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Canto a la sabana

Casa  hecha de pomos. Foto: Michal Cihlář
Imagen: Michal Cihlář

CANTO A LA SABANA

A los fundadores del Taller Literario "César Vallejo".

Buenos días, oh tierra de mis venas,

apretada mazorca de puños, cascabel

de victoria.

N. Guillen

1

Mi ojo

es un vidrio

negro de presencias.

 

Recorro la piel y el paisaje de los míos

y los míos se presencian en la corteza.

 

Desde las raíces

viene la púrpura de la rosa.

Desde la tierra fresca de diciembre

suben los deliciosos cristales de la caña.

Las palmas cantan con el viento

en que habla el espartillo

y en que se rizan las espumas.

Todo se tiende los brazos por debajo,

todo se saluda por encima.

El aire es uno

y una nuestra vida.

 

Aquí te dejo,

bóveda clara de mi cielo,

este surco de mi arado.

Aquí doy el rio insomne de mis venas.

Aquí recojo el calor de las huellas

que los míos ofrecieron a mi sangre.

Soy porque fueron.

El aire está habitado de corrientes,

nunca los caudales se remansan,

y viene el fuego de una mano a otra

como una alegre centella compartida.

Es la invisible población del río,

el rastro de la vida próxima.

Este es el saldo para gustar lo florecido.

 

Mi ojo

es un vidrio

negro de presencias.

 

2

Voy contra polvo,

brumas, espejos.

Voy seguro, queriendo.

Indócil de yemas.

Nazco inmediato de perdigón y yerbajo.

Traigo la memoria, el acicate de su espuela.

El aire verde de la esperanza

repartiéndose en la dueñez del día.

Yerba en primavera,

reventazón del alba.

 

Ayer no más el chipojo sobre el barro,

reseco de sol a sol.

Ayer no más la brida del bejuco,

los marabuzales del desamparo.

Ayer no más el candil sobre la madera,

el parpadeo mísero de las ventanas.

Ayer no más ciegos como las casimbas,

oscuros como cerrazón de monte.

Ayer no más.

                      Y hoy

nacen con tanto esmero los días,

ha sido tan preciada y laboriosa la primavera.

 

3

He dicho:

Fuera de mis órbitas

todo dujo que alele.

 

He dicho:

El rosal está en su sitio,

en su sitio el marabú.

He dicho:

Afinamos la pupila

para el milagro de la garza

sobre el anca de la res.

 

He dicho:

Ciclo solar que no termina,

estamos quedándonos para siempre.

La tierra es esperanza

en la oscura semilla,

espacio y música en la flor,

y luego, pulpa de la vida.

 

He dicho:

La tierra se ha echado en nuestros brazos.

Junto a la reventazón múltiple,

con ríos en el golpe del pulso,

desbrido el renuevo,

verde de toda la amanecida.

 

4

Toca en este tiple.

 

Ciñe en tus manos milenarias

este puñado de hierbas frescas,

yérguelas al árbol donde respiras,

tú,

tierra de donde vengo,

donde modelo el polvo de la travesía,

el itinerario sin vertientes,

tú,

tierra a donde voy,

entre algazara y tesón y sueño

y lucero y destello de hojas

y viento que amanece.

 

Tengo un caudal de sencillos ríos,

de peralejos y sinsontes,

una ronda de sangres,

semejanza pura de polvaredas y caminos.

Toca en este tiple.

 

5

Ven conmigo.

 

Ven adonde afloran, osarios memoriosos,

reconquistadas ya,

las costillas nunca dormidas de mis abuelos,

sus tres inolvidables, la hundida caneca,

en vivaque insepulto, más allá

de la refriega de soles coléricos.

El río, oloroso a tallos de yerba,

a orilla ancestral,

la tierra poblada de brotes,

la sombra de la primera semilla

y el viento joven

vocinglero en las frondas.

 

Ven conmigo.

 

Tráete los muertos más queridos

que nos instalamos en la vida.

 

El rebrote solar ondula ya en la yerba,

ya ondula en la yerba

el aire del clarín,

todo a paso de luz al horizonte.

 

6

Toca a la puerta

de cada corazón.

 

No allegues cinchas,

allega espuelas.

 

No pongas arnés dorado,

limpia la sangre del ijar.

 

Toca a la puerta

de cada corazón.

 

7

Me dijo un día

el zunzún de mi garganta:

Qué voces anhelantes te desvelan?

 

Y repuse yo:

Mi tiempo portentoso

gravita con sus centellas nuevas.

Mi tiempo, raíz devuelta,

es jiquí de la aurora.

Mi tiempo, romper de lindes,

ajila su sudor y su sueño,

jinetea el crecimiento de los toques más altos.

 

8

Sabana,

patria de mis ojos,

desembarazado fulgor;

sabana,

espartillo y corojo en la distancia;

saltanejo,

cielito combo bajo el yerbajo;

palma cana,

movida por los vientos que pasan.

 

La tierra,

la hora justa de mi tierra,

la sangre insomne de mi tierra,

la brisa garrida y fresca de mi tierra,

es mi legítimo orgullo.

 

Sabanas de mi patria,

fijas de deslumbre y tersura, altas

en el diapasón risueño de la brisa;

sabanas, las más hondas,

del hombre que las secunda y enarbola,

madera de pura llanada,

labranza segura del futuro.

 

Sabanas de mi patria,

solares llaneros, ínclitas espuelas,

jáquimas de la vida

asidas para siempre en el puño propio.

Sabanas ya para siempre sonoras,

desde el hombre y desde la tierra,

cosecha de masivo sol y semilla pura.

 

Casimba de reciente población,

yo sé de dónde te viene la crecida,

quiénes inauguran tus aguinaldos fragantes,

qué nuevos habitantes,

mirada bajo un sombrero venturoso,

galopan tu vasta marímbula.

 

Sabana,

patria de mis ojos.

 

9

Monte.

Voy rompiendo jícaras.

Monte.

Voy entregando espuelas.

Monte.

Voy desenterrando estribos.

Monte.

 

Que dentro

de mi corazón

en la mañana bruñida

pasan los vivos

con tierras, aires, cielos.

 

Que dentro

de mi corazón,

catauro sonoro,

apenas con el alba

pasan con su tropa

de cocuyos buenos.

 

Que dentro

de mi corazón

plantan y fundan

islas con palmas

los muertos.

 

10

Lo que de cuerpo muero

voy naciendo de alma.

 

A cada celaje que pasa

un muerto me nutre,

un vivo me palmea el ímpetu.

 

Una tardecita llego y digo:

Este camino de bienvestidos

lo sembré yo.

 

Llego una tardecita y digo:

Caballo, mancha cerril de la tierra parda,

que galopas como la vida

de la noche al porvenir.

 

Voy por el surco.

Columbro bateyes transcurridos.

Oteo la senda del horizonte.

 

En la guardarraya polvorienta y roja

me detengo y digo:

Caramba, qué de raíces caminantes.

Qué cosechas para la luz.

 

Me detengo en el ateje,

árbol de las uñas labradoras, y digo:

Orgullo,

compromiso de mi suerte,

que sé de dónde vengo y a dónde voy.

 

Tengo a la distancia de un gesto

el agua,

el lucero,

el jugo de la yerba.

 

Jinete de mí mismo,

he roto los zarcillos antiguos.

 

11

Grávida isla,

el mundo nace de ti

 

Soy hijo de la yerba que piso,

fecundo su brisa,

ramajeo su oxígeno.

 

La tierra que me sustenta

me da para el braceo

y para el sueño.

 

12

Cuando nací

los mayores me esperaban en el portal.

Dijéronme ese día, llegado apenas:

Bebe de esta jícara,

empínate desde esta racha.

Ve de savia en savia,

rompe los bateyes con que naces

que el cocuyo de nuestra esperanza,

al fin,

      vendrá.

Pasada la noche

no nos olvides,

alcánzanos jirones del amanecer.

 

Eché piernas por veredas hondas,

cargué con el serón liviano de los muertos,

y era mi sentir lagunato estremecido

por donde pasaban las nubes del día.

Aconteció así

el día que tuve ojos,

ganas de irme por una ruta.

El día que los mayores,

llegado apenas, me dijeron:

Bebe de esta jícara,

avanza desde esta racha.

 

13

Me levanté una noche

y salí a tu aire inatrapable,

sabana.

 

Quiénes suceden por allí,

briosos de espuelas.

Quiénes, a cuestas la patria,

avanzan por las neblinas.

Quiénes dan su carga inolvidable,

episodian las estrellas.

 

Salí una noche y me dijeron:

Arriamos para el alba.

Somos el fermento de las raíces,

ya verás nuestra sangre en la llama definitiva.

 

14

Sabana vieja,

largo memorial de la patria.

Siempre allí para el trance más difícil,

cumbre invisible del héroe,

muralla pausada de la sangre.

Vigilante y descuartizada

en tus canarreos de fiebre

la patria bajó a levantar su sueño.

Por la bruma de tu lomo

riñeron el espartillo con avispas rojas

el jinete y su cabalgadura.

Naciendo,

apenas en la sombra de la caída,

hábiles para los altos vuelos.

 

Los héroes esgrimiendo sus claros anhelos,

la tierra más transida.

La contienda en poza de bravura,

espumeante el toro de coraje.

Lontananza. Clarines.

La carga última.

 

Sabana,

sabana vieja,

la historia naciendo junto a la yerba,

destripando los terrones más simples.

 

15

Pongo los pies en tu portal,

tan barrido y fresco,

con este olor de seis de la tarde.

 

Soy de tu familia,

procedo de tu clara estirpe.

Soy éste que pasa ahora,

que desde su sombrero saluda,

que pone las manos en el agua de tu pozo,

y sigue,

en absorta premura,

los largos terraplenes,

la insaciable sed de la distancia.

 

...Por los quicios terrosos de mi niñez

cruzaba en silencio el vaho de los caminos,

la alforja y mugre del caminante,

ensimismado en la pérdida de su trillo íntimo.

A las doce en punto,

con plúmbeas botas,

doblados de fardo,

renqueaban su pesadumbre y su soledad,

venían lacerados por alguna punzada triste.

En el zinc de los portales

hervían los brutales resoles.

Alguna vaca, lela de sol,

orilla su pesadez insondable.

Y mi niñez a la sombra del platanillo

con unas ganas de sembrar pozos,

regar agua fresca,

poner porrones fríos en las encrucijadas...

 

 

Soy de tu familia,

procedo de tu clara estirpe.

Hijeando como plantones

vamos por mi tierra.

 

Donde quiera me nacen hermanos.

Ahora mismo me llego a tu techo.

Taburetes para mí.

Alborozo de sala. Café.

Rama única,

fruto redondo.

Se anda con ganas de vivir.

 

16

En la orilla del recuerdo el sinsonte canta

y es trova tristísima

que deshila la espesura.

 

La tardecita es fría.

Ulula el viento en la guásima.

Del fondo de alguna gruta

estará saliendo el agua.

 

No me atristo, pero me cae

en ondas hacia lo hondo,

una lluvia difícil.

 

Y es que en la orilla del recuerdo

el sinsonte canta.

 

Pero ahora el sinsonte lanza su trino,

monarca de cada vereda,

señor de la tierra cultivada,

y ve pasar en la tarde transparente

las sudorosas camisas

elementales de la victoria.

 

Ahora las manos y los sueños

vinculan sus impulsos compañeros.

Hilo de manantial

por donde juntas navegan

la leyenda y la esperanza.

 

Me incorporo en la tierra como un árbol

bajo el fulgor terrestre de la aurora.

 

Mi ojo

es un vidrio

negro de presencias.

 

(Ciego de Ávila, 1970-1975)

Roberto Manzano

Escritor Roberto Manzano. Foto en la revista Árbol Invertido

(Ciego de Ávila, Cuba, 1949). Lic. en Español y Literatura (Camagüey, 1988). Máster en Cultura Latinoamericana (Univ. de Camagüey y Centro Nicolás Guillén, 1999). Ha editado, ilustrado y diseñado libros y revistas. Entre sus poemarios más importantes: Canto a la sabana (Ed. Unión, La Habana, 1996), Tablillas de barro (Col. Pinos Nuevos, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1996), El hombre cotidiano (Ed. Ácana / Ed. Memoria, Camagüey, 1996), Transfiguraciones (Ed. Vigía, Matanzas, 1999), Pasando por un trillo (Ed. Memoria, Camagüey, 1997) y El racimo y la estrella (Premio 26 de julio 1993. Ed. Unión, La Habana, 2002). Autor de la vasta antología El bosque de los símbolos. Patria y poesía en Cuba (Ed. Letras Cubanas, 2010). Ha realizado antologías de jóvenes poetas cubanos, prologado una gran cantidad de libros y sus ensayos se publican con frecuencia en revistas de Cuba y otros países. Ha impartido diplomados de formación de escritores. Recibió en 2007 el Premio Nacional “Samuel Feijóo” de Poesía y Medio Ambiente.

Comentarios:


Libby Toscano Martín (no verificado) | Vie, 28/06/2019 - 06:12

Hoy por primera vez estoy conociendo un poquito de sí. Una antigua alumna suya de  Camagüey me lo ha recomendado: Katiuska Gómez.

Sandro (no verificado) | Vie, 11/06/2021 - 23:41

La poesía de Manzano es inmensa.

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