Cuando sepan de lo que voy a hablarles en este artículo, y a pesar de que en parte ya pueden casi adivinarlo a partir de su título, ustedes me dirán que se trata de una empresa imposible, y es bastante seguro que no se equivocan. Sólo que si nunca nos atreviésemos a acometer aquello que en un principio parece imposible, ¿qué nos quedaría sino vegetar?
Vaya por delante la aclaración de que los críticos cinematográficos alemanes no se caracterizan precisamente por usar guantes de terciopelo. Pero es que, además, incluso los redactores de las revistas que semanal o quincenalmente publican la programación de TV, suelen despacharse a gusto acerca de las películas que van a transmitir los distintos canales.
Repasando las de un solo mes, y haciendo una selección muy restringida, lean lo que he cosechado: “Desconecte el cerebro para verla”, “Historia y gags con olor a naftalina”, “¡Socorro! ¡huyan de este canal!”, “Porno tibio: tan sicalíptico como unos calcetines de lana”, “Film completamente en serio y, por lo mismo, involuntariamente cómico”, “Absténganse los alérgicos al kitsch”, “Tan estúpida que casi hace daño”, “Muy poca ropa y mucha menos historia”, “Se divertirá más jugando a las cartas”... Acerca de una cinta titulada Besos robados: “Acá lo único que te roban es el tiempo”. Y en fin, enjuiciando una producción tan sofisticada como Aimez-vous Brahms?: “Elegante, pero... aimez–vous soap opera?”
[Concluida el artículo me llegó la nueva revista quincenal con la programación de las semanas venideras, y repaso sus páginas sólo para cerciorarme de que no exageré nada al comienzo de estas líneas... y es verdad que no lo hice. Vean la nueva cosecha. Sin andarse con contemplaciones: “Hotel Adlon: Plagio de Gran Hotel”, el clásico de Greta Garbo.
Sobre una película de vampiros: “Drácula se revolvería inquieto en su tumba”. Acerca de la titulada Llamas de amor: “Exactamente tan cursi como su título”. Y estos otros cuatro juicios inapelables calificando otros tantos bodrios: “El guion no vale ni la tinta con que está escrito”, “Hasta su perro se dormirá viéndola”, “Lo único de peso en este film es el plomo de sus balaceras” y “En comparación, incluso el Viejo Testamento parecería recién escrito”].
Ante este telón de fondo ya puede sorprenderles bastante menos el hecho de que dos cinéfilos alemanes, Rolf Giesen y Ronald H. Hahn, decidieran un buen día hacer un libro de consulta, documentado y serio, estableciendo el repertorio de las peores películas de todos los tiempos: Die schlechtesten Filme aller Zeiten. ¡Imposible!, dirán ustedes (ya les avisé), pero lo cierto es que la idea se les había metido entre ceja y ceja, así es que pusieron manos a la obra, y aun cuando no consiguieron que el resultado fuese exhaustivo —que es lo que sí sería imposible—, desde luego que sí se deja ver, y consultar, y regodearse con él.
Por supuesto, no voy a perder nuestro tiempo resaltando aquí que en su libro está recogida prácticamente la espantosa opera omnia de, por ejemplo, Ed Wood, y la de Jess Franco, que no es menos mala, para decirlo sin andarnos por las ramas. Lo que resulta ya un poco más discutible es aseverar que todas las películas producidas por Dino de Laurentiis pertenecen al género pésimo, si bien los argumentos esgrimidos por los autores no son de desdeñar, y sus ejemplos resultan inapelables. Sin ir más lejos: La Biblia, con todo y dirigirla John Huston, y desde luego Hannibal, pese a un Anthony Hopkins y un Ridley Scott entre sus créditos.
Ni voy a perder el tiempo contando que las dos versiones de Los diez mandamientos de Cecil B. de Mille forman parte de un ilustre repertorio de superproducciones a cuál más pior, como diría Cantinflas, y entre las que figuran otro B. de Mille (Sansón y Dalila) así como Cleopatra de Joseph L.Mankiewicz con Elizabeth Taylor y Richard Burton, La más grande historia jamás contada de George Stevens, Rey de Reyes de Nicholas Ray (donde la coproducción española se documenta con la actuación de Carmen Sevilla en el papel de María Magdalena), y last but not least La última tentación de Cristo, la controvertida cinta de Martin Scorsese. Es decir, que de esos que los alemanes llaman donosamente “Sandalenfilme”, o sea: películas de sandalias —por el congruente calzado que suelen usar sus intérpretes—, casi ninguna se salva de la quema. Y en casi un 100% estoy de acuerdo con el criterio de los inquisidores.
[Pena grande que los autores del libro no registren la reacción de Groucho Marx cuando lo invitaron al estreno de Sansón y Dalila. El gran Groucho excusó su asistencia alegando que no le gustaban las películas donde las glándulas mamarias del protagonista varón eran mayores que las de su contraparte femenina. Aunque la verdad es que muy bien podemos imaginarnos al más locuaz de los hermanos Marx añadiendo a renglón seguido: “Estos son mis principios, y si no les gustan... bueno, pues tengo otros”. Pero volvamos al libro de Giesen y Hahn].
Tampoco habría mucho que oponer a la inclusión en este Index de algunos bodrios tales como La condesa de Hong Kong, aunque la firme Chaplin; o Zabriskie Point, por muy Antonioni que fuese su director; o Barbarella de Roger Vadim cuando estaba casado con Jane Fonda y le gustaba mostrárnosla ligerita de ropa, para que lo envidiásemos; o la insulsa y lacrimógena Love Story de Arthur Hiller; o El sueño eterno en la versión remake con Robert Mitchum, que hace clamar a grito pelado por la original con Humphrey Bogart y Lauren Bacall. Y en la misma canasta podemos incluir Topas, pese a Hitchcock, y Popeye, mal que le pese a Robert Altman, y si es por mí, sin ningún remordimiento de conciencia, esa orgía de efectos especiales que es la requetesofisticada Star Wars de George Lucas, que siempre me recuerda la socarrona observación de Stanisław Lem, el autor de Solaris (la novela, claro): “El problema de la ciencia ficción estadounidense es que en el espacio todo el mundo habla inglés”.
El asunto es más peliagudo cuando nos encontramos con que en las profusamente ilustradas páginas de este libro también han encontrado su puesto filmes como los que voy a enumerar sin hacer ningún comentario al respecto: El año pasado en Marienbad de Alain Resnais, El silencio de Ingmar Bergman, Breaking the Waves de Lars van Trier, y nada menos que Metropolis, una de las obras maestras de Fritz Lang y del expresionismo alemán. Y una injusticia suma, como lo es catalogar entre tanto detritus El triunfo de la voluntad, de Leni Riefenstahl, cuyo delito consiste en ser la única obra de arte producida durante el régimen nazi. La ideología y los prejuicios hubieran debido dejarlos Rolf Giesen y Roland H. Hahn a la puerta de la imprenta.
Donde más lamenta uno la no exhaustividad del libro, o al menos la ausencia de interés o información de los autores, es en el capítulo Pelis en Español. A pesar de haberme quemado las pestañas buscando películas españolas en las 600 páginas largas del volumen, y además de las inevitables del madrileño Jesús Franco Manera alias Jess Franco, que la mayor parte se rodaron (¡nunca tan bien empleado el verbo!) en inglés, tan sólo he encontrado dos: El hombre lobo y el Dr. Jekyll, de León Klimovsky, y ¿Quién puede matar a un niño?, de Narciso Ibáñez Serrador, con cámara de José Luis Alcaine y música de Waldo de los Ríos. En el comentario, Giesen y Hahn sugieren que NIS debe haberse inspirado para esta cinta en una inglesa de ciencia ficción, Village of the Damned, “que evidentemente vio, pero no entendió”, dicen ellos.
Y por lo que respecta a América Latina, no salen muy bien paradas de este libro las películas mexicanas de terror; ni La Quintrala, filmada en 1955 por Hugo del Carril, ni Los viciosos, con Graciella [sic] Borges, ambas argentinas; ni tampoco una de un argentino tan eminente como Héctor Olivera, pero digamos en su descargo que la película incriminada, Amazons, es made in Hollywood.
Die schlechtesten Filme aller Zeiten muestra en su portada un fotograma del indestructible Maciste (si es que no lo confundo con alguno de esos otros proto–Rambos), y nos aclara en su colofón que “este libro, desde el punto de vista legal, debe entenderse como sátira”. Y no se trata de ninguna ironía, sino de un saludable deseo de la editorial y los distribuidores: evitarse juicios sin cuento. Porque con lo que más se divierte uno en este libro es con los comentarios que se hacen en sucintas biografías —de actores, directores y productores, entre ellos el cubano René Cardona (1906-1988)— intercaladas entre las fichas de las películas bajo la rúbrica general “Rey [o Reina] de la Chatarra”, pues todas y cada una de ellas podrían dar pie a un proceso por injuria o vejación. Para no dejarles con la miel en los labios, traduzco lo que dicen los autores acerca de tres nombres emblemáticos, pero lo hacemos [Árbol Invertido y yo] amparándonos en algo más que también aclara el colofón: que nuestra opinión no tiene por qué coincidir necesariamente con la que mantienen los autores del libro.
A propósito de Ursula Andress: “Su chatarrografía alcanza una longitud kilométrica, pero por fortuna muchas de sus películas no han sido estrenadas fuera del país productor [Italia]”. Sobre Anita Ekberg, luego del éxito mundial de La dolce vita: “Numerosos remendones del cine fueron de la opinión que su próximo bodrio podía ganar mucho contando con la pechuga de la señora Ekberg”. O este resumen lapidario del menester de Linda Lovelace: “No se nos han transmitido los nombres de sus primeros compañeros de reparto, pero se sabe que fueron perros”.
Y para terminar, una frase memorable —que casi parece de Jorge Luis Borges— acerca de Myra Breckinridge, basada en una novela de Gore Vidal: “Durante su rodaje, Raquel Welch y Mae West se odiaron, pero ni siquiera eso logró ayudar a la película”.