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Tengo miedo… pero seguiré escribiendo

Escritor cubano Jorge ángel Hernández Pérez. Foto: www.otrolunes.com
Escritor cubano Jorge Ángel Pérez.

CUBANET – Confieso que tengo miedo, que me despierto sobresaltado en la mañana y miro compasivo al perro que espera cauteloso mi levantada. Confieso que cada mañana salgo con premura, y miedo, de mi cuarto para encontrarme con mi vieja madre, quien casi siempre está despierta esperando a que yo bese su frente y le dé los buenos días. Confieso que me espanta la calle desde hace meses, que retardo la salida mañanera con mi perro y ando sigiloso por el barrio.

Tengo miedo, y también la certeza de que no son los años quienes me volvieron desconfiado. Tengo miedo porque vivo en un país donde el miedo se hace común, donde la turbación, que luego se convierte en miedo, no nos deja pensar con ecuanimidad y nos obliga al sobresalto, que sin duda también es miedo. Tengo miedo porque vivo en una sociedad que impone el desconcierto y obliga a los cubanos a reconocer el miedo que, como a mí, los persigue.

Ando desconfiado porque el gobierno hace que no sean pocos los que me miran como se mira a un enemigo, como se observa a quien anda apegado al mal, y hasta me propone como “chivo expiatorio”. Ando prevenido, con miedo, porque tengo enemigos confesos, contrarios que esperan el momento preciso para la agresión, para que el miedo me lleve al acatamiento, a la inacción. Mis enemigos son muy peligrosos porque están amparados por el poder.

Mis enemigos son peligrosos porque saben delinquir muy bien, y porque sus delitos son excusados si me agreden, si me provocan un miedo que me lleve a “recapacitar”, que me lleve a traicionarme. Mis cazadores reconocen que tengo miedo a las manos esposadas detrás del cuerpo porque las esposas aprietan y provocan dolor, inacción, mucho miedo, porque las esposas hacen recular, desechar el camino que ya se reconociera como justo. Las esposas duelen y llevan a traicionar, a no creer en que todo podría ser mucho mejor. Quizá esté texto pueda parecer cursi, pero no me importa, porque el miedo es capaz de llevarnos a la afectación, a mostrar todo cuánto de patético tenemos escondido, en fin, si resulto cursi la culpa es del miedo.

Ya sé que son muchas las veces que escribí el mismo sustantivo, pero escribo miedo porque subrayarlo me alivia, me ayuda a no temer tanto al miedo, y hasta me lleva a la certeza de que Antonio Mijares, el vecino de los bajos, ese que me acosa y amenaza, ese que sirve al gobierno, es más débil que yo, y tiene miedo, y por eso me acosa, y por eso es delincuente, y por eso estuvo preso tantas veces, porque una y otra vez intenta demostrar su valentía siempre acompañada de mucho alcohol, y que le despierta un espíritu “bravío” y acosador que muy bien sirve al gobierno para que tema yo al borracho delincuente, y al gobierno.

Antonio no fue a ninguna de las guerras a las que este gobierno manda a sus “hijos”, pero escandaliza y se emborracha cada día, y tiene broncas con muchísima frecuencia, como la de hace solo unos meses, aquella en la que el alcohol lo hizo ofender a un muchacho muy joven, que le respondió, que lo dejó tan magullado que tuvo que ingresar en un hospital; en ese que el gobierno llama Salvador Allende y los cubanos: “La Covadonga”. De allí salió con bríos delincuenciales renovados, y se emborracha, y sueña con viajar a los Estados Unidos, y se emborracha, y borracho me agrede, y la policía lo perdona porque me acosa, porque me amenaza y me lanza botellas, porque me llama “gusano” y otras “linduras” que no menciono, y eso exime sus culpas.

Pablo Ramón Delgado Villanueva, quien cumplió treinta años hace unos meses, se dedica a reparar equipos de refrigeración por su cuenta y gasta dinero sin recato, y tiene un auto moderno, y hasta paga una criada a su emperifollada esposa, quien todo el día se empeña en demostrar el enorme entusiasmo que le despierta la conversación, el chismorreo. Ambos se dicen muy patriotas, “revolucionarios”, y por ello hacen permanecer en su ventana y tras barrotes; llueva, truene o relampaguee, a la bandera nacional, y por ello me acosan, y eso exime sus culpas, los protege.

Ellos se emborrachan escuchando, últimamente, a Carlos Puebla, como esa noche en la que esperaron la llegada del aniversario cederista, esa noche en la que idearon castigarme, y que terminara preso en medio de la celebración comunista: Ellos prepararon una patraña de la que solo me salvó la casualidad, el descubrimiento de que alguien subió a mi azotea para lanzar botellas sobre quienes “conmemoraban”; pero noté la subida y chillé muy alto, y frustré la farsa, pero eso ya fue contado mucho mejor en CubaNet; y yo me salvé, al menos por esta vez, de las esposas que duelen y martirizan, del encierro.

Terrible resulta que no son pocos los que terminan en la cárcel sin tirar una botella a las celebraciones comunistas y sin que la casualidad los salve. Resulta que la “revolución” tiene miedo, mucho miedo, y por eso encierra y veja, y castiga sin misericordia. Los “infieles”, los “ingratos”, los hacedores de herejías serán castigados porque la “revolución” tiene miedo, tiene espanto, porque, sabedora de que no puede respetar la libertad de quienes intentan quebrantarla, encierra y veja.

Sin dudas está “revolución” no cuenta con tantos fieles, a ella se le teme, y se le teme tanto porque consigue que los “infieles” reconozcan todos los castigos posibles, porque esa “revolución” es inmisericorde con los “traidores”. La “revolución” muestra a grito las únicas opciones que tienen los nacionales; el premio a los fieles y el castigo a quienes se oponen.

El gobierno sabe que el miedo que despierta los legitima en el poder, que el miedo evitará las protestas, hará que cada cubano actúe con mucha “cordura”, con falsedades, porque es la manera de no ser el preso, de no ser el muerto. Así consigue la “revolución” llenar su plaza; con miedo, con mucho miedo, con un espanto que lleva al silencio cómplice, al “temor y al temblor”. Yo tengo miedo, pero escribo, y mañana volveré a hacerlo, aunque sea con miedo.

(Tomado de Cubanet)

Jorge Ángel Pérez

Escritor Jorge Ángel Hernández Pérez.

(La Habana, Cuba, 1963). Escritor y periodista independiente. Autor de libros como Lapsus calami (cuentos, "Premio David"); El paseante cándido (novela), galardonada con el premio "Cirilo Villaverde" y el "Grinzane Cavour" de Italia; la novela Fumando espero, primera finalista del premio internacional de novela "Rómulo Gallegos" 2005. En una estrofa de agua, distinguido con el premio iberoamericano de cuento "Julio Cortázar" en 2008; y En La Habana no son tan elegantes, ganadora del premio "Alejo Carpentier" de cuento (2009) y el Premio Anual de la Crítica Literaria. Ha sido jurado en importantes premios nacionales e internacionales, entre ellos, el Casa de Las Américas.

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