Estoy apaciguado, contribuyen a mi apaciguamiento
leer a Nichiren, me
conmina a volver a
leer en inglés el
Sutra del Loto,
asimismo escuchar
música de Schubert,
preámbulo a unos
motetes que oiré
después: el cuerpo
limpio, las abluciones
completadas hará
unos minutos, contar
con un diccionario de
bolsillo a la mano (my
security blanket) oír
los pasos de
Guadalupe de la sala
al cuarto de baño,
(“Oh¡ Celia, Celia, Celia
shits!”) a esta hora ha
terminado de tomarse
un refrigerio, última
comida del día, otra
fracción que echarle
al cuerpo, reanimarlo,
condimentarlo, sé que
en unos momentos
dará inicio al ritual
diario de sus abluciones:
nuestras relación es una
bella relación, dos seres
(somos) guiados por la
higiene (sin higiene no
hay moral) mucho me
tranquiliza ir escribiendo
lo que surge por su
cuenta, en este
preciso momento,
en este preciso
cuaderno.
La Parca carga la dalla, yo este poema. Esta interpretación
de Schubert aquieta
el espacio que media
entre pudendas y
carecer, espero un
día se me dé, de
pensamientos.
A punto tengo controlado el resto del día hasta la
hora de acostarme a
dormir, oíd, terminar
este poema, titularlo
(cuánto detesto titular
mis poemas) retraerme,
contraído centrarme en
lo que queda del disco
de Schubert, puede
que luego lo guglee,
no sé nada de Schubert,
hacerme una idea: esto
ocupa un espacio nada
excesivo, no soy renuente
a lo excesivo siempre y
cuando no me intranquilice,
anotar tres chorradas en
mis diarios personales,
esa memez: y leer a
Nichiren, en exceso
belicoso. Todavía no
es hora de acostarme
a dormir, se me cierran
los ojos, ponerme de
pie, hacer gimnasia
escuchando en mi
tableta Amazon a
Bach: una vergüenza
poner en una misma
oración a Bach con
Amazon.
Fue un día señalado: en este día Guadalupe cumplió
sesenta y cinco años
de edad, celebramos
en la casa apaciguada
comiendo sashimi y
sushi, algas picosas,
compartimos a la mitad
un mochi de alfóncigo,
el ambiente ha sido
cálido, sus hermanas
mandaron felicitaciones
desde España o llamaron
por wasap: las niñas
mandaron tarjetas, mi
hermana un regalo de
cincuenta cocos para
comprar en no sé qué
tienda de lujo, algo así
como Williams Sonoma,
hice reír a Guadalupe
diciéndole que con
cincuenta pesos
consigues nada en
Sodoma: lo cual, a la
manera de vertientes
que toman de repente
caminos separados
me sirve para rematar
(tal hiciera Lope en un
soneto, “un soneto me
manda hacer Violante”)
este poema.