Uno de los principales valores de la poesía radica en su capacidad de readaptación a nuevos contextos, a nuevos tiempos y aconteceres en los cuales sus conceptos, tratamientos y temas, pueden sostener o ganar múltiples equivalencias.
Buena parte de la obra de José María Heredia (nacido en Santiago de Cuba el 31 de diciembre de 1803; y muerto en Toluca, México, el 7 de mayo de 1839, considerado el primer poeta romántico de América), posee hoy una vigencia tan cuantiosa como la que poseía hace doscientos años.
Considerado el primer poeta romántico latinoamericano, Heredia también abrió las puertas a dos vertientes de importancia capital dentro del mapa poético de la Isla: la poesía revolucionaria y la poesía del destierro.
Heredia, al decir del poeta y crítico Ángel Augier, “logró condensar los sentimientos y las aspiraciones más plenas de la conciencia cubana en formación”;[1] y dichos sentimientos estuvieron ligados al desarrollo del pensamiento independentista a tal punto, que José Martí llegó a expresar que Heredia “había despertado en [su] alma, como en la de los cubanos todos, la pasión inextinguible por la libertad”.[2]
Y esa ansia de libertad tan vital en la poesía de Heredia, compuesta por un deseo indómito de ver a Cuba librada de tiranos y el profundo dolor de observar al pueblo esclavizado e inoperante, pueden recontextualizarse hoy en cada uno de los padecimientos que viven los cubanos de dentro y fuera de la Isla. Parecen, por su contenido, escritos hoy, los versos de “La estrella de Cuba”, cuando reza: "Que si un pueblo su dura cadena /No se atreve a romper con sus manos, /Bien le es fácil mudar de tiranos, /Pero nunca ser libre podrá".
Sirva pues, esta breve selección de sus poemas, para enarbolar los sentimientos de libertad y justicia, tan caros a todos los seres humanos.
LA ESTRELLA DE CUBA
¡Libertad! ya jamás sobre Cuba
Lucirán tus fulgores divinos.
Ni aún siquiera nos queda ¡mezquinos!
De la empresa sublime el honor.
¡Oh piedad insensata y funesta!
¡Ay de aquel que es humano, y conspira!
Largo fruto de sangre y de ira
Cogerá de su mísero error.
Al sonar nuestra voz elocuente
Todo el pueblo en furor se abrasaba,
Y la estrella de Cuba se alzaba
Más ardiente y serena que el sol.
De traidores y viles tiranos
Respetamos clementes la vida,
Cuando un poco de sangre vertida
Libertad nos brindaba y honor.
Hoy el pueblo, de vértigo herido,
Nos entrega al tirano insolente,
Y cobarde y estólidamente
No ha querido la espada sacar.
¡Todo yace disuelto, perdido...!
Pues de Cuba y de mí desespero,
Contra el hado terrible, severo,
Noble tumba mi asilo será.
Nos combate feroz tiranía
Con aleve traición conjurada,
Y la estrella de Cuba eclipsada
Para un siglo de horror queda ya.
Que si un pueblo su dura cadena
No se atreve a romper con sus manos,
Bien le es fácil mudar de tiranos,
Pero nunca ser libre podrá.
Los cobardes ocultan su frente,
La vil plebe al tirano se inclina,
Y el soberbio amenaza, fulmina,
Y se goza en victoria fatal.
¡Libertad! A tus hijos tu aliento
En injusta prisión más inspira;
Colgaré de sus rejas mi lira,
Y la Gloria templarla sabrá.
Si el cadalso me aguarda, en su altura
Mostrará mi sangrienta cabeza
Monumento de hispana fiereza,
Al secarse a los rayos del sol.
El suplicio al patriota no infama;
Y desde él mi postrero gemido
Lanzará del tirano al oído
Fiero voto de eterno rencor.
PROYECTO
De un mundo débil, corrompido y vano
Menosprecié la calma fastidiosa,
Y amé desde mi infancia tormentosa
Las mujeres, la guerra, el Oceano.
¡El Oceano…! ¿Quién que haya sentido
Su pulso fuertemente conmovido
Al danzar en las ondas agitadas,
Olvidarlo podrá? Si el despotismo
Al orbe abruma con su férreo cetro,
Será mi asilo el mar. Sobre su abismo,
De noble orgullo y de venganza lleno
Mis velas desplegando al aire vano
Daré un corsario más al Oceano,
Un peregrino más a su hondo seno.
Y ¿por qué no? Cuando la esclava tierra,
Marchita y devorada
Por el aliento impuro de la guerra,
Doblando al yugo la cerviz domada,
Niegue al valor asilo,
Yo en los campos de piélago profundo
Haré la guerra al despotismo fiero,
Libre y altivo en el sumiso mundo.
De la opresión sangrienta y coronada
Ni temo el odio, ni el favor impetro.
Mi rojo pabellón será mi cetro,
Y mi dominio mi cubierta armada.
Cuando los aristócratas odiosos,
Vampiros de mi patria despiadados,
Quieran templar sus nervios, relajados
Por goces crapulosos,
En el aire genial del Oceano,
Sobre ellos tenderé mi airada mano,
Como águila feroz sobre la presa.
Sufrirán servidumbre sin combate,
Y opulento rescate
Partirán mis valientes compañeros.
Bajo del yugo bárbaro que imponen
A la igualdad invocarán: vestidos
Con el tosco buriel de marineros
Me servirán cobardes y abatidos.
Pondré a mis plantas su soberbia fiera,
Temblarán mis enojos,
Y ni a fijar se atreverán los ojos
Sobre mi frente pálida y severa.
ODA
¡Cuba! ¡Cuba! ¿y tú callas?… ¡Ay! ¿Esperas
A que el torrente atroz de tu conquista
Ruede sangriento sobre ti? ¿No sabes
Que siempre aumenta su raudal funesto
Un diluvio de lágrimas?… ¿O quieres,
Con tu abandono y ceguedad horrible,
Que en vano el mar te ciña al occidente
Y a oriente y norte y sur? ¿Sola entre tantos,
En vez de alzar a libertad altares,
Mudarás de señor? ¿Serán tus hijos
Los ilotas de América? ¡Funesto
Como inminente porvenir! ¡Oh patria!
Por doquiera las brisas del Oceano
Te dicen ¡Libertad! Si tus oídos
Cierras más al clamor, vendrán las armas
Y te despertarán. Los pueblos fuertes,
Que han sacudido el ominoso yugo,
No necios sufrirán que los tiranos
Más acá del Atlántico conserven
Su guarida final. Si tú, insensata,
Amas la esclavitud, serás esclava:
Mas de ellos no serás. Lanzas y naves,
Y corazones fieros y valientes
Se aprestan contra ti. Contra su furia,
¿Quién tu escudo será? Tal vez los flacos,
Que huyendo de los libres se acogieron
A tu recinto, do tendido en torno
Los amparase el mar. Álzate ¡oh Cuba!
Y con tu independencia, generosa
Abre la senda a tu poder y gloria:
O pide al mar que férvido amontone
Las olas sobre ti, y así te guarde
De las calamidades vergonzosas
Y de la esclavitud y eterna infamia
Que te prepara tu impotencia indigna.
HIMNO DEL DESTERRADO
Reina el sol, y las olas serenas
Corta en torno la prora triunfante,
Y hondo rastro de espuma brillante
Va dejando la nave en el mar.
“¡Tierra!” claman: ansiosos miramos
Al confín del sereno horizonte,
Y a lo lejos descúbrese un monte...
Le conozco... ¡Ojos tristes, llorad!
Es el Pan... En su falda respiran
El amigo más fino y constante,
Mis amigas preciosas, mi amante...
¡Qué tesoros de amor tengo allí!
Y más lejos, mis dulces hermanas,
Y mi madre, mi madre adorada,
De silencio y dolores cercada
Se consume gimiendo por mí.
Cuba, Cuba, que vida me diste,
Dulce tierra de luz y hermosura,
¡Cuánto sueño de gloria y ventura
Tengo unido a tu suelo feliz!
¡Y te vuelvo a mirar...! ¡Cuán severo
Hoy me oprime el rigor de mi suerte!
La opresión me amenaza con muerte
En los campos do al mundo nací:
Mas ¿qué importa que truene el tirano?
Pobre, sí, pero libre me encuentro:
Sola el alma del alma es el centro:
¿Qué es el oro sin gloria ni paz?
Aunque errante y proscrito me miro
Y me oprime el destino severo,
Por el cetro del déspota ibero
No quisiera mi suerte trocar.
Pues perdí la ilusión de la dicha,
Dame ¡oh gloria! tu aliento divino.
¿Osaré maldecir mi destino,
Cuando puedo vencer o morir?
Aún habrá corazones en Cuba
Que me envidien de mártir la suerte,
Y prefieran espléndida muerte
A su amargo, azaroso vivir.
De un tumulto de males cercado
El patriota inmutable y seguro,
O medita en el tiempo futuro,
O contempla en el tiempo que fue,
Cual los Andes en luz inundados
A las nubes superan serenos,
Escuchando a los rayos y truenos
Retumbar hondamente a su pie.
¡Dulce Cuba! en tu seno se miran
En su grado más alto y profundo,
La belleza del físico mundo,
Los horrores del mundo moral.
Te hizo el Cielo la flor de la tierra:
Mas tu fuerza y destinos ignoras,
Y de España en el déspota adoras
Al demonio sangriento del mal.
¿Ya qué importa que al cielo te tiendas,
De verdura perenne vestida,
Y la frente de palmas ceñida
A los besos ofrezcas del mar,
Si el clamor del tirano insolente,
Del esclavo el gemir lastimoso,
Y el crujir del azote horroroso
Se oye sólo en tus campos sonar?
Bajo el peso del vicio insolente
La virtud desfallece oprimida,
Y a los crímenes y oro vendida
De las leyes la fuerza se ve.
Y mil necios, que grandes se juzgan
Con honores al paso comprados,
Al tirano idolatran, postrados
De su trono sacrílego al pie.
Al poder el aliento se oponga,
Y a la muerte contraste la muerte:
La constancia encadena la suerte;
Siempre vence quien sabe morir.
Enlacemos un nombre glorioso
De los siglos al rápido vuelo:
Elevemos los ojos al cielo,
Y a los años que están por venir.
Vale más a la espada enemiga
Presentar el impávido pecho,
Que yacer de dolor en un lecho,
Y mil muertes muriendo sufrir.
Que la gloria en las lides anima
El ardor del patriota constante,
Y circunda con halo brillante
De su muerte el momento feliz.
¿A la sangre teméis...? En las lides
Vale más derramarla a raudales,
Que arrastrarla en sus torpes canales
Entre vicios, angustias y horror.
¿Qué tenéis? Ni aun sepulcro seguro
En el suelo infelice cubano.
¿Nuestra sangre no sirve al tirano
Para abono del suelo español?
Si es verdad que los pueblos no pueden
Existir sino en dura cadena,
Y que el Cielo feroz los condena
A ignominia y eterna opresión,
De verdad tan funesta mi pecho
El horror melancólico abjura,
Por seguir la sublime locura
De Washington y Bruto y Catón.
¡Cuba! al fin te verás libre y pura
Como el aire de luz que respiras,
Cual las ondas hirvientes que miras
De tus playas la arena besar.
Aunque viles traidores le sirvan,
Del tirano es inútil la saña,
Que no en vano entre Cuba y España
Tiende inmenso sus olas el mar.
[1] Angel Augier en prólogo a: José María Heredia: Obra poética, Editorial Letras Cubanas, p. XXI
[2] Citado por Angel Augier en: Ob. cit., p. XXI