Como meditaba en silencio,/ Considerando mis poemas, deteniéndome largamente en ellos.
Walt Whitman
El poeta Walt se sienta a cavilar en una esquina.
Una mano en la otra mano. El sueño en un bolsillo.
Es ese más bien alto con frente que cubre todas sus ausencias, con ojos que ven desde muy lejos
los tiempos que aún le quedan por andar al calendario
y versos afilados al cuaderno.
Barba cana que puso ya en remojo la argucia de la guerra.
Camisa abierta
y palabra dicha entre palabras que suenan a trasmundo, palabras como brechas que se escapan
al vacío y duelen en la huida.
¡Es que hay tanto que decir!.
Por cierto que ese Yo que es él y que es también conmigo ese intento de ser
uno con otro por él desparramado se encima al borde de los versos.
Estira su yo entre márgenes y líneas.
Su yo cantado
en dos o tres cuartillas andando Mickle* para arriba y para abajo
saltando los peldaños,
bajando una y otra vez los mismos rostros,
y el cuarto oscuro con el cielo oscuro
con cristales entre sombras y el bulevar perdiéndose en ventanas más acá de la esperanza.
Y todo entrando al canto que canta a su manera.
Walt respira y se acomoda la sonrisa.
Walt medita y siente lo que siente a su manera y canta de sí mismo
lo que el mundo espera
lo que el canto espera.
¡Es que hay tanto por cantar!
Walt cavila con la mano en el bolsillo metido el sueño entre los dedos solfeando sus palabras,
venciendo el tiempo que le mira desde lejos (el tiempo suyo para el tiempo mío)
Walt entrado en años echado a retozar entre las letras
que va y dice cada átomo de mí también lo sois vosotros
tú, poeta, a quién invito al canto mientras ando y siento mis pisadas por la yerba.
¡Es que hay tanto que pensar!
Miro con mis ojos los ojos que me miran desde años que aún no han sido,
miro mi tierra acurrucada, prendida, por los techos y las calles que arden en todos los rincones
y las noches que trafican, día a día, sus noches intranquilas
donde mueren de cariño todos los colores,
donde la guerra tuya es la guerra mía y la de él y la del otro
y salta a su combate el brazo que es el tuyo y que es el mío.
Walt medita a pierna suelta:
Canta hasta mi oído el milagro de ser quien es
y busca con los dedos de la mano el texto de su vida.
¡Es que hay tanto que vivir!
Walt es ese que se acerca por la orilla y sube por el pecho hasta el deseo,
se cuela y trasluce tras las puertas,
como extraño que sale al paso de otro extraño por sus libros,
por el cuerpo de su voz que ha varado entre las letras el canto de sí mismo
tocando como Adán su cuerpo entero.
¡Es que hay tanto que escribir!
Y Walt lo ausculta y mima todo, y besa y barrunta todo,
sentado a cavilar su sueño americano
jugando a destapar sobre el tapete el hoy con su futuro, su ser de poco a poco
que asoma su cuerpo en el mañana,
que no es otro que el hoy entre las manos.
Y el hoy se estira, se prodiga y vierte por los ojos hasta ser su tierra entera.
¡Es que hay tanto por cantar!
Walt es más que Walt por el camino y siente que su nombre es pez de por sus aguas,
y el verso le acaricia su cuerpo sumergido:
un rayo revivido de los sueños
que ha quedado, de un salto por los libros, atado a viento en popa
a ras de la palabra.
Porque el hoy de ese pasado
es su estarse ahora vivo, agazapado, a pierna suelta en el poema.
* Mickle Boulevard, Camden, Nueva Jersey, donde el poeta compró una pequeña casa de dos pisos.