El nombre de una persona puede darnos la dimensión de una cultura. Puede identificar una tragedia nacional, universal... En el nombre de Celia Cruz, Cuba queda identificada política y culturalmente. Pues la mujer que más lejos llevó los ritmos de nuestra música, también llevó a cada rincón del mundo noticias de la tragedia política en la que ha sobrevivido la nación cubana por seis décadas.
Así veo a María de los Ángeles Fernández Paz, alguien que identificamos a partir de la publicación reciente de sus libros bajo el nombre de LIRA DE LOS ÁNGELES, nacida el 25 de noviembre de 1912 en la ciudad de Holguín.
Ella perteneció a la generación literaria que en esta ciudad frecuentaba los espacios culturales de los años cincuenta y junto a sus colegas de la literatura publicaba en revistas y periódicos de Cuba y de otros países.
De esa época holguinera solo la poeta Lalita Curbelo Barberán adquirió la consagración que sucede al reconocimiento de una obra. Ambas compartieron una misma devoción literaria, una misma religión y el mismo vecindario. Pero a partir de 1959, o más bien tras los cambios que tuvieron lugar en la sociedad, Lira de los Ángeles llevó una vida de silencio profundo, de distanciamiento social.
El año 1998 marca el instante en que la poeta vuelve a la palestra, cuando obtiene el Premio “El mar en la poesía”, en un concurso dedicado al aniversario 181 de la ciudad de Gibara. En la antología titulada Cuerpo secreto de la rosa (Ediciones Holguín, 2003), es acogida junto a autores de su provincia.
Diez años después, Ediciones Pirámide (de factura independiente), dio a conocer la plaquette No quiero confesarme, con una pequeña selección de sus sonetos. Pero la suerte mayor y fortuna para que su obra se dé a conocer a modo de libro, llega a partir de un proyecto de Cáritas Holguín. Esa institución la salva del anonimato y la ubica en la extensa nómina de escritores publicados de una ciudad que es gloria del Olimpo en Cuba. Así aparece Sonetos de María (Cáritas Holguín, 2014), que reúne cincuenta sonetos escritos a partir de la década de 1930. Algunos constituyen una confesión patriótica, tallados a la medida del clásico estilo y reveladores de ese dolor de isla (doblemente llevado por la ermitaña), que describen varias generaciones de escritores cubanos.
Su poética está ceñida a su fe de patria, de mujer, de hija —que apenas con catorce años— ve morir a su madre y desde el dolor escribe: “¡Una madre, una madre... / cuánto tiempo que no tengo una madre!: / Y he llorado dolores sin pañuelos / y he tenido tristezas infinitas (…) Y van dejando astillas enterradas/ que nos duelen a trechos.../ ¡Nadie sabe cómo una lleva el alma!”.
Me resulta vital y trascendente la poesía que recién descubrimos de esta mujer holguinera, que con textos fechados en días de un primer aniversario de la revolución triunfante, es testimonio y confirmación del matiz autoritario del régimen tempranamente aliado a las políticas del soviet:
NO HAY REYES
(15 de febrero de 1960)
OH, MI CUBA
(8 de marzo de 1961)
Sonetos de María tiene el mérito de ser el prístino libro de sonetos publicado por una mujer en Holguín. Abre con una página dedicada “a la familia / a uno y otro lado / del mar”, porque en el caso de Lira, como en tantos cubanos, allende los mares se encuentra la familia… causa y efecto de una genealogía de isla que aún anda a trancos por los mares.
Lira escribía desde el mundo doméstico, desde la intimidad del hogar, siempre presente en ella su condición de veladora de la patria que la hace invocar: “Ha llegado la hora, el sacrificio. / Adolorida tierra, patria mía / confiada, bondadosa, tan ingenua / cediste a un arrullo de paloma / al halago, al ardor de una palabra. / Como Leda ante el cisne en la blancura / de sus plumas creíste demasiado”.
De la casa a su iglesia. De la iglesia a su casa puede considerarse que fue su andar en sus últimas cinco décadas de vida. Hizo viajes a los Estados Unidos de Norteamérica después de pagar el precio de haber visto partir a dos de sus tres hijos en días de la Operación Peter Pan, para lograr el reencuentro veinte años después. Y siempre regresó a su calle Cervantes 337, en Holguín.
Aquí la suerte de que sus herederos me permitieran abrir gavetas y archivos donde se adormilaba una papelería que ahora clasificamos en grupos de cuentos, versos libres, décimas, romances, epístolas, meditaciones, sonetos… Aquí he agradecido por primera vez que me invadan el estornudo, la coriza, la gripe, la fiebre, en fin la faringoamigdalitis al rebuscar en su escribanía. Aquí las charlas, entre tazas de café, de la familia que ve con ojos sabios la edición póstuma.
Sus poemarios han sido ilustrados con fotografías halladas en sus archivos. Tea oscura (Cáritas Holguín, 2019) es su primer libro en verso libre, de un desenfado verbal que nada tiene que envidiarle a un libro de la contemporaneidad. De verso audaz, vibrante: “Yo no puedo ajustarme/ a tu paso distinto, / a la vida sin alma, / a los ojos sin luz: / A ser solo una cosa / en el mundo inexacto / sin Oriente, sin Norte, / sin aroma ni azul. / ¡Seré siempre rebelde!”.
Esta propuesta literaria es profética desde la petición que hace la mujer católica en su página primera:
Holguín, 15 de septiembre de 1958
Lleno de mística y sabiduría, Tea oscura es como el puente en mitad de dos caminos que levantan, sostienen y ven quebrarse a un mismo tiempo la historia política, social y cultural de una nación. A un lado el canto titulado “Hay una antorcha bajando”:
(24 de septiembre de 1958)
Pero justo en septiembre del próximo año, la poeta lanza un grito de auxilio que expresa el sin sentido de los cambios:
SOS
(31 de septiembre de 1959)
Rebelde es Lira de los Ángeles desde la mansedumbre de mujer que ha bebido en las páginas proféticas del Apóstol, sin embargo, es a Simón Bolívar a quien le escribe (en agosto de 1961) una carta pidiéndole que interceda por Cuba cuando ve que su patria “da reflejos grises”, y necesita la mano del Libertador: “ tengo que hablarte, yo no puedo por más tiempo callar, es necesario: Asómate, Bolívar, un momento desde la altura inmensa de los Andes, con esa tu mirada penetrante y observa lo que pasa en este lado (...) Yo sé que tú te asombras, que preguntas por qué no le dirijo esta misiva a Martí, a Maceo, a Céspedes y a todos los patriotas más grandes de mi patria... ”.
Hoy está menos sola la Adelaida del Mármol del Holguín neblinoso del siglo XIX. Menos sola la Eulalia Curbelo que publicó en su sección “Literarias” del periódico Norte de la Cuba republicana los primeros poemas de Lira de los Ángeles. Menos solas están Marilola X, Guarina y las damas que se conocieron a través del verso en la primera mitad de nuestro anterior siglo.
Vendrán artículos, crónicas, reseñas de una obra ante la que ya no permanecerá ajeno el labio crítico y ávido de dulcificar la vida, de hacerla más útil desde el reclamo de lo justo. Alguien anotará en su agenda una cita con la obra de la autora, con sus recuerdos, con un pasado que para bien convendrá remover…
Alguien, desde la inquietud y la sospecha, se hará preguntas y buscará respuestas: ¿por qué tanto silencio, Lira nuestra?