En los días que preparaba el resurgimiento de Árbol Invertido, víspera de la II Época de esta “revista de tierra adentro”, fui bendecido con la visita de un gran poeta que redobló mi ánimo. Roberto Manzano, el conocido “poeta de la tierra” en los años setentas, pero al cabo de una obra poética cuya grandeza y espiral intelectiva ha llegado a iluminar, dignificar y redefinir —así, que no al revés— este calificativo por él asumido y que viene desde muy lejos en la historia de la literatura cubana. Cuando nos despedíamos, le pedí un autógrafo, una señal, a él que hace de cada gesto un signo, no para mí sino para mi sueño, “mi” humilde revista, cuando no era mucho más que lo que sigue siendo aún, esta sensación de una presencia mejor o quizás solo la necesidad de una buena semilla bajo la tierra removida que somos y donde vivimos. Surgió en nuestra conversación, de sus labios, el término “tierradentrismo”, una hermosa fosforescencia a la que bien valdría dedicarle, en Cuba, una vida de luchas estéticas y civiles. El siguiente es el resultado de su trazo rápido, un dibujo, un manuscrito, donde palabras como “adentrarse” o “tierra” laten de manera distinta.