León de la Hoz se ha construido un escenario, su escenario, que ahora brinda, pleno y erotizado, al lector; para que lo disfrute, lo goce, lo sufra. Le brinda la oportunidad por el lenguaje de escoger cualesquiera de sus estancias que, por cierto, pueden ser varias y variadas a la vez. No importan las sutilezas del pulido léxico que oscila de la exquisitez a lo directo “feo” y con olor “a carne sudada en la sombra”. Pues el amador ha roto toda contingencia y se ha convertido en hablante, vocero y divulgador de una vieja buena nueva y de paso quiere también convertir a su lector en cómplice, obliga a que éste no se escape ni siquiera en el lezámico momento en que supuestamente pueda estar a punto de alcanzar su definición mejor. León de la Hoz en estos poemas en prosa fuerza el compromiso, Eros comprometido y sin miedo en la convocatoria de la erotomanía. Desplazamiento de la prostituta inicial y el cuerpo tendido, “cuerpo bello y muerto” asediado y asociado por “la virilidad equilibrada, florecida y plenaria”, a la trascendencia distinta de la cópula. Arco en que todo cabe y puede tensarse en lo posible y en lo imposible. El programa se cumple y se completa y se complica. Ya lo había advertido Quevedo: “Alma es del mundo Amor; Amor es mente/ que vuelve en alta espléndida jornada/ del sol infatigable luz sagrada,/ y en varios cercos todo el coro ardiente;/ espíritu fecundo y vehemente/ con varonil virtud, siempre inflamada...” Y ahora este experimentado poeta cubano toma sin miedo la rosa y enhiesta, como “mancebo de la luna” –Caballero de la Rosa a los acordes de Richard Strauss– la hace signo y no teme en transitar el laberinto de las casas convocadas por cuerpos, pastoras, espejos.
César López: "Para el jubileo del cuerpo divinamente humano" (fragmento), prólogo a Cuerpo divinamente humano (2da edición. Ed. Betania, Madrid, 2021).
NO ESTÁ YA EL ORO DONDE TU PELO ESTABA
Los amantes escriben fatigosas cartas
separados por la distancia de las olas,
de desiertos y montañas inaccesibles.
Recuerdan una cita y una canción de otoño
bajo la sombra dorada del viejo almendro.
Crueles valladares, cada vez más altos,
tratan de eludir llorando en el horizonte.
Ahora cuando son sólo cuerpos imposibles
se sienten y buscan en puentes secretos
que inventaron compartiendo el hastío.
Imaginan los pequeños trámites, infelices,
cotidianos y rutinarios de la eternidad,
conque construyen puentes entre los dos.
Comprenden que el amor es el sacrificio
de defender una ilusión común ya perdida
en cierta tarde borrada por el viento.
No obstante ellos buscan en la memoria
el olor de aquella rosa que se abría
bajo el almendro como si fuera eterna.
Ella cierra los ojos y cree ser apresada
por el vigoroso abrazo de la primera vez,
y él siente el talle que cede a su fuerza.
Así se entregan al suave goce del tiempo,
al caro revelar el cuerpo de la nostalgia.
Y a pesar de ello ninguno sabrá responder
al enigma del amor cuando estén prisioneros
otra vez del tedio y los sentidos apagados,
y una luna de hierro emerja sobre la tarde.
Entonces el tiempo será el enemigo del deseo
de iniciar una vez más aquella cita sin regreso,
protegidos por la vieja fronda del almendro.
OH, SEÑOR, QUE NO HAYA TANTA BELLEZA
El poeta que a la mujer quería regalar un versículo
que igualara en belleza al cuerpo que ella le daba,
se ha quedado sin ojos y palabras capaces de conceder
el prodigio que únicamente el cuerpo puede exhibir.
Cada vez logrará sentir sobre sí el paso de lo eterno
cuando ella vaya hacia sus brazos atravesando el aire
como la hierba siente el venir lento de la primavera,
pero ni él ni nadie podrá traducir esa imagen suya.
Semejante a la bestia con la presa bajo su garra,
se siente dueño de la bella que lo sacia y da poder
para invocarla con adjetivos y nombres de flores,
pero en cada intento se le escapa entre los dedos.
El poeta mira al cielo buscando la gran respuesta
que le auxilie a esculpir el verso más espléndido
que rescate e inmortalice el esplendor de su amada.
Él sabe que si lograra transcribir el rostro esquivo
de la belleza, grabaría una muesca en lo eterno,
ese filo de hielo que rodea el agujero del tiempo
por el cual caerá un día la carne fugaz al matadero.
Sin embargo Dios no tiene ojos conque ver la belleza
del cuerpo que por un segundo supera a la muerte.
Sólo el amante, si no tuviera de ella una idea divina,
llegaría a hacernos comprender que cuanto importa
es el milagro de algo que pueda hacernos temblar:
el olor, el sabor, el color, la textura de la amada.
En eso pudiera estar la grandeza del amante.
El poeta insiste en dar nombre a lo nunca visto,
en comparar la ficción con lo pagano, sacro y eterno..
Encima de la hoja, blanca y limpia como un mantel,
cree depositar a la amada como una rosa desnuda.
Pero la belleza es un adorno insulso, quebradizo,
mientras su cuerpo de amante sienta al otro cuerpo,
y vea el brillo de la saliva en la curva del vientre,
dulce, invisible de la gloria más allá de la muerte.
INMÓVIL, ME AFICIONO AL LECHO SOLITARIO
El amante que arrastra los pasos se dirige a la ventana
donde el invierno blanquea los árboles del parque,
y pone sus ojos en las ramas. Parece solo con su memoria
cuando furtivas vuelven del pasado amigas, quizás muertas,
que nunca tuvo, ni le devolvieron el saludo ni la mirada.
Esta mañana al mirar por la ventana jóvenes doncellas
bailan una danza muerta al compás de la música navideña.
El recuerdo de esos labios rojos, silentes e intocados,
se detiene con un leve y excitante susurro en su oído,
y el sudor que sabe a almizcle de los cuerpos vírgenes
toma forma sobre su cuerpo aborrecido y menesteroso.
Con la mano tibia en la escarchada hoja de la ventana
va llamando a cada una con nombres de golosinas y frutas
que entran en su boca perpleja por un placer infantil.
Ebrio de vacío y razón de lo que nada tiene y no tuvo,
sus manos se dejan coger por las de ellas que lo llevan
a la oscuridad de una época que creyó banal y marchita,
y esas manos suyas que hoy no le pertenecen se aferran
hermosas, sin arrugas y anhelantes a las horas de vértigo.
El viejo amante ya no está solo y triste en la fría noche
del cuarto donde se vio morir abandonado por su memoria.
Él intuye entre aquellas criaturas con cuerpos de su deseo
que una de las sombras, la más sensitiva y bella, empieza
a reparar lo que se fue el tiempo, las cosas y los lugares
donde años atrás, muy lejos, ambos se cruzaron sin saludar.
Y cierra los ojos para ver que su propio cuerpo deshecho
se rehace como un bordado en las manos que imagina.
Cada deseo se repite en cuerpos que pasaron por sus ojos.
Se ve ante la ventana abierta frente al parque en primavera
mirando desde los brazos de la joven el río que se aleja,
y escucha deseoso las confidencias de la siempre esperada
que se estremece íntima y distante como una estrella.
LLAMA RODEADA DE LEONES
El amante, después de un fatigoso navegar hasta la casa,
ha llegado a su amada con la idea de sacarla del sueño
en las palabras y caricias con que la hacía su esclava,
en otro tiempo cuando el amor era conquistar su cuerpo.
Como aquella época en que abría un mapa sobre la piel,
su ansia, su impaciencia, sus manos laboriosas de marino
experto en vencer cuerpos en la noche de puertos extraños,
son de un dios en celo que vela por rehacer su criatura.
Piensa que nunca habrá sido mejor para quien lo espera
como una isla sin explorar en medio de las revueltas sábanas.
No siente que ella quita de su cuerpo sus manos de amante,
y mientras parece despertar se da al sueño de olvidarlo
entre brazos y piernas de hombres que nunca existieron.
El hombre, tan seguro del amor de la mujer, no ve, no huele
a los otros amantes que ella tiene creados de fragmentos
del naufragio de su vida aún sedienta de lealtad y goce.
De su piel dolorosos fantasmas van naciendo sin nacer
por cada poro sumergido de la húmeda rosa naútica
que en las tormentas lo guiaban al cuarto de sucumbir.
Poco a poco él va siendo uno más que busca su boca
entre innumerables bocas que hacen florecer la soledad.
Y mientras hace el amor abraza y arrulla sombras de fuego,
la penetra como loto que aparta el agua del estanque,
la hunde en sus besos tiernos y sabios de explorador
de océanos y cuerpos dorados en puertos de otras latitudes.
Mas la amada no ha salido del sueño que la mantuvo viva
cuando él estaba lejos tensando jarcias contra el viento.
Ella nota que su cuerpo pesa sobre la tierra como el pasto,
se siente mujer y nadie la hará volver a la otra vigilia.