En la obra titulada “Mi país”, donde nos es propuesta la C mayúscula —cuyo dibujo recuerda una bahía, un bolso, un útero, una boca—, encontramos obstruido el agujero de entrada-salida y el interior, bodega o vientre con una cantidad de letras caóticas, que nada dicen o significan, sino que están allí. Las letras que tapan la entrada (uba) se unen a la C para formar el nombre de la isla y la isla es el amor; aunque si pudieran ser, acaso, apartadas, eso que está adentro —contenido, retenido, prisionero, inútil— entonces saldría afuera y lo desconexo, quizás, revelaría un orden que desconocemos. La isla es el amor, pero también lo que duele.
Por ello, los principios de juego visual bajo los cuales son dispuestas las letras en “La isla isla”, abren una compleja tensión según la cual la isla “original” se ofrece a lecturas múltiples, reales y simbólicas al mismo tiempo: derecho y revés; en continuidad, como si hubiese dos islas en una; con artículo y sin artículo. La manera de conseguirlo es partir de la invención lingüística contenida en la combinatoria que leemos en la imagen: laisLaisla, palabra inexistente, sobrecargada de significaciones, producto de duplicaciones y excesos, espejos.
Las tensiones estallan en un cuadro como “Umbral del lenguaje” en el cual un texto-base, el Manifiesto Dadaísta del poeta Tristan Tzara (en particular el momento donde el rechazo a la hipocresía y al temor ante los cambios, típicos del acomodamiento burgués), es transformado primero en reflexión metafísica, aterrizado de repente en la circunstancia cubana y entonces devuelto en un sonido y gesto que emparejan los realizados por Tzara-Dadá: grito. Se trata, sin embargo, de una zona de grito, un pedazo, un fragmento que debe ser completado, pues el grafema (las letras que vemos) son únicamente las del comienzo de la palabra: gri, al tiempo que en la parte inferior del cuadro son reproducidas imágenes de grillos (cuyo nombre también comienza con las tres letras mencionadas y a los que se recuerda por su incómodo sonido chirriante). La bisagra entre esta cantidad de realidades separadas por el tiempo es la pareja de versos de Antonio Machado: “Desdeño la romanza de los tenores huecos / y el coro de los grillos que cantan a la luna”. Francis, como autor, nos pide ser el grillo que chirría, grita. Se trata de ser civil, ciudadano, voz. La poesía, frente a la cual siempre tendremos que hacer la pregunta que nos revele su condición (como en “Despejando el valor de equis”), quiere participar, discutir, ser peligrosa, cortar, ser poder, nación.
De ello nos habla “Cruzas por la poesía…”, donde las palabras en vertical y horizontal, hábilmente divididas o juntas, develan capas de la posición del intelectual ante el país, su historia y los futuros. Lo anterior se aprecia, en un nuevo entramado problémico, en “Palíndromo. Esta es la cuestión pública (Tríptico)”, tríada de cuadros compuestos mediante el dibujo de la definición clásica de Shakespeare: “Ser o no ser”. Pese a lo imposible de describir la estructura visual del palíndromo, alcanza con imaginar que el “ser” de la parte final nos es presentado como “Res”, pero en unos signos apenas punteados que establecen diferencia entre lo real y firme, y lo imaginario. Las capas de sentido se precipitan, pues como mismo las letras de ese Ser al que llamamos “real y firme” son de un negro absoluto, también están erosionadas, sueltan pedazos, dan idea de encontrarse en proceso de desintegración desde adentro. Y, junto con ello, todo (mucho) está aquí en los pequeños dibujitos insertados en el interior de las letras, como manchas a las que —si no se les presta especial atención—- se creería que carecen de importancia: una tribuna con micrófonos, una bandera cubana, la palabra Marx, la balsa mítica hecha con cámara de camión y su remo acompañante, la palabra madre, fantasmas, monstruos, aletas de tiburón. Las letras que la palabra Cuba llevaba en el vientre y a las que, en su acumulación confusa, nos era imposible identificar, salen, flotan junto con la isla, intentan expresarla.
En esta versión de Cuba llego a un punto de paz en el tríptico integrado por los cuadros “Circo sentimental 1. Esclavízame”, “Circo sentimental 2. Avísame”, “Circo sentimental 3. Ámame”; en ellos, partiendo de la disposición de las letras según valores de caos/orden es posible leer una progresión que inicia en lo enrevesado y confuso hasta concluir en la claridad, venturosa, del amor. En este punto, en mitad de la violencia de la Historia el poeta se descubre como sujeto pequeño, quizás débil, y encuentra en el amor su salvación, instante o definición de paz. Si tuviera que elegir, ese es el Francis que prefiero; a mi entender, el más puro y despojado: sufre, duro, corta, grita, insiste, incomoda y con una capacidad (y necesidad) de amor enorme: poesía, país, persona.
(Palabras al catálogo de la exposición de poesía visual “Desechos humanos” de Francis Sánchez, La Habana, 25 de diciembre de 2017.)