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“Nunca he escrito para los críticos, los premios, ni los lectores” (Entrevista a León de la Hoz, 2da parte)

León de la Hoz
León de la Hoz

Con León De la Hoz ya conversamos en estas páginas sobre el panorama político español. La cercanía de un proceso electoral que se preveía apasionante por ser la confirmación del fin del bipartidismo nos hizo centrarnos en el análisis de esa realidad y sus principales actores, pero no olvidamos que León es un destacado poeta, novelista, ensayista, antólogo, bloguero, en fin, alguien que día tras día echa mano a las palabras para transmitir su visión del mundo que le rodea y es indudable su éxito, como lo demuestran sus títulos publicados, algunos de ellos, como su novela La semana más larga o el poemario Vidas de Gulliver, con varias ediciones. Sobre este mundo de letras también le preguntamos, y en alguna ocasión nos topamos con la resistencia a valorar sus textos, tal vez por modestia, porque es realmente difícil definir la obra propia. Pero esos detalles no nos arredraron, pues ante el discreto silencio de mi entrevistado, otra voz, absolutamente autorizada, se alzará para darnos esas respuestas que, está convencido este freelance, no podían faltar.

El premio literario de poesía con el que solían soñar los jóvenes autores cubanos desde que en su primera convocatoria lo ganaran Luis Rogelio Nogueras y Lina de Feria fue el "David" (probablemente hoy haya perdido magia, poder legitimante). ¿Qué significó para usted ganarlo en 1984? ¿Fue igual de importante ganar el premio “Julián del Casal” en 1987?

La importancia de los premios es relativa y totalmente coyuntural. Nos dicen que en un momento determinado un grupo de personas decidieron la validez y superioridad de un libro según sus criterios de calidad, sobre un número equis de manuscritos y no de otros que pudieron estar en la habitación de al lado pero que no llegaron a sus manos. Al mismo tiempo, el juicio de esas personas está tamizado por la cultura, el gusto y otras variables epocales, incluso ideológicas y políticas. El “David” no escapó a ninguna de esas condicionantes a las que está sujeto el juicio de los jurados, y tampoco mis libros. Por eso la importancia de los premios radica tanto en las obras como en la calidad del jurado y la independencia del mismo, hay una correspondencia maliciosa entre ambos. El basurero de la literatura está lleno de premios, incluso Nobeles; el Olimpo de títulos que no pasaron la criba de un jurado, y las sombras de obras posiblemente geniales que nunca podremos leer, en definitiva, lo que más podría importar es el juicio de la historia sobre el mal juicio, el prejuicio o el no juicio, ni siquiera importan los lectores o determinados lectores que también condicionan la forma en que se escribe. El mercado, ese gran jurado que contribuye al deterioro de los escritores, es el gran médium de los lectores.

No sabía que el “David” había perdido eso que llamas “magia y poder legitimante”. Magia no era, ni tenía, pero sí ilusión con una gran dosis de pragmatismo, y es cierto que ayudaba a legitimar. Entonces supongo que en Cuba hayan sustituido el “David” por otro premio, cesta de calabazas o cualquier otra cosa que restituya la ilusión y ayude a descubrir y dar confianza al talento de los jóvenes. Los jóvenes escritores ante todo son jóvenes y parte fundamental de la sociedad de cualquier país, si no tienen ilusión y un objetivo, aunque sea a corto plazo, que legitime su esfuerzo algo anda mal. Para mí el “David” significó un estímulo, una confirmación y la posibilidad de entrar en un circuito de lectores y estimación diferente de mi obra incipiente. Junto al “Julián del Casal” de la UNEAC fue el premio más preciado de los tantos que se convocaban en la isla. En los 80 difícilmente alguien no se habría dejado tentar, ya que constituía una forma rápida de publicar un libro en un contexto de crisis editorial, donde a lo único que podías aspirar era a una plaquette y aparecer en una antología, de cierta forma entrabas por la puerta grande, aunque generalmente los libros fueran chiquitos.

Lo que digo para el “David” sirve para el UNEAC, como se le llamaba al “Julián del Casal”. Fueron los premios más importantes del país, el primero te daba la oportunidad y el segundo permitía la consagración nacional. Cuando uno es joven necesita de la confirmación y el apoyo, sobre todo en aquella situación, donde las alternativas eran muy reducidas. Otro premio importante fue el “Casa de las Américas”, pero estaba demasiado politizado y generalmente el objetivo no era literario, hasta que llegó la crisis de la izquierda latinoamericana y de los movimientos insurreccionales. No sé qué ha pasado después.

Creo que en un contexto como el que vivimos ahora, donde publicar es menos difícil a causa de la proliferación de medios y el abaratamiento con las ediciones, los premios son menos necesarios e importantes porque no son un fin que legitime nada ni son estimulantes. Nunca antes fueron como las estrellas, según se decía, que inclinan pero no obligan. Hoy día hay más escritores y más libros, cualquiera puede publicar un libro, pero hay menos crítica y también menos competencia y debate, los premios formaban parte de un ecosistema competitivo, actualmente vivimos de las oportunidades y las jerarquizaciones son escasas y extravagantes. A veces lees la solapa de un libro y ves que el autor a los 30 años ha publicado más libros que Shakespeare, y lo cierras porque sabes que no vas a leer a Rimbaud, aún menos si tiene esas pretensiones. Antes, los escritores vivían en una inseguridad permanente, como parte de la angustia por algo que uno hace queriendo hacerlo como Dios, aún sabiendo que el resultado es el trabajo de un hombre con gafas y callos en el culo. Hoy se escribe mucho para estar y no para ser. Se viven tiempos muy aburridos literariamente y ni siquiera tenemos los premios, que con todos sus defectos, algunos de los cuales te los mencioné al principio, servían para ir estableciendo una jerarquía que caducaba cuando se comprobaba que el jurado había estado errático. Con el tiempo todo se relativiza. Fue el buen poeta y buen amigo a todas horas, Heriberto Hernández, quien me dijo una vez que yo era de los pocos que había ganado los dos premios. La verdadera y única relevancia es la que te he dicho y tiene que ver con un contexto particular, social, político y cultural dentro de una isla y poco desarrollo de los medios que ahora permiten publicar cualquier cosa.

Le propongo un juego, tomemos estos primeros libros publicados en Cuba, o sea, Coordenadas, La cara en la moneda y Los pies del invisible. ¿Sería capaz de definirlos en pocas palabras? Justo en este momento de la entrevista León calla y, con su venia, damos la palabra a uno de los grandes poetas cubanos, César López. Veamos lo que dice en la contraportada de La cara en la moneda (premio "David", 1984):

"El poeta se acerca peligrosa y decididamente a los treinta años de su edad lírica y generadora y coloca este libro como un espacio resistente entre el lector de una Babilonia mítica, simbólica, metafórica y a la vez reveladora y antipoética y aquello que viene después de su provisional y provisoria última página, en la cual afirma, no sólo la posibilidad de creación futura, sino también de una lectura plena de audacias y profanaciones. Luego del candor inquieto y logradísimo de su cuaderno Coordenadas, esta colección se impone en su factura textual sin eludir, clave de vigencia patria, los contextos más caros a la coralidad de la más reciente poesía cubana, en la cual se inserta León de la Hoz ya señoreando. La poesía, el poema, el poeta, celebran la fiesta perpetua con su contrincante eventual y eterno, ese otro creador que habrá de recorrer palabras y espacios como signos, para alcanzar un disfrute erguido y polémico. Su futuro es presente y constituye, otra vez, el mejor poema". | César López

La poesía cubana de los ochenta está, todavía, muy marcada por el coloquialismo, lo conversacional. ¿Qué influencias tiene o cree tener conscientemente, tanto de lo que hacían sus contemporáneos como de poetas de las generaciones[1] anteriores? (En ambos casos me refiero a autores cubanos). Si le tocase preparar ahora mismo una antología con los poetas de su generación (década del ochenta), ¿qué nombres sumaría a los que aparecen en La poesía de las dos orillas?

La poesía de los 80 está muy marcada por el coloquialismo o lo conversacional como también lo está por lo “no conversacional”. No es peyorativo decir que la poesía está marcada o no por determinado lenguaje o estilo. Al contrario de lo que sucedía desde la imposición de la norma socialista hasta los 80, en los años a que te refieres coexistieron dos maneras de entender la poesía que han cruzado la tradición cubana del siglo XX, lo conversacional y lo no conversacional. Ese es un debate que está superado, lo superamos nosotros en esos años, aunque haya críticos que justifican su esterilidad intelectual después de haber sostenido teóricamente al conversacionalismo del Caimán,[2] hablando de lo que no entendieron o no pasó. La poesía de los 80, que es la que se publica en esa década por una generación que irrumpe dándose a conocer no sólo con libros, sino con la publicación en otros soportes físicos y orales como plaquettes, tertulias, actos y otros, es completamente reactiva a la tradición lejana y cercana, era un movimiento que actuaba con un espíritu similar en otras manifestaciones artísticas de ese momento. No era una generación, sino un movimiento cultural.

A veces tengo la impresión de que se confunde a la poesía de los 80 y se le designan perfiles que no son. Tengo que ser breve, pero lo abordo plenamente en los prólogos a las dos ediciones de mi antología La poesía de las dos orillas. Cuba (1959-1993) que ha cumplido 25 años. La reacción se produce fundamentalmente hacia lo conversacional que había sido agotado por la temática de la Revolución y su plétora de asuntos. En realidad, la reacción no se produce contra el lenguaje, el lenguaje solo era el medio expresivo de una temática predominante que lo inflacionó a través de un sinnúmero de poetas mediocres que escribían como si fueran de la Nueva Trova, incluso habían encontrado su justificación teórica en algún que otro crítico inteligente pero oportunista que fue incapaz de ver lo que estaba pasando realmente y se dedicó a describir el conversacionalismo de los caimanes que era, digamos, la tendencia oficial. Los responsables de este “lenguajecidio” fueron los diferentes caimanes que convirtieron una forma de hablar la poesía que recorre toda la poesía del siglo pasado en una forma de ideología. Todos, con algunas honrosas excepciones, no sólo escribían igual, sino que se esforzaban en escribir como les decían que debían escribir, hasta llegar al delirio de querer convertir a Silvio Rodríguez en patrón poético.

El paisaje era un erial, porque la poesía de los 50 atravesaba una situación similar con las prohibiciones y castigos que sufrían poetas de esa generación después del “caso Padilla”, Rafael Alcides, Manuel Díaz Martínez, César López, Pablo Armando, Fernández, Antón Arrufat, entre otros, con condenas más o menos largas de silencio y ostracismo, de la misma manera que algunos vinculados a El Puente y a Orígenes que de igual modo fueron siendo descongelados paulatinamente. Creo que en los prólogos a mi antología lo explico y documento. Hasta que los poetas jóvenes de los 80 reaccionaron al dogma temático-expresivo y se produjo una ruptura en dos sentidos: los que continuaron con el lenguaje conversacional, pero con un punto de vista menos complaciente, los que aprovecharon algunos recursos estilísticos del conversacionalismo y con cierto eclecticismo lo enriquecieron, y los que lo negaron completamente y se movieron en las antípodas, encontrándose con Orígenes donde también hubo poetas que usaron recursos conversacionalistas. Lo mejor de los 80 es haber recobrado una actitud crítica hacia el lenguaje poético y de civismo desde la postura de reivindicación que ofrecimos contra un sector conservador que tenía gran influencia en las instituciones. Lo peor puede que haya sido el surgimiento de un lenguaje que a veces mal se identifica como lezamiano —ya quisieran—, y que condujo a una saturación epígona, y en el otro extremo un desparpajo experimental que corre hasta nuestros días en jóvenes poetas. Fueron años duros en los que el Ministro de Cultura, Armando Hart, intervino personalmente para evitar que el sector más dogmático se impusiera a los cambios que se avecinaban. Largas jornadas de discusión pública y privada para conocer primero lo que había alarmado tanto al poder político, y luego evitar que nos pasara la aplanadora de la maquinaria dogmática que tenía de su parte a los periódicos e instituciones sociales y políticas con un grupo de conocidos intelectuales.

En cuanto a las influencias que podría confesar, no me reconozco ninguna, no veo a ningún autor en mí, quizás porque puede haber tantos que no los reconozco. De todos los poetas cubanos siento una debilidad especial por Lezama Lima y Gastón Baquero, Lezama me divierte, posiblemente sea el único poeta con el que puedo reírme. En una época, cuando conducía, tenía la cinta de la colección de poetas que hizo la Casa de las Américas y me acompañaba a todas partes, sobre todo cuando regresaba a casa de noche para no dormirme al timón. Gastón es la profundidad y la trascendencia de una religiosidad muy cubana aún por estudiar, sus últimos libros en España, igual que Fragmentos a su imán de Lezama, significan un rompimiento en ellos mismos y un aporte extraordinario a la poesía del idioma. No olvido la poesía de Virgilio Piñera y Eliseo Diego. Mis influencias las tendrán que decir otros.

Si hoy tuviera que sumar poetas de mi generación a mi antología lo haría con los que incluyo en la lista que dejé al final del prólogo a la primera edición, fue mi acto de justicia por no haberlos podido incluir, los libros y las antologías tienen un límite y, además, todos tenemos limitaciones. Hay poetas que en el momento de mi selección no habían publicado o lo habían hecho poco, y no tuve suficientes referencias de ellos. Encontrar la información de la poesía del exilio fue una de las cosas más complejas. Yo tampoco me antologué.

¿Cómo llega a dirigir La gaceta de Cuba? ¿Qué recuerda de su paso por esta revista y por qué decide dejarla?

Llegué a dirigir La Gaceta de Cuba gracias a una confluencia de situaciones nuevas que se empezaron a producir dentro y fuera de Cuba. La muerte de Nicolás Guillén que también había sido Director de La Gaceta, como se llamaba entonces y que Reynaldo González había bautizado La Maceta en contraposición a la nuestra que era La Gacela; una nueva presidencia de la UNEAC, con Lisandro Otero y Carlos Martí, que se había marcado varios objetivos para una institución en crisis, donde la corrupción, el populismo, el amiguismo, y la mediocridad acumulados a lo largo de los años hacía obligatorio adecentarla. El protagonismo de un nuevo Secretario Ideológico del Comité Central del Partido, Carlos Aldana, al que le tocaba orientar esos cambios, ya que la UNEAC no estaba bajo la influencia del Ministerio de Cultura, sino del departamento ideológico del Partido. La pujanza de una nueva generación de escritores y artistas que estaban poniendo en solfa la credibilidad de las instituciones, del discurso paternalista y la estética socialista, más los cambios que se empezaban a producir en Europa del Este. Esos elementos se conjugaron para que la presidencia de la UNEAC me ofreciera dirigir la renovación de La Gaceta.

Lo primero que hice fue rodearme de un gran número de jóvenes que pudieran ser representativos. Yo sabía que no solo podían ayudar poco, sino que serían un estorbo, ya que una publicación no se puede dirigir con criterio si hay que consensuar con tantos, no obstante, los tuve porque se trataba de hacer creer que era una renovación de los jóvenes y eso formaba parte de la corrección política. Eso sí, me acerqué a intelectuales mayores que mejor podían servirme de apoyo y consejo, algunos habían sufrido en sus carnes el castigo de la censura. Hice un concurso de diseño para cambiar la imagen estática y aburrida y finalmente le entregué la revista a Frémez que contaba con una enorme experiencia como artista, diseñador, ilustrador y maquetador. También le devolví a la revista su nombre original La Gaceta de Cuba y cambié la línea editorial de autocomplacencia por otra en la que primara la calidad, la actualidad, el pensamiento y la polémica. Lisandro y Martí me dejaron las manos libres y me apoyaron en todo hasta que La Gaceta… empezó a llamar la atención de las agencias de prensa extranjera y Aldana le pidió a Lisandro que revisara los números antes de meterlos a imprenta. No obstante, yo me las ingeniaba para pasar de contrabando los artículos que más polémica podían generar, muchos de los cuales me llegaron traducidos de Desiderio Navarro y Justo Navarro, poniéndonos al día de la Glasnost que fue el arma fundamental de la Perestroika. A partir del momento en que el Partido quiso intervenir en la política de La Gaceta… esos artículos se publicaron sin consentimiento de la dirección de la UNEAC, en contra de la opinión del poderoso ideólogo del Partido en aquel entonces, y también de una importante parte de la membresía de la UNEAC que veía en La Gaceta… una actitud disoluta, liberal y contrarrevolucionaria, algunos de los líderes de opinión de ese segmento han fallecido o se encuentran en el exilio en posiciones contrarias a las de esos días y no merece la pena mencionarlos por respeto.

Fue una experiencia fascinante y tuvo un alto coste personal, ya que trabajaba casi veinticuatro horas diarias, yo había dejado de ser Asesor de Literatura en Artemisa —donde atendía un taller literario en el cual Albertico Rodríguez Tosca se inició como el poeta que luego demostraría— para dirigir la revista de lo que se suponía debía ser la élite de la cultura cubana en aquellos años, hasta que se inició la masificación de la UNEAC en las provincias por motivos electoralistas y de política de control de la creación literaria y artística. Posiblemente aquello fue parte de la simiente de la desvalorización que el populismo trajo a la cultura más tarde, con consecuencias incalculables que hoy día se pueden apreciar dentro y fuera de Cuba. De la noche a la mañana se crearon las UNEAC provinciales en las que excepcionalmente había condiciones cualitativas, pero que tenían los mismos derechos y se creyeron de inmediato con la misma autoridad, aunque las obras de muchos no lo merecieran. Se habían creado las condiciones para promover la mediocridad del igualitarismo y además se sentaron las bases para un mayor control de los creadores, cuyo colofón fue el Decreto 349 recientemente contestado por gran parte de la comunidad artística. De aquellas aguas populistas, estos lodos que incluso se pueden oler en cenáculos del exilio o en ese solar de la cubanidad que parece haber sido creado por la misma UNEAC, me refiero a Facebook.

En breve tiempo, le dimos la vuelta a la revista hasta que Hart, conocedor de mi voluntad en La Gaceta..., me dijo que ya no podría seguir haciendo lo que hacía, que buscara un sustituto y me fuera a trabajar al Ministerio, eso hice. El Ministro me encargó que dirigiera el Consejo Técnico Asesor del Ministerio, que lo reestructurara y le diera una participación más activa en la vida de la política cultural que él llevaba a cabo, pero eso es otra historia también apasionante. Hart era un animal político al que lo mejor de la cultura de esos años le debe mucho, casi todo, porque se opuso frontalmente a lo peor del dogmatismo, el populismo y la mediocridad, muchos de los que hoy no son jóvenes pudieron sobrevivir a la represión ideológica gracias a su valor que llevó hasta donde pudo. Yo vi y viví la crudeza de una lucha ideológica y política que no trascendía públicamente y que en esos momentos difíciles parecía jugarse en el campo de la cultura. Luego afloraron los cadáveres políticos de la generación de los políticos reformistas. La valoración que generalmente le hacen los jóvenes de los 80 es equivocada e injusta, a más de uno le salvó de acabar trabajando en alguna oscura provincia. Hart decía, al talento hay que defenderlo, porque la mediocridad se defiende sola.

¿Qué diferencias encontró en el ámbito cultural español respecto a lo vivido en Cuba? ¿Cómo lo recibieron los escritores cubanos radicados allí?

Cuando me radiqué definitivamente en España en 1995, ya había renunciado a mi puesto de trabajo en el Ministerio de Cultura y gozaba del privilegio de recibir mi salario como otros escritores, encerrado en mi casa o haciendo largas estancias fuera de Cuba. Me acogí voluntariamente al “plan piyama” después de haber presentado tres veces mi renuncia que Hart había rechazado, las dos primeras porque creí que podía hacerle daño a sus propósitos después de que ciertas opiniones me acusaran en cenáculos de la burocracia partidista, a la cual yo no pertenecía, de poder estar trabajando para la CIA. La tercera vez lo hice porque el propio Hart me explicó que en ese momento tampoco él podría seguir la línea que estaba llevando a cabo el Ministerio de Cultura, entonces ya Fidel había dado un portazo definitivo a cualquier atisbo de reforma bajo la influencia de lo que estaba sucediendo en Europa del Este. De modo que, como última cosa, antes de marcharme, me pidió ir al Centro de Estudios Martianos, en ese momento dirigido por Ismael González (Manelo), con el objetivo de hacer un trabajo especial sin dejar de estar bajo su mando. Eran días en los que la Revolución podía haber dado todavía un giro y se empezaba a diluir el discurso marxista-leninista por otro más nacionalista centrado en la figura de José Martí. Hart era el promotor de ese cambio, si hubiera estado en sus manos, la estrategia de resistencia y salvación del país hubiera hecho un recorrido diferente, sus orígenes cívicos, su cultura martiana, su nacionalismo y su pensamiento democrático y revolucionario lo habrían llevado por otro camino. Fue un gran momento político en el cual se perdió una gran oportunidad.

Paradójicamente, el ámbito cultural español estaba más institucionalizado que el cubano y lo sigue estando. Mientras que en Cuba había un desafío de formas y conceptos que pujaban hacia arriba y contra el poder, queriendo desplazar lo establecido, aquí vivíamos la laxitud de la estabilidad, donde el reto principal, como ahora, era el mercado. Lamentablemente, luego descubres que ese mismo reto se ha convertido en una necesidad de la sociedad cubana. Todo el mundo quiere vender, aunque sea su alma, poco han cambiado las cosas, antes la moneda de cambio era la ideología, hoy es la contraideología y esta tiene diversas formas. De hecho, hay una actitud de provocación e iconoclastia que disfraza a un mercader que llama la atención de los compradores agitando un matamoscas en la mano. Los escritores no están menos ideologizados porque sus textos no respalden una ideología de estado como sucedía con los realistas socialistas o los caimanes, ahora la ideología, aunque contraria a esa norma, se expresa en las formas y la negación. Antes el escritor se vendía por el estatus, que tenía una forma concreta en las instituciones, hoy ese estatus puede llegar a ser simplemente el reconocimiento virtual en las redes. Son perversiones distintas.

Cuando llegué a España a quedarme a vivir definitivamente ya pasaba largas estancias en Madrid donde había un apogeo de la cultura cubana espectacular, proliferaban los sitios de ver y comer entre cubanos, la música y las discotecas para bailar en cubano, las editoriales, los eventos y tertulias, a veces parecía que no había lugar donde los cubanos no fueran a estar. Fueron años de una gran actividad cultural cubana en España, sobre todo en Madrid, donde estaban conviviendo varias generaciones que se empezaron a establecer desde el mismo año del triunfo de la Revolución, unos con una trayectoria más o menos larga que otros, pero entre todos conformaban un ambiente que se fue enriqueciendo con la llegada de nuevos exiliados o transeúntes del exilio y una gran cantidad de eventos que nos tenía ocupados en una actividad casi frenética. Madrid llegó a convertirse en un centro de la actividad literaria del exilio y tuvo su apogeo en la fundación de la Revista Encuentro de la Cultura Cubana, dirigida por Jesús Díaz, el encuentro de poetas “La isla entera” que estimuló la salida de la antología Poesía cubana: La Isla Entera de Felipe Lázaro y Bladimir Zamora (Betania) e instituciones como la Fundación Hispano Cubana con su Revista Hispano Cubana, la Casa de América, entre otras, que dieron un respaldo pleno a la actividad literaria entre las que destacaron las Tertulias dominicales en el Café Central. En un momento determinado, en Madrid llegaron a coincidir las editoriales Betania, Verbum, Colibrí, Orígenes, Pliegos y Trópico. Y nos podíamos encontrar en cualquier lugar con Gastón Baquero, Felipe Lázaro, Pío Serrano, Jorge Luis Arcos, José Mario, Ramoncito Fernández Larrea, Manuel Díaz Martínez, Jesús Díaz, José Antonio Ponte, Raúl Rivero, María Elena Cruz Varela, Alberto Lauro, Mario Parajón, Isel Rivero, Carlos Espinosa, David Lago, Nidia Fajardo, Emilio Surí, Carlos Alberto Montaner, Waldo Balart y Lorenzo Mena, entre otros.

A mí me recibieron como casi todo el mundo era recibido en el exilio, con los brazos abiertos y un poco de suspicacia por parte de algunos, por haber trabajado en ambientes relacionados con la administración del poder, pero es normal que sucediera, los cubanos cuando no son perseguidos se convierten en perseguidores, forma parte del instinto de supervivencia. Es una dinámica pervertida por la sobrevivencia a la que uno se acostumbra y de la que era consciente. El exilio es una versión de la Cuba inxiliada y las dos se parecen cada vez más. Recuerdo con especial cariño a Gastón, que me acogió con una amistad familiar que duró hasta su muerte, incluso cuando alguien que prefiero no mencionar iba diciendo que la madre de mi hijo y yo lo queríamos secuestrar o cuando uno de los poetas más relevantes de los 50 escribía en Miami que mi antología de las dos orillas era un encargo del Gobierno cubano para dividir al exilio, el propio Gastón se ocupó de echar el lazo a esos dos. En Cuba, el Gobierno te acusaba de ser de la CIA y en el exilio, sin Gobierno y sin que los mandaran, te acusaban de ser de la Seguridad. Pero estas son historias para después del café.

¿Por qué una obra de Roberto Fabelo para ilustrar Cuerpo divinamente humano? ¿Cuán satisfecho quedó con este libro?

Las ilustraciones de Fabelo para Cuerpo divinamente humano salieron de una petición que le hice porque me pareció que nadie como él podría reflejar el doloroso y enfermizo erotismo de ese libro. Le dije que no ilustrara, sino que leyera y dibujara lo que le producía la lectura. En aquella época, Fabelo llevaba siempre unos trozos de cartulina consigo, en los que en todo momento dibujaba esos monstruos divinos que lo acompañarán después de su muerte. En poco tiempo me dio los dibujos de los cuales se seleccionaron los que aparecen ahí. En principio, ese libro iba a salir por Ediciones Unión en una colección que se preparaba para vender en dólares y ayudar a la recaudación para paliar la grave crisis que también empezaba a afectar a la cultura. Lamentablemente, el libro nunca se publicó, a pesar del motivo por el que me lo pidieron. Juanito, que era el Secretario del Partido en la UNEAC y Jefe de Producción editorial, me dijo que no sabía qué pasaba, pero que el libro listo para maquetación desaparecía de las mesas de trabajo, se lo entregué tres veces y tres veces desapareció. Una mano invisible no dejaba que el libro llegara a imprenta y el mismo Juanito estaba alarmado porque le parecía muy raro, que no era normal, decía. A mí también me parecía especialmente raro y decidí retirarlo, así que me llevé el original que conservo con las marcas y anotaciones de edición en el papel pautado que se usaba antes de maquetar. A Felipe Lázaro, editor de Betania, le gustó y lo publicó.

En la introducción, nos referíamos a su novela La semana más larga, título que vio la luz por primera vez en 2007 y me pregunto cuán diferentes o similares son las maneras de decir de León De la Hoz cuando escribe poesía y cuando transita a la narrativa de largo aliento.

Son maneras diferentes y comportan actitudes y aptitudes relativamente antagónicas, a tal punto que generalmente cuando escribo poesía no puedo escribir otra cosa, también me sucede cuando estoy escribiendo otro tipo de prosa como artículos o ensayos. Es semejante a esas películas en blanco y negro donde aparece una telefonista que va conectando a las personas, me voy conectando y desconectando según el género y no puedo escribir prosa y poesía al unísono, mi cerebro no se ha podido adaptar a hacer dos cosas al mismo tiempo, virtud que según dicen es muy femenina. De cualquier modo, lo que más me importa es el lenguaje y en ese sentido para mí la prosa es como un poema largo en el cual, como en un poema corto, la palabra alcanza una alta condensación. Leo poca narrativa actual porque me aburre el exceso de diálogos y la falsedad de los mismos, es muy difícil hacer diálogos en español y a veces los personajes hablan como si se quisiera alcanzar un determinado número de páginas, o porque no tuvieran nada que decir. Yo me los salto. Prefiero las novelas que narran sin soltar a los personajes y son o parecen lentas, las teorías y los manuales me los paso por el tejadillo.

En Cuba se dio un fenómeno que en mi opinión ha hecho mucho daño, fueron los Talleres Literarios de todo tipo y condición, el teoricismo y la excesiva conceptualización. Fue una etapa en la que parecía que todos querían pensar y racionalizarlo todo con estructuras y conceptos, muchos jóvenes hablaban como si tuvieran un batido en la boca, entre Lezama y las escuelas de teoría crítica postmoderna produjeron un empacho. En ocasiones era como enfrentarse a la letra de una receta médica. En vez de formar escritores lectores y de ellos esperar afloraran los escritores, se invirtió el proceso con tecnicismos que suplantaron lo que debió haber llegado de adentro, se armaba el edificio sin cimientos empezando por el tejado. Demasiado tallerismo que influyó no solo en la manera de ver la literatura, sino también en la disentería de escritores que hoy día nos asedian con sus obras desde todas partes. Trato de vivir en la asepsia, pero en una época vivía temeroso de que me cayera un libro en la cabeza porque caían de todas partes. Actualmente, con las ediciones de Amazon y las tantas editoriales que hay en el exilio se ha producido como una especie de hemorragia y de autobombo que recuerda otras épocas y contextos de los que nos autodesahuciamos. Los talleres no fueron del todo malos, pero se abusó, cuando yo trabajé en Artemisa uno de mis contenidos de trabajo era “tallerizar” y te puedo decir que era una tomadura de pelo la cantidad de talleres que nos obligaban a hacer aquellos burócratas escritores que componían el equipo de asesores nacionales del Ministerio de Cultura.

 

Al reseñar esta novela para un diario de tendencia conservadora (por no llamarlo claramente de derechas) como el ABC, Arturo García Ramos dice que usted ha sabido “conjugar todos los temas a los que la narrativa cubana reciente nos tiene acostumbrados”. Al reeditarse la novela en 2018 el panorama de la narrativa cubana que se publica en el exterior parece no haber variado mucho en cuanto a las temáticas abordadas. ¿No teme usted que la reiteración de motivos como el discurso de la nostalgia, la crisis y decadencia (especialmente de La Habana), la prostitución, la sexualidad diferente a lo considerado “normal” o el travestismo, fatiguen a los lectores y acabe por aburrirlos, por ser más de lo mismo?

Bueno, lo que haya dicho el crítico, al cual no conozco, me tiene sin cuidado, nunca he escrito para los críticos, los premios, ni los lectores, y no los tengo en cuenta para escribir. Sé que es un elogio su crítica, pero la verdad es que no sé lo que quiere decir porque ni estuve, ni estoy al tanto de lo que se escribe en Cuba y, por otro lado, la novela la escribí en Cuba donde difícilmente se hubiera podido publicar ya que la tía del personaje principal, que con su muerte desencadena toda la trama, es una metáfora del personaje protagónico de la historia cubana en estos últimos 60 años y lo que podría suceder con su desaparición. Ahora bien, aunque no me interesan los lectores ni su fatiga ni su aburrimiento, ya que con mi fatiga y mi aburrimiento tengo bastante, sí creo, como tú, que la literatura cubana tiene una inflación de motivos como los que expones y que esa inflación es proporcional, aunque de signo contrario, a la que se produjo con el llamado realismo socialismo. Se ha producido un movimiento pendular, cosa que odio decir, en el que ambos extremos se tocan, pero con motivos y motivaciones diferentes. Yo creo que los escritores cubanos encontraron un filón temático en los errores de la Revolución y sus consecuencias, y así como vivieron los realistas socialistas de ellos, ahora los nuevos están haciendo lo mismo. Es el nuevo mercado ideológico que ha generado la Revolución, el primero, planificado por las normas, dio lugar a este otro sin planificación, libérrimo y disperso. En el fondo eso lo que está generando es pobreza, porque no se puede querer vender sin abaratar el lenguaje, y lo peor es que la reflexión crítica sobre este fenómeno es mínima. Yo he querido leer a algunos autores a partir de la recomendación de un amigo que sí está muy al día y he salido muy decepcionado, puedes ver el talento, sin embargo, es tanto el deseo de estar en el candelero y figurar llamando la atención, que muy poco se sostiene. Yo creo que en los 80 padecimos de modestia y actualmente la soberbia es una epidemia. Siempre es mejor hacer literatura o vivir en la modestia que en la soberbia. Tiempo al tiempo.

Siguiendo en esta cuerda. ¿Cree usted que el hecho de que buena parte de la narrativa que se hace ahora mismo en Cuba siga estos derroteros, este interés por reflejar un aquí y ahora marcado por las carencias, responda a la falta de un periodismo verdadero y comprometido que exponga los numerosos males que afectan a la sociedad cubana? ¿Cree, en resumen, que nuestros narradores hacen un poco de “periodismo literario”?

No, es un error muy grave en el que caen los propios creadores y que intentan justificar de esa manera. La maldita literatura no tiene nada que ver con el periodismo, ni el bueno ni el malo, aunque un buen tipo de periodismo sí le debe a la literatura. Y a pesar de las conceptualizaciones que se hacen para convencernos y convencerse entre ellos, es un rotundo acto de mediocridad como lo fue el presentismo del realismo socialista. Lo que me llama la atención es que todavía no haya salido algún crítico honesto, que espero haya, y diga lo que pensamos muchos y no decimos porque parece que sólo a unos cuantos les interesa hablar de sí mismos. Los jóvenes, que casi siempre han creído que nacieron sin padres, a veces padecen de una alarmante banalidad generacional y eso forma parte de ese infantilismo del cual todos hemos padecido con mayor o menor gravedad. Creer que los abusos de la literatura actual cubana por narrar la actualidad de los males cotidianos con un punto de vista crítico, desenfadado e irreverente es periodismo literario, es un modo de justificar una etiqueta que no es otra cosa que el reverso de lo que niega. Los reversos también se tocan como los extremos. Ese llamado “periodismo literario” es una forma de llamar a la literatura comprometida, crítica y revolucionaria que muchos reclamaban en contra del realismo socialista que refleja la realidad sin conflictos y en un lenguaje común para las clases trabajadoras. Y tiene los mismos peligros de todas las tendencias que se convierten en canon, vaciarse de sentido. Esa literatura de la que hablas es la consecuencia de un proceso que se inició en los 80 con las reivindicaciones que hacíamos y que fue objeto de una fuerte oposición desde el aparato ideológico del Partido, de las dos tendencias principales que confluían contra ese realismo socialista y se alargaban en los 90 parece ser que se ha impuesto la más rupturista y revolucionaria, que tampoco era ajena a la tradición socialista y se puede resumir en un socialismo crítico. Los ideólogos de la cultura socialista deben estar de plácemes porque la literatura que llamas “periodismo literario” es precisamente lo que propugnaban, puede ser incómoda pero es realmente lo consecuente con la actualidad política del país y lo que se designaba como la verdadera literatura de la Revolución que reflejara las contradicciones y problemas. Las modas pasan, pero se echa de menos un poco de variedad y de la literatura que en los 80 solían llamar “reaccionaria” los que promocionaban desde el poder este “periodismo literario”. A veces hay demasiada gestualidad en la literatura cubana más joven, no más actual. Es normal que sea así, los bandazos, que son una característica ya antropológica de los cubanos, se autorregulan. De todas formas, la moda literaria hay que verla cómo Lezama hizo ver su Paradiso, semejante a un Zepelín, “déjelo pasar”. Y si no sirve el ejemplo del zepelín lezamiano, te remito a una anécdota: uno de los días en que visité a Eliseo Diego, después de leerme algunas de esas maravillosas traducciones que le gustaba hacer, pasamos a hablar de los problemas del país y me dijo con esa voz casi inaudible que le caracterizaba: “Amigo, León, las aguas volverán a su sitio, cójalo con calma”. Eso, amigo Alejandro.

Nos sumergimos ahora en el mundo digital. ¿Cómo valora su experiencia en OtroLunes? ¿Cuán diferente cree que sea esta publicación respecto a aquel Lunes de Revolución de los años sesenta?

OtroLunes fue una experiencia enriquecedora, hasta que para mí dejó de ser estimulante mientras la revista abandonaba el espíritu de su fundación, entonces decidí marcharme. No se puede comparar Lunes con la revista que tratamos de hacer ni con la que se hace hoy. El contexto, los actores, el sentido del compromiso en boga en aquellos momentos, la distancia entre lo que ellos defendían y lo que defendíamos nosotros es larga, y las hace muy diferentes. Lunes contó con el apoyo del Gobierno revolucionario de entonces, del cual fue una imagen fugaz de un poco más de dos años, mientras que Otro se hacía a pulmón, con “trabajo voluntario”, aunque en Cuba nos hayan relacionado con la CIA, para quienes no habríamos trabajado gratis. Trabajar sin recursos también marca diferencias y Otro se hacía por amor al arte. Lunes de Revolución fue una de las mejores revistas que se han hecho en Cuba y también la mejor representación de las contradicciones de la incipiente Revolución que acabaría destruyéndola. Sirvió como catalizador de las tendencias políticas que se confrontaban en aquellos primeros años y que terminarían aplastadas por el discurso de la unidad, no se pueden comparar. Sin embargo, nosotros sí nos propusimos que OtroLunes tuviera, como Lunes, un fuerte carácter polémico, social y político. En nuestro número inaugural ya apuntaba en su editorial las cercanías y las distancias entre una y otra: “OtroLunes es Otro y no queremos que se nos identifique con aquel, si no es por el espíritu de libertad, modernidad y vocación cívica y universal que mostró en un contexto extremadamente complejo y difícil para congeniar ideología con libertad y transgresión estética. Ninguna doctrina nos remite a ellos, tampoco ningún credo cultural o estético y sí el homenaje a la idea que lo hizo posible y que hoy alcanza nueva vigencia”. En ese primer número se puede empezar a ver cuál sería el derrotero de la revista. Por cierto, este año se cumplen 60 años de su nacimiento, y a pesar de la corta vida de 28 meses, merecería recordarse su paso trepidante, por el cual el Che dijo que le parecía demasiado intelectualista. Fue como una sentencia de muerte.

Hay cosas que se llevan en los genes como ciertas adiciones. Después de La Gaceta y de OtroLunes, de las que aborté, me he planteado hacer otra revista que estoy organizando, el nombre no te lo puedo decir porque no está decidido, aunque en mi mente haya uno que me permite pensar en su definición. Es una revista dedicada al exilio, a esa diáspora atípica que se ha configurado en la actualidad con una amplísima migración de una pluralidad inédita desde el punto de vista político, económico, educacional y cultural, con un sinnúmero de intereses. Esa “masa” dispersa como nunca antes y sin ningún centro, aunque Estados Unidos sigue siendo el norte de la misma por los vínculos que ha producido la evolución histórica del exilio durante generaciones, debiera tener una referencia que yo mismo quisiera tener cuando quiero saber lo que ocurre en la otra Cuba. El propio desarrollo y abaratamiento de las tecnologías digitales ha permitido una explosión de medios de expresión, editoriales y eventos, que ya conforman una parte significativa de la cultura y el quehacer de la diáspora que prefiguran una sociedad distinta a la Cuba de dentro. De modo que hay una población que “habla sola y por su cuenta” de la que no podemos informarnos y que es imposible de estructurar, sin embargo, sería útil que se pudiera autoreferenciar. Ese es el objetivo de la revista, que la nueva sociedad que se está conformando en este exilio plural pueda autorreferenciarse mediante un medio. La idea es ser una referencia de nosotros mismos, de lo que pensamos y hacemos. Por un lado, trabajaremos con la memoria discontinua y corrupta que será tan necesaria en el futuro del país, la memoria mediata e inmediata, y, por otro, seremos una guía para que el lector conozca lo que el exilio hace, piensa y dice a través de sus propios medios personales y colectivos: blogs, revistas, periódicos, editoriales, eventos, etc. Se trata de contribuir a mejorar el conocimiento que el exilio tiene de sí mismo, de lo que le preocupa, al mismo tiempo que se autoestructura y organiza libremente como una sociedad que espera. No es una revista apolítica, es como la revista que hubiera querido que fueran La Gaceta… y OtroLunes, pensar es político y, si es libremente democrático, eso es lo que nos proponemos y sin que sea pertinente dar más detalles de un proceso que está en marcha. Vamos a contar con el apoyo de lo mejor del exilio y esperamos pueda ser el reflejo de la pluralidad y la diversidad de una isla que se repite, pero de forma diferente. Seremos apoyo y amplificación de la magnífica labor de informar que están haciendo otros medios especializados o generalistas del exilio, aunque la competencia es buena y hay espacio para todos, nuestra revista solo pretende ser la ventana por donde puedan verse todos desde un mismo sitio y se escuchen las voces de todos los cubanos del exilio y únicamente sobre Cuba.

Como ya hemos apuntado, León De la Hoz tiene un blog, ¿qué le aporta como escritor la interacción con los lectores de esta publicación? ¿Qué puede encontrar en el blog de León De la Hoz el lector que leyendo esta entrevista acaba de descubrir que existe la página https:/leondelahoz.com?

Alejandro, la interacción con los lectores de mi blog me importa un bledo. Tengo un blog y escribo en él por ejercitar mi libertad y la necesidad de pensar y hablar. Realmente los lectores no me importan de ningún modo y creo sinceramente que son como una plaga de comejenes como los que aparecen en mi novela destruyendo lo poco que le queda a La Habana. Detesto pensar que pudiera convertirme en esclavo de la opinión de los demás. Mucha gente se ha preguntado por qué no pueden hacer comentarios en los artículos del blog y es una razón de sanidad personal. Ya bastante tiempo uno pierde ocupándose de naderías cotidianas como para abrir el espacio personal de mi libertad a las fruslerías de mis contemporáneos. En el blog hay una dirección de correo en la sección de contactos al que me pueden escribir y desde la cual respondo habitualmente aunque sea acuse de recibo. Vivimos en un mundo donde se padece el síndrome del selfie en el que todos quieren estar, ser y realizarse cuando son visualizados mediante una frase ocurrente, simpática, ingeniosa, casi siempre vacías. Yo trato de vivir con el sombrero de Zequeira, me lo pongo para desaparecer y aparecer a mi antojo. No quiero ser grosero, pero no me importa la opinión de los demás y trato de no padecer el síndrome del selfie. La tentación no vive arriba, sino que nos rodea con sus brazos enamoradizos y es difícil sustraerse del elogio. Cuando un lector me dice que ha llorado y reído con mi novela no sé si ha entendido lo que yo he intentado trasmitir, porque llorar y reír no es el fin de la misma. Pienso que esa persona se ha sentido bien, pero yo no escribo para que los demás hagan terapia, sino para hacerla yo mientras elaboro una historia con determinado lenguaje para traducir lo mejor posible lo que pienso, más que lo que siento. No para que me entiendan, sino para entenderme a mí mismo. Entonces, prefiero no perder el tiempo leyendo lo que los lectores reclaman para su propia terapia. Es mejor que entren en Facebook y se desfoguen. En el blog lo que van a encontrar es mi libertad de pensar y decir, que es uno de los bienes más preciados para alguien que lo necesita.

Nos vamos a Cuba. El 24 de febrero se efectuó un referéndum en el cual los cubanos estábamos llamados a aprobar o rechazar la Reforma Constitucional. En su blog ha opinado al respecto, pero me gustaría les contara a nuestros lectores qué cree de la nueva Carta Magna y el proceso para su definitiva aprobación. ¿Responde esta Constitución a los deseos y anhelos de los cubanos de cualquier parte? ¿Cómo puede leerse el hecho de que más de un millón de cubanos no votaran por el sí?

No, rotundamente no. La Reforma de la Constitución no responde a los deseos de los cubanos de ninguna parte, sí a los de la nueva oligarquía política, que se ha fortalecido desde la muerte de Fidel Castro e intenta proporcionarse una cobertura legal, que legitime sus actividades económicas particulares y de empresas derivadas de la privatización encubierta, administradas por la clase político-militar. Es una reforma concebida a la medida de las necesidades del grupo de poder que cada vez se aleja más del ideal de la Revolución, no hago un juicio de valor de ese ideal, cada cual es libre de profesar fe a la religión que le apetezca o más cerca le quede. Es un traje nuevo para un cuerpo enfermo, porque vistiéndolo de sano algunos parecen creer que puede curar. Después de 60 años de frustración de los ideales por los cuales varias generaciones han vivido, la enajenación ideológica de morir por la patria, de socialismo o muerte, a un alto precio de sacrificio y sufrimiento, esa Constitución debería haber reglado de forma ordenada y paulatina un cambio que permitiera acabar con tanto dolor, además de permitir que fuera de todos. Sin el peso sobre los hombros del compromiso que suponía la alianza con los países del bloque socialista, los gobernantes han quedado con las manos libres para actuar en la dirección que más le conviene a la mayoría del pueblo, así que son doblemente culpables. No se trata de un problema ideológico que suponga una traición o una derrota, ficciones que están en el subconsciente de los cubanos y enfatizadas durante estos años, apelando a una conciencia de pertenencia como si los hombres no naciéramos con la capacidad de errar y elegir con libertad, se trata más bien de un asunto de estricto pragmatismo político. Pertenencia a algo que hace mucho dejó de representar la voluntad mayoritaria. Si tuviéramos que considerar el problema cubano y su actualidad desde el punto de vista de la ideología, la Revolución ha sido totalmente derrotada y la nueva Constitución es su partida testamentaria. A pesar del discurso de ocasión caracterizado por los aburridos y previsibles mensajes triunfalistas, el ideario social y moral es una ruina, y el de la independencia otro tanto, desde que el país pasó de la dependencia de otros países a la necesidad de dependencia del exilio, esos que el Gobierno llama “orgullosos y nostálgicos” y que siempre fueron los gusanos y los traidores a la patria y la Revolución, en una representación manipulada de la patria y la Revolución como una misma cosa, otorgándole a esta última la categoría de altar, que es como Martí veía a la patria en sus oraciones.

La ruptura de la acostumbrada unanimidad en la votación de las reformas a la Constitución es un síntoma, pero la cantidad de los que no apoyaron la reforma es ridícula y en consecuencia no me parece síntoma importante de disensión como se quiere hacer ver. Quienes vivimos en la democracia sabemos que esa variable no es significativa y puede estar condicionada por diversos factores que la hagan moverse dígitos a favor o en contra. Al revés, yo hago una lectura pesimista y por tanto realista del respaldo conque todavía cuenta el régimen. La oposición visible, que es muy valiente, y los analistas habituales de la misma, han querido hacernos ver con un análisis triunfalista que esos números de desaprobación son un reflejo del deterioro del apoyo. Nada más lejos de la realidad. Posiblemente, si el Gobierno hiciera un referéndum de aprobación a su proyecto saldría ampliamente respaldado. No se trata de que haya una masa acrítica con la política y la gestión del Gobierno, sino que al margen de la reprobación hay una relación de complicidad, protagonismo, resignación, basados en la configuración de valores sociales e ideológicos que conforman la psicología social del cubano. Esos son algunos de los elementos sobre los que se ha construido la doble moral que ha sido uno de los principales recursos de sostén de la Revolución. Yo recuerdo a un amigo, radicalmente contrario a la Revolución, que aseguraba que si llegaba el enemigo, lo verían defendiéndola en el Malecón. Aún mejor se ve en la conducta de gran parte de los cubanos vecinos fuera de la isla, beneficiados por la nueva política migratoria, que parecen padecer una especie de agorafobia ideológica y prefieren sentirse seguros en los espacios reducidos del dogmatismo. Yo creo que la votación fue un éxito para el Gobierno cubano y denota que si logran encontrar una vía de financiación por las diferentes canales que abren las tímidas reformas, habrá para rato eso que todavía llamamos Revolución.

Usted dejó una Cuba abocada al desastre. ¿Ha regresado a la Isla? ¿Qué sensaciones le deja la Cuba actual?

La última vez que estuve en Cuba fue hace mucho y ya el deterioro físico y moral era alarmante, me dejó unas sensaciones de dolor que me costó trabajo superar. Recuerdo sobre todo la suciedad, los contrastes entre dos Cubas que empezaban a emerger de la opulencia asociada a una clase con acceso a la moneda extranjera y otra que se deprimía en la pobreza y la suciedad. Empezaba a consolidarse una clase asociada a los grupos de poder económico y militar que iniciaron la toma del poder real con el deterioro de Fidel Castro, una casta que actualmente ha quedado separada de los más pobres y a la que permanecen unidos por el discurso de la Revolución que elaboran a la medida de sus necesidades, utilizando las mismas palabras y los mismos mensajes donde culpan a otros de que no haya huevos, cuando en realidad es justo lo que ha faltado para cambiar. José Rodríguez Feo, ese escritor millonario que hizo la revista Orígenes junto a Lezama, me decía, mientras miraba la punta de las deportivas rojas en sus pies y acariciaba el anillo que ceñía su meñique derecho, que la solución de Cuba empezaría cuando los altos dirigentes cambiaran sus comodidades por coger guaguas. Pepe murió en La Habana, a donde yo le mandaba los paquetes de bolsas higiénicas donde se depositaba la porquería que su cuerpo no podía evacuar, igual que Fidel, solo que las porquerías debieron ser diferentes. Los altos dirigentes han hecho lo contrario de lo que sugería Pepe, el escritor que decidió dejar todo lo que estos nuevos ricos pretenden, alejándose cada vez más de aquellos para los que se supone se hizo la Revolución.

Es una situación dramática, porque el cambio de Cuba depende de esa nueva élite que nunca cogerá una guagua, ellos saben que una guagua es un receptáculo donde sólo van los que no tienen a dónde ir. En un país normal, como lo fue la Cuba anterior al golpe de estado de Batista, país pobre, todavía incompleto, joven, con grandes diferencias sociales y con los problemas que aquejan a otras democracias subdesarrolladas como la corrupción política, por ejemplo, la gente, no obstante, podía equivocarse votando en las urnas a nuevos dirigentes que pudieran encaminar el país, pero en la Cuba actual no pueden hacer otra cosa que esperar, esperar se ha convertido en el oficio más conocido por los cubanos y casi se ha convertido en parte del conjunto de sus cualidades o defectos. La sensación que tengo es como las que nos deja una pesadilla que se repite y de la que no se termina de despertar porque el sueño nos ha tragado a todos y es el sueño el que ha tomado el mando de nuestras voluntades. Eso es lo que le ha pasado a Cuba. Todo el mundo quiere escapar, pero somos parte de ella, la repetimos y repetiremos las consignas vaciadas de contenido por quienes imponen la rutina, el rito, la adoración y la doctrina. Es un sueño que en un principio pudo ser gratificante, pero se hizo tan largo que se ha vuelto una pesadilla insoportable que nosotros mismos alimentamos. La idea de salvar al país usando a los “orgullosos y nostálgicos” como último recurso está basada en esa filosofía de la complicidad. Parodiando, la clase dirigente parece haber pensado: o nos salvamos nosotros o nos hundimos todos.

[1] En lugar de generaciones puede leer movimientos, si usted prefiere este término.

[2] Se refiere a El Caimán Barbudo, publicación surgida en los años sesenta y que ha vivido diferentes épocas hasta la actualidad. A los que publicaban allí se les llamó caimanes.

Alejandro Langape

Alejandro Langape periodista

Ingeniero. Narrador y ensayista. Egresado del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Reside en Villa Clara.

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