborador de Machado y quien como Secretario de Obras Públicas tuvo la misión de dirigir la construcción de la Carretera Central y el Capitolio. Apelo a un breve fragmento:

 

“(…) cuando ya no quedaba ningún objeto que pudiera destruirse o robarse, la turba regresó al patio para admirar a los flamencos, guacamayos y faisanes. Pero de la actitud contemplativa pasó a la apropiación, y las aves desaparecieron rápidamente. Sin embargo, los monos escaparon trepándose en las ramas de los árboles, aunque tres días después bajaban en busca de comida. Una vez que los asaltantes se cansaron del circo, metieron en la jaula de los leones un pedazo de carne, que estos devoraron de inmediato, y enlazaron al oso. Una hora después, los reyes de la selva estaban muertos, el oso fue descuerado y su piel vendida. Solo permanecieron en Villa Miramar los eslabones de la cadena del ancla del Maine que Carlos Miguel había guardado cuando le encomendaron la construcción del monumento al famoso barco. Pesaba demasiado (…).”

El lector se habrá percatado del desorden que reinó en el país durante aquellas jornadas. Uno de los hombres que estaba en la mirilla de las turbas era el Dr. José Genaro Sánchez, Consejero del Distrito Central y amigo personal del dictador. Acuden en tropel hasta su casa y alguien grita, “a quemarla”, y todos, como obedeciendo a una sola voz, se disponen a devastarla. Dice Córdova que en medio de aquel alboroto apareció en el balcón el hijo de José Genaro, que no era otro que el poeta Gustavo Sánchez Galarraga (1892-1934). Desesperado, pronuncia un emotivo discurso, cargado de sentimentalismo, y convence a la muchedumbre que abandona enseguida su accionar destructivo. Acota Córdova que “las masas prorrumpen en una nutrida ovación, le cargan en hombros y desisten de sus siniestros primitivos propósitos.”

Existe otra versión de este episodio, cuya fuente es la excelsa escritora Dulce María Loynaz, a la que cita Olga Portuondo en su obra La Virgen de la Caridad del Cobre. Símbolo de cubanía. En una crónica periodística ella relata que Sánchez Galarraga apaciguó a la turba recitando el poema “Treno a la Caridad del Cobre”, el que se inicia así:

Virgen de Cuba, virgen trigueña y amorosa,

Que sobre el mar en furia apareciste ayer:

¿por qué en esta tormenta que a las almas acosa

No tornas, dulce madre, de nuevo a aparecer?

En las más de siete décadas transcurridas desde la aparición de La locura en Cuba, lamentablemente otros hechos de esta índole han acaecido, recuérdese sin más los degradantes y amargos actos de repudio cuando el éxodo marítimo del Mariel en 1980.

Confiemos que la Virgen de la Caridad del Cobre, nuestra eterna protectora, no permita que se repitan jornadas de locura colectiva como las descritas y que su pueblo sepa actuar de manera civilizada y digna en acontecimientos futuros de la patria. Repitamos, como una jaculatoria: “¿por qué en esta tormenta que a las almas acosa / No tornas, dulce madre, de nuevo a aparecer?”

José Gabriel Quintas

José Gabriel Quintas. Foto en revista Árbol Invertido

(Ciego de Ávila, Cuba, 1951). Historiador. Fundador y director de la revista católica Imago (1996-2013). Ha publicado los libros Historia anticuaria de alucinados, fantasmas y bandidos (Ed. Ávila, 1999) y El que de miedo se muere (En coautoría con Manuel Toledo Alejo. Ed. Ávila, 2006). Tiene a su cargo la sección “Gacetillas Avileñas” en la revista cultural Videncia, donde publica sus crónicas. Ha colaborado en otras publicaciones, como el Índice Histórico de la Provincia Ciego de Ávila (1988), la Historia local de la provincia Ciego de Ávila (1988) y, en colaboración con Manuel Toledo Alejo, las Gacetillas avileñas (1991).

Comentarios:


admirador (no verificado) | Dom, 03/04/2016 - 04:30

Muy interesante y bien escrito. Siempre atento a lo que escribes poque lo disfruto mucho

Rolando Carmenates (no verificado) | Vie, 08/04/2016 - 17:11

Excelente como siempre, querido Pepe, me gustaría mucho que me contactaras en este correo: potaje77@yahoo.com

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