Decidiéndote a vivir radicalmente en la búsqueda de libertad, te enfrentaste a la vigilancia de los "compañeros que nos atienden" casi desde la cuna, a los manuales de conducta comunista, hija de una madre escondida para trabajar por cuenta propia pintando uñas, bajaste llorando de la tarima de la escuela primaria después que te señalaron como "la única mancha de nuestra escuela" porque "esta niña es católica" y seguiste creyendo y rezándole a lo que te dio la gana, escapaste de los laboratorios del "hombre nuevo" en las secundarias de internamiento y trabajo forzado, te negaste a encasillar tus amig@s o dividirles por preferencias sexuales, creencias religiosas, color de la piel o cualquier otra cosa, hiciste alergia a todos los adoctrinamientos, el de la escuela, el del partido único, el de la iglesia, el del jurado literario y el editor seguroso, el de los medios de propaganda, y creaste un medio propio de expresión a pesar de las leyes totalitarias y lo convertiste no en otro álbum íntimo o literario para desahogarte, sino en un medio digital plural al servicio de la libertad de expresión, luchaste por los derechos humanos, no solo de los tuyos, porque de esos te sabes encargar tú, sino de tod@s las que casi no tienen voz o no existen, dejaste de ocuparte obedientemente sólo de "cosas de literatos" (“una personalidad como tú”, piropeaba el obsceno oficial invitándote) para hacer el reportaje de la mujer asesinada que no conocías ni de oídas, te enfrentaste a los interrogatorios de la Seguridad del Estado, a los puñetazos sobre la mesa y las amenazas de que "te callas o te callamos", o "dejas de hacer esa revista feminista o tus hijos o tu madre lo pueden lamentar", no te callas, escribes, hablas, caminas, te reúnes libremente con gente desconocida y diferente hasta el infinito, y llega el momento en que para salvar a tus hijos sin renunciar a la libertad de expresión tienes que huir de un modo tan físico y real que te parecerá luego como una película, para no dejarte domesticar y no dejar que los encarcelen, llegas al exilio, empiezas una nueva vida con más de 50 años, sigues andando sin pedir perdón ni permiso, trabajas, empatizas, gritas, desoyes la voz del miedo o del oportunismo que te sugiere callar si tus problemas económicos quizás están resueltos, si quieres que te dejen regresar algún día y reunirte con tu madre, o para encontrar un lugar en los corrillos académicos de una parte del mundo "civilizado" donde se nostalgia aquella revolución barbuda, sigues compartiendo incluso con la feminista comunista, incluso con la feminista que adora al Che Guevara o al líder “feminista radical” devoto de Fidel Castro y que se niega a llamar Dictadura a la dictadura que pisotea a los tuyos y por perseguir persigue hasta las madres de las mujeres asesinadas si se atreven a denunciar un feminicidio, y sigues adelante, das un paso y otro paso. Quizás porque desde donde vienes solo puedes andar en busca de la verdadera libertad.
Y no sé cómo, pero llegamos un día a este sitio en que tan extraño se está, cuando creíamos que estábamos "afuera" del totalitarismo.
Vuelven a decirte que, si publicas a una poeta "incorrecta" (que ni es tu amiga, ni de tu generación, ni te tiene que dar las gracias por nada), si publicas a aquella que piensa así o asao, le estarías "dando espacio" a esto o lo otro (administrar el espacio vital de la gente, uf), y la publicas, y sigues, mucha gente no quiere pensar ni polemizar sino halar palancas y cortar cabezas, poner o quitar nombres del libro de la vida como quien arma una casa de muñecas, y que si publicas una entrevista a una autoproclamada feminista que piensa esto o lo otro, entonces no solo la entrevista será transfóbica (el género entrevista habrá dejado de ser periodístico), lo es la periodista, lo es la revista y lo eres tú y etcétera.
Se abren para ti otra vez las sagradas normas de la inmaculada concepción, libres de toda duda, te aconsejan, te avisa la policía del pensamiento que hay que llamarles para saber, para enterarse, para dar un paso correcto en cualquier dirección, para decidir qué palabras las demás mujeres pueden decir o puedes dejar que digan cuando sean entrevistadas para la revista que fundaste un día en el centro perdido de un país sin libertad, lo que publicarás o cortarás, ahora que vives en Madrid, a quienes debes "darle o quitarle espacio", si pueden existir o deben ser canceladas, por malas, malísimas, equivocadas, imperfectas, inclusive etcétera.
No sé. ¿Qué parte del mundo que conocíamos y de donde hemos estado huyendo siempre, es este?
Tristeza, sí. Pero, no te veo ante la pared, solo ante otra prueba de que el viaje no ha terminado ni va a terminar pronto, amor.
Me desaprobarás ahora, seguro, intentarás impedir que hable de ti (jamás por ti, no te hace falta). Pero, ni siquiera tú me puedes quitar este derecho.
Por suerte —confío—, un camino tan largo te ha hecho más fuerte.