Te voy a contar cómo se lee el Torah
cuando una está sentada dentro de un papel
sucio, quemado por las puntas, vomitado.
Cuando la mañana sabe a jabón
y el aire a sulfato,
cuando la música que oyes
es el aguijón de la ambulancia
o el trenero que grita D de dog.
Estás leyendo el capítulo Creación
y un 7 se entierra como anzuelo en el ojo
y te da esa punzada salvaje en la cabeza.
La palabra IRA* salta a tu cuello
encaramada en una manzana
que un pasajero te restriega en la boca.
La manzana y Eva.
Parásito, tren del diablo llamado Urbe,
cuando entro a tus antros
recuerdo mi intestino.
Los mapas son las guías chorreadas de pus
que el diablo imprime para sus favoritos.
La historia de Abraham me encanta.
Voy a Queens o a la ternera degollada.
Una vez sentada se me olvida quién soy,
a dónde voy o dónde vivo.
Si me agarro a la manigueta,
siento que soy la vil carne de un cerdo.
Caín mató a Abel con una quijada de perro.
Los dientes de la roña comienzan a morderme.
La gente piensa, aquí, en este tren de carga,
un baño de sangre no haría mal.
Las puertas se abren y el paraguas negro
de uno de los arcones me atiza la mano
para cuando se cierre la puerta me hierva el dolor.
Últimamente se recitan los salmos en el subway
y se anuncia la venida del Mesías.
Jesús caminando en los pasillos.
¡Aleluya!
Jesús predicando,
aguantado a uno de esos radios,
susurrándome al oído:
el príncipe de este mundo
vive en el tren.
* IRA es sigla de una cuenta de ahorros para retirados que se anunciaba en trenes subterráneos en New York en los años 70.