Para hacer del tiempo muerto de la espera un arte, emplearse en la lectura. Tener a mano el periódico, por ejemplo, leer allí donde acaba la noticia y empieza otra; en el breve fragmento en blanco turbio, la posibilidad de establecer asociaciones e incluso disensos entre la opinión del periodista y la nuestra. O llevarse un libro para la cola en la notaría, el banco, la clínica estomatológica... Empezar de cero con un libro. O releer.
Justo eso fue cuanto hice ante el par de horas que tenía por delante, a lo largo y ancho de una cola, en un vetusto inmueble de Centro Habana: releer algunos (viejos) delirios de Lage. Se trata de un breve libro de textos breves titulado Vultureffect (Unión, 2011). Jorge Enrique es el autor, rubio y casi inmutable. Como una roca caliza. Jorge Enrique Lage es un escritor 99 % cubano.
De súbito pienso en el área de las piezas narrativas del libro de JE. Podrían tener el tamaño, la profundidad e intensidad de un picotazo: el de la envestida de un aura sobre la carne medio descompuesta de un animal.
“Aura, también gallinazo: Catahrtes aura. Cabeza desnuda. Plumaje casi negro. (…) Tienen el pico en forma de gancho. Se alimentan de carroña, basuras, frutas, reptiles pequeños y televisión.” Esta es una cita y sintetiza la pieza “Territorios”. La creo perfecta para entender los mecanismos de asociación, proyección y desplazamiento (movimiento de fuga más que de enfrentamiento, en cierto modo es un dispositivo de enfrentamiento esta escritura, en su loco afán de evitar un entorno de encierro avanza en reversa, endemoniada, siempre plantando una ladina pelea).
¿Cuál es el contexto de estas historias de Lage? No es Cuba, o no es La Habana (o lo que en el libro esos nombres representan), y si lo son han sido narradas “sin el color del verano”; en ellas casi todos nosotros estamos ausentes.
Del tamaño (casi) de un picotazo, dije, era la extensión de estas piezas narrativas. ¿Por qué me empleo a fondo (casi) para no decir que son minicuentos o minificciones? Abro y cierro el libro y sonrío. Vuelvo a sus páginas, releo textos. Y pienso en Lage y en el buitre, hago entonces una suerte de construcción poética para comparar lo que constituye la dieta de un aura y la de Lage en tanto escritor y lector (lector y escritor cubano, que no es poco decir, porque el área geográfica determina la calidad y cualidad de cuanto se come y lee).
Eres lo que comes. Padecerás y gozarás sus efectos.
Eres lo que lees. Padecerás y gozarás sus efectos.
Modos de comer. Modos de leer.
Modos de sintetizar y aprovechar todo lo consumido.
Textos breves, los de Vultureffect, como porciones arrancadas por Lage de cuanto nos rodea. Su libro es una mesa variadísima. Crudos o cocinados, frescos o en franca descomposición están servidos los platos. La literatura y el cine, la ciudad, la música, la TV, la política y las ciencias, los juegos de mesa, la flora y la fauna citadina, la fotografía y las artes plásticas son la materia base...
Me permito otra construcción poética: este Lage vuela y planea sobre la literatura, clava el pico y las garras en el cuerpo de Virgilio —el nuestro—, Loriga, Burroughs, Nabokov, Heriberto Yépez, o se solaza en las movedizas arenas de Reinaldo (una literatura que aprovecha tanta descomposición y dolor y odio y amor y locura)... Dejemos aquí la lista de nombres y modos de escritura.
Las series para la TV también forman parte de su singular sistema de asociaciones —¿acaso es posible entender al Homo Sapiens Sapiens 3.0 sin echar mano a esta nueva manera de analizar, entender y acoplarse a la cultura, la política, la economía?
Vultureffect también es un retablo donde se pasean mamíferos de lujo cuyo hábitat no solo es el set de filmación o los escenarios de grandes conciertos. Habitan también en las portadas de Squire, Play Boy (digamos solo un par de ellas), en DVD’s o CD’s, en las pantallas de cine, PC’s, tablets, smart phones o nuestros televisores, y en nuestro ropero, las peleterías, en el inconsciente. Ahí no acaba el delirio de esta roca lenguaraz, enumeremos: criogenia, inteligencia artificial, teorías científicas, formas biológicas que van del orden al caos en una Habana que no es la de Pedro Juan ni la de Padura ni la de Cabrera Infante ni la de Fernando Pérez ni la de Juan Formell, pero que está muy bien conectada con otros nombres de ciudades o ciudades —tan irreales como las narradas por los noticiarios, documentales y diarios.
Hay además en este libro no pocas formas de infringir dolor y proporcionar placer, coloridas instantáneas en donde el dolor desemboca en el placer —también el sistema transita y opera en sentido contrario—, látigos, trajes de látex negro, asesinos seriales, tacones de aguja y comprimidos (¿por qué no escribí “pastillas”?), dibujos animados, lobotomías y variedades de porn-stars. Para Vultureffect incluso fue diseñada una banda de buitres bandidos; atracan bancos y supermercados, pinchan los neumáticos de los autos y destrozan los parabrisas, “violan a las mujeres y las mujeres violadas dan a luz criaturas híbridas (…): un buitre capaz de pensar como niño o niña y que, al hacerse mayor correrá a unirse a una bandada de buitres bandidos”.
No creo haber respondido por qué eludo la clasificación “minificción o minicuento”. Quizá lo sean en un 99 %. Es el aparente error en su genética lo que me motivó a releerlo. El humor en estas piezas es “una hipertrofia de la ironía”, en ellos se alterna la violencia y el absurdo, aparecen buitres parlantes, diferentes gradaciones del Homo Sapiens, pero esos detalles no garantizan per se un desmarque en el género. Quizá la concatenación de eventos, personajes e historias (algunas literal o aparentemente abortadas) o las fuentes utilizadas como sustrato indican que estamos ante un tipo de escritura que además ha cambiado de blanco. Un blanco móvil. En la mutación y el blanco elegido se definen los caracteres de las breves piezas narrativas de Vultureffect.
Para no dar más rodeos, Jorge Enrique Lage los llama buitrextos. Ya lo dijo en una entrevista: se trata de “narrar con esa sustancia que queda, como un malestar, como una indigestión, en el interior de la historia que estás contando”. Supongo que ese es el 1% necesario para la fuga perfecta, una en donde te alejas como una endemoniada máquina que plantará bandera en otra parte.
* Jorge Enrique Lage (La Habana, 1979). Es licenciado en Bioquímica, narrador, especialista del Centro de formación literaria “Onelio Jorge Cardoso”, jefe de redacción de la revista de narrativa El Cuentero y editor de la Editorial Cajachina. Entre 2005 y 2008 participó en los proyectos digitales 33 y 1/3 y the revolution evening post. Entre otros ha publicado El color de la sangre diluida (Ed. Letras Cubanas, 2007) y Carbono 14 Una novela de culto (Ed. Altazor, Perú, 2010) y La autopista -the movie- (Ed. Cajachina, 2014).