Luis Manuel Otero Alcántara, un joven artista, negro y pobre, de imaginación y alegría desbordada, está en huelga de hambre y sed en su hogar en La Habana, cercado por cordones policiales.
Cuando Cuba padece hambre y todo tipo de necesidades, la prioridad del totalitarismo sigue siendo dedicar sus mayores recursos a impedir la libertad de expresión, cercar, perseguir y reprimir a los artistas disidentes
Tengo, tenemos una gran deuda con ese joven honesto que ha colocado su carne entre los dientes de las fieras, y no una, y no dos ni tres veces, sino todos los días.
Personalmente recuerdo que, cuando censuraron mi exposición de poesía visual "Deshechos humanos" en la galería de mi ciudad en el interior de la isla, a pesar (o por) haber ganado un premio de la embajada de Noruega, y cuando no hallaba espacio en ninguna parte, fue él quien me abrió su pequeña y humilde casa en La Habana Vieja para que la llenara con mis poemas visuales. El mismo hogar, ese mismo altar donde ahora su cuerpo, verdadero y mayor objeto simbólico, se está consumiendo a imagen y semejanza de la patria.
Aquella noche, cuando inauguramos mi exposición, disfruté una "fiesta de rebeldía", la última que viví en la isla.
Pero, ahora, decidido a apagar su vida si no puede vivir con la más simple y necesaria libertad, él demanda que le devuelvan sus obras de arte secuestradas y en parte destruidas por la policía política.
La circunstancia es grave. Muchos jóvenes salen a las calles para dirigirse al barrio de San Isidro, gritan "Patria y vida", se les une la población, y son reprimidos violentamente. Hay noticias de que su salud se deteriora muy rápido. Un instigador oficialista tuvo la desfachatez de decir en la televisión nacional que si muere "no pasa nada", que nadie va a acordarse el día de mañana. Impiden incluso a amigos y familiares que se acerquen al lugar. Tienen cerrada la calle. Quieren al parecer asegurarse de que definitivamente muera ese artista incómodo al que ha sido imposible domesticar, alguien capaz de generar una gran empatía en la calle y en las redes sociales.
Convocados estamos en todas partes de este mundo a salir al rescate de la vida de Luis Manuel que es la vitalidad fugaz de Cuba, de su futuro.
Por eso, un grupo de cubanos (solamente limitados por el máximo aforo permitido legalmente), llegamos este 30 de abril ante la Embajada de Cuba en Madrid para protestar.
Y pude leer allí, contra los muros de la dictadura, una versión textual de uno de mis poemas visuales, de los mismos "deshechos humanos" que él me ayudó a colgar aquella vez en una pared de su casa. Las palabras del caligrama formaban un árbol de cadenas.
El poema "La palabra abedul", yo lo había dedicado originalmente al poeta Heberto Padilla (apareció en mi libro Llamadme libertad, premio "Dulce María Loynaz"), en recordación del otro creador de imágenes que el totalitarismo intentó someter y destruir. Pero, por supuesto, esta vez quise dedicárselo, hablárselo al amigo en huelga de hambre que allá, en un rinconcito de Cuba, solo, vuelto en contra de sí mismo, se está enfrentando a la cobarde turba de la noche.
LA PALABRA ABEDUL
Yo le dibujé un día la palabra abedul
al poeta Heberto Padilla,
la palabra que él nunca pudo trepar en su vida tan corta,
a donde habíamos salido a correr con los ojos,
qué poco nos cortamos con el cristal de los muertos.
Yo le di un día como ladrón envuelto en la tristeza
palabras nuevas pero sin domesticar
como rodillas de hierro,
abrazos transparentes
que se arquean al roce con la espiga,
boca dura de lejanas almendras.
Yo le dije un día la palabra descansa,
deja de caminar sobre la tierra
porque este es el mayor prodigio, el de los árboles,
no salgas solo al sueño,
no desesperes mudo vivo ante la muchedumbre.
Y la palabra quédate,
no tienes que probar más dónde hemos pasado la noche,
no tienes que decir nada más
hasta que hablen las estrellas.