La pintura de Tomás Sánchez no solo representa paisajes, sino que los transforma en escenarios de contemplación y autoconocimiento. Su arte nos recuerda que, en medio del ruido del mundo moderno, aún es posible encontrar lugares de silencio. En sus cuadros, el ojo se aquieta y el alma respira. Más que imágenes de la naturaleza, son mapas de un viaje interior, donde la belleza no está solo en lo que se ve, sino en lo que se siente al mirar.
La evolución artística de Tomás Sánchez ha sido una búsqueda constante de lo esencial. En sus inicios, durante la década de los setenta en Cuba, exploró temáticas más sociales y políticas, aunque ya con una inclinación hacia la naturaleza. Con el paso del tiempo, y especialmente a partir de los años ochenta, su obra fue adquiriendo un carácter más introspectivo, centrado casi exclusivamente en el paisaje.
Esa transición coincide con su creciente interés por la espiritualidad oriental y su experiencia con la meditación. En sus obras más recientes, se advierte una madurez pictórica que no necesita de grandes contrastes ni narrativas explícitas: basta con un árbol solitario o una extensión de agua para sugerir una experiencia trascendental.