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¿Poemas para lerdos?

Tendederas sin ropa. Foto: Francis Sánchez
Imagen: Francis Sánchez

No hay otra senda.

Me resigno a pisar

las hojas secas.

Wasajo

Quizás el signo más visible para identificar la calidad de un poema sea la sugerencia. Entre los mejores ejemplos de la literatura mundial de cualquier época se hallan los haikus. El refinado arte japonés (3 versos de 5, 7 y 5 sílabas) casi puede considerarse un paradigma de cómo tratar las semillas para que florezcan.

El de Wasajo que reproduje como epígrafe ejemplifica el difícil encerrar para que el lector suelte, expanda. Apenas son once palabras, con las licencias poéticas suman 17 sílabas. De ellas sólo dos son sustantivos: senda y hojas, aunque el infinitivo —pisar— funciona también en calidad de nombre, sin perder su carácter verbal, junto a las dos formas conjugadas: hay y resigno. Si restamos la preposición y el artículo sólo queda un adjetivo —secas— y el pronombre: me. Supongo que el original en japonés exhiba un laconismo aún más intenso... Lo cierto es que el autor —bajo el respeto de suponerle al lector por lo menos su misma inteligencia y sensibilidad— no necesitó nada más para estructurar su haz de sugerencias.

Allí se hallan disímiles propuestas, a individualizarse como placer de leer. Una idea de las insinuaciones contenidas en las once escasas palabras multiplica las connotaciones, enriquece. Provoca:

La metáfora continuada implica el poema, las 17 sílabas aluden al otoño y establecen la analogía con el paso del tiempo que la vida arrastra consigo, hacia la vejez y la muerte que el Buda interioriza.

La certeza de que no hay modo de evadirse serena el existir, lo interioriza como tránsito inexorable. La resignación ante la mortalidad, sin embargo, provoca el olvido. Tal vez al aplastar lo vivido haya un renacer. Quizás se insinúa levemente —según el lector y su peculiar “otoño”— la necesidad ontológica de que la memoria borre... ¿Destruya?

Los versos fungen de catalizadores. Sólo eso. En la aparencialmente sencillez lógica que relatan, surgen las flechas de la meditación. Alguien por el bosque de este haiku sólo tiene una opción, que lo obliga a pisar el oro viejo de las hojas. ¿Por qué no hay otras sendas? Y con esa pregunta implícita, sugerida desde la reflexión, el poeta japonés abre-cierra el texto.

Wasajo, sin embargo, no excluye una lectura optimista, llena de la ingenuidad que suele acompañar a lo obvio: Las hojas secas también pueden servir para abonar el árbol, propiciar que retoñe al año siguiente, en otra primavera. Aunque las hojas secas —el pasado—, como mucho después observará Walter Benjamin, nunca se puede recordar tal y como ha sido, solamente en una sucesión de relámpagos.

Otro buen ángulo del grávido poema lo expone el amigo poeta Orlando González Esteva —espléndido conocedor de haikus— cuando comenta: “El caminante, hipersensible a la fragilidad de las hojas caídas, renuente a acelerar su desintegración, a causarles mayor daño que el que ya han sufrido a manos del tiempo —acaso aún retengan un vestigio de vida—, ha buscado una alternativa a la ruta que hasta entonces seguía, la ha buscado para no destrozarlas, pero esa alternativa no existe, todo está cubierto de hojas, y si quiere llegar a su destino tendrá que caminar sobre ellas, oírlas crujir y deshacerse bajo sus pies”.

Como siempre rechaza lo evidente —lo que hoy la trivialización de la literatura apenas contempla como imprescindible—, la difícil modalidad poética permite venturosamente que se exponga una amplia diversidad de lecturas. Ahí está su reto y riqueza.

En el siguiente haiku del justamente célebre Matsuo Basho, escrito hace más de trescientos años, el lector vuelve a experimentar el arte de la sugerencia como elíxir, truco decisivo para la magia del poema. Dice, en la traducción de Octavio Paz y Eikichi Hayashiya, Sendas de Oku, publicada por la UNAM en 1957:

 

Este camino

nadie ya lo recorre,

salvo el crepúsculo.

 

La almendra filosófica nunca es unívoca en el haiku. No debe serlo en un poema fuerte. La impersonalidad del tono es, precisamente, la que abre el abanico exegético; la que posibilita desemejantes lecturas, aunque ninguna puede alterar lo que dicen las 17 sílabas. Unas preguntas argumentan: ¿Se trata del camino que corresponde a cada vida? ¿Es una confesión hecha por un viejo? ¿Sólo el camino simboliza el pasado? ¿Debe esperarse la muerte con la resignación lúcida de lo inevitable, tal vez necesario? ¿Por qué está vacío? ¿Volverá a ser recorrido? ¿Tiene el haiku alguna conclusión?

Por supuesto que no. Si concluye —cierra, clausura, dictamina— deja de ser haiku. Debe limitarse a presentar. De ahí que el signo clave sea sugerencia. Y en ella está la mejor señal para cualquier poesía vigorosa, la que elude subestimar al lector, despeñarse en didactismos.

Aunque nadie se da por aludido, lo evidente es que si algo abunda en la poesía actual es lo groseramente elemental. Ahí se hermanan el supuesto “poeta” con el supuesto “lector”. Los dos juegan a ver cuál es más imbécil.

Un haiku de Octavio Paz, recogido en Libertad bajo palabra (México, FCE, 1960), es perfecto para advertir —quizás inútilmente— contra tanto poema para lerdos, tardos... Para modular la idea de este apunte: la simpatía y comunión con aquellos poemas que sólo insinúan, proponen. Dice:

Hecho de aire

entre pinos y rocas

brota el poema.

 

(Miami Springs, diciembre y 2015)

José Prats Sariol

José Prats Sariol, foto en revista Árbol Invertido.

(La Habana, Cuba, 1946). Poeta, ensayista, narrador y profesor universitario. Graduado de Lengua y Literaturas Hispánicas (Universidad de La Habana, 1970). En su rica bibliografía sobresalen los títulos de narrativa: Mariel (1997, 1999), Guanago Gay (2001) y Las penas de la joven Lila (2004). Autor de libros de crítica como Estudios sobre poesía cubana (1988), Criticar al crítico (1983), Leer por gusto (2016) y Erritas agridulces (2016), entre otros. Junto con un grupo de críticos literarios preparó, en 1988, la edición de Paradiso para la Unesco. Ha ofrecido conferencias en universidades y centros culturales en diversas partes del mundo. Fue huésped becado de la Casa del Escritor de Puebla, México, durante dos años, en donde coadyuvó en la preparación de escritores noveles, creó la revista Instantes, bajo los auspicios de la Universidad de las Américas y colaboró en varias publicaciones literarias locales. Ha publicado el libro de ensayos Lezama Lima o el azar concurrente (Ed. Confluencias, España, 2011). De él, dijo José Lezama Lima: “Armado de un sentido crítico que colma en la balanza la trenza de la lechuza y el arcoíris del zunzún”.

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