En esta isla dispersa, fragmentada por la intolerancia y la incapacidad del régimen de lograr un libre equilibrio entre las partes que conforman el ser de la sociedad, la literatura es el rumbo a seguir para encontrar las huellas de un proyecto hecho pedazos y lanzado al azar por las cuatro esquinas del universo.
En Miami, Madrid, México D.F., París o el más apartado lugar de cualquier punto de la geografía, un escritor cubano se adueña del espacio real que dejó atrás, y a golpes de memoria entreteje una historia sobre causas, razones y hechos que hicieron de su vida este peregrinar que lo alejó de su tierra natal.
Siete historias habaneras (Neo Club Ediciones, Miami, 2014, 198 pp.), escrito por Augusto Gómez Consuegra, es un recorrido desde la memoria y la distancia por una realidad que se transforma en la alteridad contextual, pero que revela experiencias aprehendidas durante su vida en La Habana, armado con retazos reales e imaginarios sobre los despojos de una anquilosada ciudad.
Con la ventaja de no limitar su expresión por temor a la censura oficial, la otredad visual del distanciamiento, y el cúmulo de historias reseñadas por el viajero ocasional, el escritor se adentra en un mundo real que a veces no vemos por la cotidianidad de un derrumbe social que vivimos sobre la marcha.
Calificado como un autor que “establece el precedente de una narrativa precisa, frecuentemente matemática…” por el ensayista, crítico y editor Armando Añel, Augusto nos devela en sus relatos “La pretensión”, “Mea culpa” y “La desgracia”, entre otros, esa parte de Cuba que desde aquí no se puede ver.
De igual forma, pero a través de la poesía, en el libro Ínsulas del cosmos (Ego Group Inc., Miami, 2006, 62 pp.), Alejandro Fonseca nos conduce, entre tropos y símiles insertados en un tono conversacional, por esas islas cósmicas en el acervo cultural de una nación que forman parte del imaginario popular.
Sea en Troya o La Habana (viviendo en extramuros de una ínsula rodeada por el temor a cualquier tipo de violencia o imposición), la mirada poética traza un puente que, cruzado por un sujeto lírico múltiple y observador, canta recostada en el muro de la desesperanza su añeja y tenaz letanía del ansia de volver.
Tras un exergo que resume la trayectoria temática y visionaria del poemario (“…cuánta palabra, cuánta pobreza, cuánta máscara deshaciéndose como una cansada profecía”: Jorge Luís Arcos), Fonseca nos transporta en versos que rompen como olas gigantes en las costas abruptas y lejanas de ínsulas perdidas
Estructurado en tres secciones que se interrelacionan y complementan en su decursar tautológico por la geografía insular: La sombra, los disfraces; La certeza, los designios, y Un bosque, un pueblo extraviado, el poemario es un mapa de nostalgias cartografiado en versos desde la dura realidad del exilio.
En su poema “El último refugio”, el poeta se pregunta: “si por un instante pudieran devolverme / la ceniza irradiante de lo perdido / qué puerta / qué constelación abriría…” En Las culpas innombrables: “Adónde han ido los cuarteles vacíos de las noches / los sueños invernados de una isla”.
Poesía de la nostalgia, el amor, la culpa, y la esperanza perdida, Ínsulas del cosmos funciona, sin lastres panfletarios, como un lírico y a la vez endurecido alegato contra quienes levantan por la fuerza del poder el muro de la lejanía.
El catálogo de una isla dispersa, confeccionado por escritores cubanos desde las más cercanas, alejadas, acogedoras u hostiles geografías, es el ave viajera que sobrevolando los muros de la intolerancia, establece su nido allí donde la memoria, sin importar el tiempo y la distancia, tiende un puente hacia la vida.