Cuando pensamos en un árbol, la imagen que nos viene a la mente es una planta grande, alta y leñosa, con raíces profundas y un tronco que se ramifica a cierta altura del suelo, formando una copa frondosa. Es una imagen común. Asociamos además los árboles con la longevidad y con la producción de madera. Pero, esta idea tan general ¿es siempre correcta? La botánica maneja criterios mucho más específicos sobre lo que es o no es un árbol, y esa diferencia puede darnos algunas sorpresas. Hay plantas que a primera vista parecen árboles y no lo son, y hay también algunos árboles cuya forma se aleja mucho de esa imagen ideal que todos compartimos.
El bambú
Sus vistosos tallos, que alcanzan alturas de hasta 45 metros y son notablemente duros, han llevado a muchos a creer que el bambú es un árbol. Sin embargo, desde el punto de vista biológico, pertenece a la misma familia que el césped de los jardines, el arroz y el trigo: a pesar de su tamaño, es una gramínea, una hierba.
¿Por qué? La clave está en su anatomía. Los árboles verdaderos, como el roble y el pino, tienen una capa especial de tejido llamada cambium vascular. Esa capa es la responsable de que el tronco y las ramas se ensanchen año tras año, formando la madera y esos característicos anillos de crecimiento que usamos para calcular su edad. El bambú no tiene cambium. Sus tallos emergen del suelo y crecen en altura, estirándose rápidamente en cuestión de días. Puede crecer hasta cinco metros en una semana, pero su grosor no aumenta con la acumulación de nuevas capas de tejido. Por esa y otras razones, el bambú es una planta herbácea.
Las palmas
Las icónicas palmas que embellecen los valles y las costas, erguidas con su tronco sin ramas bajo el sol del trópico, como símbolos de serena dignidad, son otro ejemplo de cuán engañosas pueden ser nuestras nociones de lo que es un árbol. Aunque semejen árboles por su tamaño, no lo son. Su tronco, que los botánicos llaman estípite, se forma de manera diferente a los troncos de los árboles. Crece despacio hasta alcanzar su diámetro de madurez en las primeras etapas de desarrollo, pero luego ya no engorda. Al igual que el bambú, las palmas carecen de cambium, y lo que en ellas parece madera es en realidad un tejido fibroso denso, muy distinto a la madera real. Así, aunque altas y majestuosas, las palmas son también un tipo de hierba.
Lo mismo podría decirse de los cocoteros, los plátanos, e incluso especies leñosas y ramificadas como el árbol de sangre de dragón: su apariencia puede ser igual a la de un árbol, pero no son árboles desde el punto de vista biológico.
Los helechos arborescentes
Empinándose hacia el deslumbrante azul del cielo en la humedad de las selvas tropicales, se yerguen los helechos arborescentes. Algunos llegan a medir hasta veinte metros de alto, y en sus ápices se abren como ramas sus grandes hojas. Árboles parecen entre los árboles, pero no lo son. Se reproducen mediante esporas, no por semillas. Y sus tallos no son ni leñosos ni propiamente troncos, sino un entramado de rizomas que se adhieren a las bases de sus viejas hojas para conseguir la rigidez que necesitan y elevarse entre las demás plantas, compitiendo por un poco de luz.
Por altos que sean, los helechos arborescentes no tienen tampoco ese cambium que produce la madera de un árbol verdadero. Son simplemente helechos, con una estructura similar a la de aquellos otros, más pequeños, que arraigan a la sombra en las orillas de los ríos, en las paredes de los pozos y en las ruinas de antiguas casas.
¿Qué es un árbol?
Para la mayoría de nosotros, la definición es visual: los árboles son plantas grandes, con troncos prominentes y copas elevadas. La ciencia, sin embargo, se basa en la estructura interna de las plantas, sus patrones de crecimiento y sus mecanismos biológicos. Así, para un botánico, un árbol se distingue por ser leñoso y perenne, y por engrosar su tallo y sus ramas mientras viva, produciendo madera. Es esta capacidad de producir madera de forma continua el signo que lo define como árbol, independientemente de si las condiciones ambientales le permiten crecer mucho o poco. De hecho, hay árboles tan pequeños, que al verlos pensaríamos que son solo hierbas.
El sauce enano
Esta diminuta planta, que apenas llega a los 6 centímetros de altura, crece pegada al suelo en lugares fríos como la tundra. Su minúscula estatura es una adaptación a la vida en ambientes extremos, pero sus características internas hacen de él un auténtico árbol.
Sobre este singular sauce, tan distinto a los demás miembros de su familia, habría mucho que decir. A pesar de su aspecto irrelevante, casi ahogado entre el musgo y las hierbas ralas, en los paisajes árticos o en los blancos picos del norte europeo donde habita, o justamente por esa aparente insignificancia, el sauce enano merece un lugar especial en estas historias de árboles: a fin de cuentas, es el árbol más pequeño del mundo.
El bosque infinito
Ser un árbol no es fácil, por eso hay distintas maneras de serlo. La diversidad de suelos y climas, la mayor o menor dificultad para encontrar agua o luz, entre tantos factores, hacen que cada especie desarrolle en la lucha por la vida sus propias estrategias, sus propias biologías. Así, hay hierbas que parecen árboles y árboles que parecen hierbas. Ninguno es menos válido. Las clasificaciones botánicas nos ayudan a ver más allá de lo evidente e iluminan la complejidad, la pujanza y la riqueza de recursos adaptativos que la vida es capaz de crear. Cada cual, a su modo, tantea los caminos y escribe su propia historia en el bosque infinito de lo posible. Aunque desde cierto punto de vista no sea, o no parezca ser, un árbol. Ser o no ser no siempre es la cuestión.
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