Una amiga poeta, Lilliam Moro, me decía hace poco que cada vez que oía el nombre de la revista Árbol Invertido, no podía dejar de pensar en la historia de persecución a la homosexualidad implantada como política de estado con la revolución de 1959. Era lo primero que le venía a la mente, el estigma, la palabra marcada con hierro caliente.
“Es un invertido” decían de una manera más rebuscada, en público, aquellos mismos funcionarios o vulgares intolerantes que usaban en privado palabras como “maricón”, “pájaro” o “cabo de carpeta”.
Me causó al principio un poco de extrañeza el comentario de mi amiga. Claro, entendía que ella había salido al exilio en una época cercana al funcionamiento de los campos de concentración conocidos como UMAP, donde cayeron muchos por su “conducta impropia”, y donde se les intentaba reformar, reeducar, al estilo del filme La naranja mecánica, para “enderezarlos” moralmente.
No le dije a Lilliam, pero ese día pensé, como otras veces, que el mismo sistema represor ha tenido más o menos éxito en reciclar esa historia para dejarnos con la única imagen del reprimido por cuestiones sexuales, a gusto de los arqueólogos oficiales, cuando lo cierto es que, de la misma manera que en aquellos campos terminaron encerrados también religiosos, opositores y toda la “lacra antisocial” compuesta por cuantos sujetos contravenían el proyecto de una nueva subjetividad domesticada, colectivizada, la llave maestra de interpretación de esta historia radica en que desde entonces y hasta hoy la sociedad del partido único es repelente en esencia al empoderamiento de las personas, al ensayo de las libertades individuales o a cualquier auténtica diversidad, como la más simple y llana libertad de expresión.
Pero, en definitiva, en la parte está el todo. Así que, efectivamente, es un “invertido” en toda su extensión este medio de comunicación libre que arriba a los 15 años de edad en 2020.
Aunque eso no quita que tuviéramos en mente otras simbologías cuando escogimos el nombre.
El árbol inverso es una de las imágenes más poderosas que persiste a través de múltiples culturas, por su simpleza y fuerza, pues evoca una dimensión cósmica. Simboliza la realidad humana y terrestre como un fruto de la emanación de principios universales. En textos antiguos, en los Upanishads, el universo aparece como un árbol invertido que representa también la posición del hombre en el mundo. Escribió Manly P. Hall en sus Enseñanzas secretas de todas las eras: “Los cabalistas medievales representaron la creación como un árbol cuyas raíces estaban en la realidad del espíritu y sus ramas en la ilusión de la existencia tangible”.
“Árbol Invertido” era ya el título de un poema de Ileana Álvarez cuando en 2005 nos decidimos a hacer una publicación cultural independiente desde adentro de Cuba. La conciencia de hallarnos tragados por la ballena, se correspondía con la misma noción de estar abajo o ir cuesta arriba, lo que incluía una prueba espacial concreta en intentarlo fuera del juego, desde una “provincia del interior”. Tomamos el nombre del poema de Ileana que dialogaba con otro de John Donne para anticipar el acto de resistencia a que nos disponíamos, y el verso de cierre como una declaración de intenciones: “Ah, verlo todo distinto”.
El “Número 0” fue solo un correo electrónico —tecnología de punta, lo máximo a que podíamos aspirar, única y exclusivamente dentro de la intranet del Ministerio de Cultura—: al abrirlo, se visualizaba como una página web. Así seguiríamos por no pocos meses. Para trabajar como un juego, siempre parecía muy difícil. Una de las primeras veces que lo intentaron cortar desde arriba, corrimos la voz (todo lo hacíamos público), y el poeta Manuel Sosa nos envió este divertimento, podía tomarse como una orden: “Árbol que nace invertido / jamás su tronco endereza”.
Vendrían otras etapas, armar un blog, enviar archivos pdf, y también imprimir y distribuir de mano en mano, o mediante acciones que llamábamos “liberar un árbol”.
No era posible organizar una presentación pública, normal y corriente, ni siquiera en nuestra casa, no sin peligro en primer lugar para quienes se atrevieran a asistir de público. Había que ponerse imaginativo si queríamos darle la vuelta al gran obstáculo. Entonces, algunos impresos se nos caían casualmente en lugares estratégicos de la ciudad por donde cruzaban potenciales lectores, delante de la biblioteca, en la librería, o en medio de una feria del libro. Nos apostábamos a distancia con una cámara, y documentábamos cada vez que un transeúnte chocaba con nuestro árbol caído, lo miraba de reojo, lo revisaba y tomaba la decisión de dejarlo o llevárselo.
Aprovechando la visita a Alemania en septiembre de 2014, nos encerramos a cal y canto con el narrador Jorge Luis Arzola (ya convertido en diseñador web), renunciamos incluso a conocer la catedral de Colonia, pero en pocos días le creamos un sitio a nuestro "matojo pervertido".
Colaboradores como poetas, periodistas, fotógrafos, gente con ganas de opinar, decir algo o llevarle la contraria a alguien, nunca han faltado. Se suben al árbol o halan una rama.
Por suerte a ese alimento increíble que es la libertad de expresión parece que nunca le faltará gente hambrienta.
“Ha sido un acto generoso”, le decía Ileana hace poco a alguien, ya en el exilio, sopesando la vida invertida en brindar un espacio a los demás, a costa del tiempo de la expresión propia.
Recuerdo cómo le contesté a un periodista hace algunos años, sentado en el lobby de un hotel en La Habana, en medio de turistas opacos, tratando de irme a través del cristal nevado y remontarme hacia mi origen: “Árbol Invertido es mi país, el que deseo, donde vivo en realidad”.