Luis Manuel Otero Alcántara, detenido en La Habana este 1 de marzo, puede convertirse en otro artista cubano condenado por su trabajo creativo y sus ideas, a discreción de la maquinaria política en un país donde no existe división de poderes.
La fiscalía le pide, en un juicio "sumario abreviado", entre dos y cinco años de cárcel.
Su verdadera culpa, puede explicarse también de una forma muy abreviada: incomodar al gobierno que no admite, que no quiere admitir ni una voz diferente, ni un partido opositor, ni un solo medio de información independiente, y mucho menos artistas que se atrevan a disentir.
La norma legal a que se ha echado mano para construirle un delito, es una ley de reciente creación, la llamada Ley de los Símbolos Nacionales de la República de Cuba, aprobada el 13 de julio de 2019. Supuestamente el artista habría ultrajado el símbolo de la bandera, al usarla en su arte.
Pudiera parecernos un chiste de mal gusto, a quienes crecimos en Cuba viendo los usos de tales símbolos por parte del gobierno, cuando se grababan sobre esa misma bandera los rostros del Che y de Fidel, que ahora se condene a un joven negro por querer llevarla orgullosamente sobre sus hombros dentro de su casa o a través de las calles de La Habana. Pero, es todo menos un chiste: sobre este joven negro humilde artista cubano libre pacífico, pesan ahora cinco años de cárcel.
Sabemos que en realidad, para tratar de "meter por el aro" al artista, pudo servir cualquier pretexto.
Se trata del mismo gobierno, el mismo y único partido, que nos ha condenado antes infinidad de veces a los escritores y artistas cubanos, a la cárcel o al exilio, al ostracismo o al silencio. Apenas la apariencia de "la culpa" varía con el paso de los años. Una vez fue la prohibición de oír a los Beatles, dejarse la melena larga, ser homosexual, creer en algo distinto al ateísmo científico, practicar el "diversionismo ideológico" (hacer un chiste, por ejemplo, sobre los muñequitos rusos), la acusación de propaganda enemiga, "desacato" a los dirigentes endiosados, etc. En verdad el delito ha sido siempre —y lo es hoy— uno: dentro del diseño ideológico de un gobierno sin ciudadanos independientes, disputarle un espacio, simbólico o real, al poder autoritario.
Ese espacio de libertad individual imperdonable, que no pasaba por el aro, hoy parece más virtual o simbólico, pero no es menos real y humano: consiste en la propia personalidad irreductible de un Luis Manuel Otero Alcántara con presencia en Internet, en las redes sociales, a donde volvía como si nada después de que lo secuestraban en la vía pública, después de pasar noches en los calabozos, una y otra vez, diciendo "estamos conectados" —frase suya, cargada de optimismo y empatía—, con un casco de constructor o una bandera.
Luis Manuel, atípico de muchas maneras, también se sale de los estereotipos del artista institucionalizado, el inofensivo, en cuanto a que desconoce el miedo político normalizado en Cuba, donde en última instancia está bien visto que un artista se queje de su propio pisotón, pero sin mirar para los lados, so pena de que lo acusen de subvertir la convivencia en la granja.
Cuando lo detuvieron, salía de su vivienda para asistir precisamente a una besada de la comunidad LGTBIQ, convocatoria en protesta por la censura de un beso entre dos hombres, otro tijeretazo a un filme transmitido en la televisión cubana. ¿Hace falta mucha imaginación, o ser un artista muy genial, para ver la interdependencia, las interconexiones, entre los derechos humanos esenciales? Bueno, pues Luis Manuel parece que poseyera esa genialidad en la Cuba de hoy.
Me he puesto a revisar algunas fotos donde aparecemos juntos, un día en que coincidimos, el 25 de diciembre de 2017. ¿Dónde? En su casa, convertida en el Museo de la Disidencia, en La Habana Vieja.
Encontré allí un último refugio donde inaugurar una exposición de mi poesía visual, "Desechos humanos" era el nombre, después que en mi provincia me la habían censurado. Y mis poemas visuales llenaron las paredes.
Para brindarme aquel espacio, no me preguntó cómo yo pensaba, ni tampoco sabía muy bien quién yo era.
Las diferencias no debieran significar obstáculos, sino oportunidades, para la defensa de los derechos humanos y culturales de todos, en primer lugar la libertad de pensamiento y de expresión.
Sin embargo, el derecho a la palabra se practica en Cuba como un salvoconducto emitido desde algún punto secreto arriba, a veces amparándose en el reconocimientos de supuestos méritos especiales, profesionales o artísticos. Cuando, lejos de eso, se trata —o debería tratarse— de un derecho a la realización espiritual, consustancial con la simple existencia, puestos en la piel del más común de los mortales.
Luis Manuel, en tanto artista singular, precisamente se apropia de discursos cotidianos y marginales, mientras juega con los límites de la política impuesta al ciudadano común, para crear conciencia sobre valores universales.
En un mismo barrio cubano de la historia, coincidimos —queramos o no— con una cantidad importante de artistas que sufrieron y sufren actos de repudio, recluidos en campos de concentración, castigados, encarcelados o desterrados forzosamente, y que en el momento más difícil vieron solamente las espaldas de su gremio. Pasó en los sesenta. Y, qué costumbre tan abominable, no ha dejado de ocurrir hasta ahora.
Si hoy se ensañan con Luis Manuel, están ensayando lo que podrán practicar con cualquiera a derecha o izquierda, iguales o diferentes.
Pero, a la vuelta de la esquina, en el barrio de esta historia tan grande y tan pequeña a la vez, quizás quede muy ridículo argumentar delante de nuestros hijos que nos escondimos, o que los malos "nos encontraron" para obligarnos a hacer lo que no queríamos, para callar o gritar en contra de la víctima y de nuestros sentimientos. Va en serio: "estamos conectados", y vivamos donde vivamos metidos, es inevitable que ya tengamos toda o casi toda la información mínima necesaria para vivir con dignidad, para actuar de forma solidaria y decente.
Termino dejando un grito —aunque simbólico, nunca susurro— para Luis Manuel Otero Alcántara, con esta palabrita, una de la más repetidas en aquellos mis "desechos humanos": LIBERTAD.
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