CANTO A LA SABANA
A los fundadores del Taller Literario "César Vallejo".
Buenos días, oh tierra de mis venas,
apretada mazorca de puños, cascabel
de victoria.
N. Guillen
1
Mi ojo
es un vidrio
negro de presencias.
Recorro la piel y el paisaje de los míos
y los míos se presencian en la corteza.
Desde las raíces
viene la púrpura de la rosa.
Desde la tierra fresca de diciembre
suben los deliciosos cristales de la caña.
Las palmas cantan con el viento
en que habla el espartillo
y en que se rizan las espumas.
Todo se tiende los brazos por debajo,
todo se saluda por encima.
El aire es uno
y una nuestra vida.
Aquí te dejo,
bóveda clara de mi cielo,
este surco de mi arado.
Aquí doy el rio insomne de mis venas.
Aquí recojo el calor de las huellas
que los míos ofrecieron a mi sangre.
Soy porque fueron.
El aire está habitado de corrientes,
nunca los caudales se remansan,
y viene el fuego de una mano a otra
como una alegre centella compartida.
Es la invisible población del río,
el rastro de la vida próxima.
Este es el saldo para gustar lo florecido.
Mi ojo
es un vidrio
negro de presencias.
2
Voy contra polvo,
brumas, espejos.
Voy seguro, queriendo.
Indócil de yemas.
Nazco inmediato de perdigón y yerbajo.
Traigo la memoria, el acicate de su espuela.
El aire verde de la esperanza
repartiéndose en la dueñez del día.
Yerba en primavera,
reventazón del alba.
Ayer no más el chipojo sobre el barro,
reseco de sol a sol.
Ayer no más la brida del bejuco,
los marabuzales del desamparo.
Ayer no más el candil sobre la madera,
el parpadeo mísero de las ventanas.
Ayer no más ciegos como las casimbas,
oscuros como cerrazón de monte.
Ayer no más.
Y hoy
nacen con tanto esmero los días,
ha sido tan preciada y laboriosa la primavera.
3
He dicho:
Fuera de mis órbitas
todo dujo que alele.
He dicho:
El rosal está en su sitio,
en su sitio el marabú.
He dicho:
Afinamos la pupila
para el milagro de la garza
sobre el anca de la res.
He dicho:
Ciclo solar que no termina,
estamos quedándonos para siempre.
La tierra es esperanza
en la oscura semilla,
espacio y música en la flor,
y luego, pulpa de la vida.
He dicho:
La tierra se ha echado en nuestros brazos.
Junto a la reventazón múltiple,
con ríos en el golpe del pulso,
desbrido el renuevo,
verde de toda la amanecida.
4
Toca en este tiple.
Ciñe en tus manos milenarias
este puñado de hierbas frescas,
yérguelas al árbol donde respiras,
tú,
tierra de donde vengo,
donde modelo el polvo de la travesía,
el itinerario sin vertientes,
tú,
tierra a donde voy,
entre algazara y tesón y sueño
y lucero y destello de hojas
y viento que amanece.
Tengo un caudal de sencillos ríos,
de peralejos y sinsontes,
una ronda de sangres,
semejanza pura de polvaredas y caminos.
Toca en este tiple.
5
Ven conmigo.
Ven adonde afloran, osarios memoriosos,
reconquistadas ya,
las costillas nunca dormidas de mis abuelos,
sus tres inolvidables, la hundida caneca,
en vivaque insepulto, más allá
de la refriega de soles coléricos.
El río, oloroso a tallos de yerba,
a orilla ancestral,
la tierra poblada de brotes,
la sombra de la primera semilla
y el viento joven
vocinglero en las frondas.
Ven conmigo.
Tráete los muertos más queridos
que nos instalamos en la vida.
El rebrote solar ondula ya en la yerba,
ya ondula en la yerba
el aire del clarín,
todo a paso de luz al horizonte.
6
Toca a la puerta
de cada corazón.
No allegues cinchas,
allega espuelas.
No pongas arnés dorado,
limpia la sangre del ijar.
Toca a la puerta
de cada corazón.
7
Me dijo un día
el zunzún de mi garganta:
Qué voces anhelantes te desvelan?
Y repuse yo:
Mi tiempo portentoso
gravita con sus centellas nuevas.
Mi tiempo, raíz devuelta,
es jiquí de la aurora.
Mi tiempo, romper de lindes,
ajila su sudor y su sueño,
jinetea el crecimiento de los toques más altos.
8
Sabana,
patria de mis ojos,
desembarazado fulgor;
sabana,
espartillo y corojo en la distancia;
saltanejo,
cielito combo bajo el yerbajo;
palma cana,
movida por los vientos que pasan.
La tierra,
la hora justa de mi tierra,
la sangre insomne de mi tierra,
la brisa garrida y fresca de mi tierra,
es mi legítimo orgullo.
Sabanas de mi patria,
fijas de deslumbre y tersura, altas
en el diapasón risueño de la brisa;
sabanas, las más hondas,
del hombre que las secunda y enarbola,
madera de pura llanada,
labranza segura del futuro.
Sabanas de mi patria,
solares llaneros, ínclitas espuelas,
jáquimas de la vida
asidas para siempre en el puño propio.
Sabanas ya para siempre sonoras,
desde el hombre y desde la tierra,
cosecha de masivo sol y semilla pura.
Casimba de reciente población,
yo sé de dónde te viene la crecida,
quiénes inauguran tus aguinaldos fragantes,
qué nuevos habitantes,
mirada bajo un sombrero venturoso,
galopan tu vasta marímbula.
Sabana,
patria de mis ojos.
9
Monte.
Voy rompiendo jícaras.
Monte.
Voy entregando espuelas.
Monte.
Voy desenterrando estribos.
Monte.
Que dentro
de mi corazón
en la mañana bruñida
pasan los vivos
con tierras, aires, cielos.
Que dentro
de mi corazón,
catauro sonoro,
apenas con el alba
pasan con su tropa
de cocuyos buenos.
Que dentro
de mi corazón
plantan y fundan
islas con palmas
los muertos.
10
Lo que de cuerpo muero
voy naciendo de alma.
A cada celaje que pasa
un muerto me nutre,
un vivo me palmea el ímpetu.
Una tardecita llego y digo:
Este camino de bienvestidos
lo sembré yo.
Llego una tardecita y digo:
Caballo, mancha cerril de la tierra parda,
que galopas como la vida
de la noche al porvenir.
Voy por el surco.
Columbro bateyes transcurridos.
Oteo la senda del horizonte.
En la guardarraya polvorienta y roja
me detengo y digo:
Caramba, qué de raíces caminantes.
Qué cosechas para la luz.
Me detengo en el ateje,
árbol de las uñas labradoras, y digo:
Orgullo,
compromiso de mi suerte,
que sé de dónde vengo y a dónde voy.
Tengo a la distancia de un gesto
el agua,
el lucero,
el jugo de la yerba.
Jinete de mí mismo,
he roto los zarcillos antiguos.
11
Grávida isla,
el mundo nace de ti
Soy hijo de la yerba que piso,
fecundo su brisa,
ramajeo su oxígeno.
La tierra que me sustenta
me da para el braceo
y para el sueño.
12
Cuando nací
los mayores me esperaban en el portal.
Dijéronme ese día, llegado apenas:
Bebe de esta jícara,
empínate desde esta racha.
Ve de savia en savia,
rompe los bateyes con que naces
que el cocuyo de nuestra esperanza,
al fin,
vendrá.
Pasada la noche
no nos olvides,
alcánzanos jirones del amanecer.
Eché piernas por veredas hondas,
cargué con el serón liviano de los muertos,
y era mi sentir lagunato estremecido
por donde pasaban las nubes del día.
Aconteció así
el día que tuve ojos,
ganas de irme por una ruta.
El día que los mayores,
llegado apenas, me dijeron:
Bebe de esta jícara,
avanza desde esta racha.
13
Me levanté una noche
y salí a tu aire inatrapable,
sabana.
Quiénes suceden por allí,
briosos de espuelas.
Quiénes, a cuestas la patria,
avanzan por las neblinas.
Quiénes dan su carga inolvidable,
episodian las estrellas.
Salí una noche y me dijeron:
Arriamos para el alba.
Somos el fermento de las raíces,
ya verás nuestra sangre en la llama definitiva.
14
Sabana vieja,
largo memorial de la patria.
Siempre allí para el trance más difícil,
cumbre invisible del héroe,
muralla pausada de la sangre.
Vigilante y descuartizada
en tus canarreos de fiebre
la patria bajó a levantar su sueño.
Por la bruma de tu lomo
riñeron el espartillo con avispas rojas
el jinete y su cabalgadura.
Naciendo,
apenas en la sombra de la caída,
hábiles para los altos vuelos.
Los héroes esgrimiendo sus claros anhelos,
la tierra más transida.
La contienda en poza de bravura,
espumeante el toro de coraje.
Lontananza. Clarines.
La carga última.
Sabana,
sabana vieja,
la historia naciendo junto a la yerba,
destripando los terrones más simples.
15
Pongo los pies en tu portal,
tan barrido y fresco,
con este olor de seis de la tarde.
Soy de tu familia,
procedo de tu clara estirpe.
Soy éste que pasa ahora,
que desde su sombrero saluda,
que pone las manos en el agua de tu pozo,
y sigue,
en absorta premura,
los largos terraplenes,
la insaciable sed de la distancia.
...Por los quicios terrosos de mi niñez
cruzaba en silencio el vaho de los caminos,
la alforja y mugre del caminante,
ensimismado en la pérdida de su trillo íntimo.
A las doce en punto,
con plúmbeas botas,
doblados de fardo,
renqueaban su pesadumbre y su soledad,
venían lacerados por alguna punzada triste.
En el zinc de los portales
hervían los brutales resoles.
Alguna vaca, lela de sol,
orilla su pesadez insondable.
Y mi niñez a la sombra del platanillo
con unas ganas de sembrar pozos,
regar agua fresca,
poner porrones fríos en las encrucijadas...
Soy de tu familia,
procedo de tu clara estirpe.
Hijeando como plantones
vamos por mi tierra.
Donde quiera me nacen hermanos.
Ahora mismo me llego a tu techo.
Taburetes para mí.
Alborozo de sala. Café.
Rama única,
fruto redondo.
Se anda con ganas de vivir.
16
En la orilla del recuerdo el sinsonte canta
y es trova tristísima
que deshila la espesura.
La tardecita es fría.
Ulula el viento en la guásima.
Del fondo de alguna gruta
estará saliendo el agua.
No me atristo, pero me cae
en ondas hacia lo hondo,
una lluvia difícil.
Y es que en la orilla del recuerdo
el sinsonte canta.
Pero ahora el sinsonte lanza su trino,
monarca de cada vereda,
señor de la tierra cultivada,
y ve pasar en la tarde transparente
las sudorosas camisas
elementales de la victoria.
Ahora las manos y los sueños
vinculan sus impulsos compañeros.
Hilo de manantial
por donde juntas navegan
la leyenda y la esperanza.
Me incorporo en la tierra como un árbol
bajo el fulgor terrestre de la aurora.
Mi ojo
es un vidrio
negro de presencias.
(Ciego de Ávila, 1970-1975)