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La misma porquería de vaca nos embarra a todos

Cuba, un país rural, ¿tiene una literatura solo urbana? Sobre los temas de la ruralidad en la nueva narrativa cubana, errores y aciertos.

Niño sobre las vías del tren
Imagen: Yuri Limonte

El 11 de mayo de 2014 se cumplieron cien años desde que en Calabazar de Sagua naciera El Cuentero Mayor, título honorífico que recibió Onelio Jorge Cardoso desde la voz de los estudios literarios y que el pueblo —en su extraordinaria vocación por el culto a los hombres más valiosos— abrigó, para rendir cariñoso tributo al autor que puso el color local en el cerro más alto de la literatura cubana. 

Desde mi perdurable creencia en eso que Martí llama la aplicación de la virtud, supuse que el narrador villaclareño, por lo menos en nuestra región, sería centro de arrumacos y carantoñas durante los días alrededor del centenario, por lo mucho que de lustre aportó a la literatura y a la identidad sociocultural del sector más preterido en la historia de la patria. No fue así. O al menos no como hubiéramos deseado los admiradores de su obra que, de un modo implícito, reconecta hoy Delis Gamboa con los lectores.

En los últimos años la narrativa cubana ha explorado múltiples escenarios dentro de eso que llamamos urbanidad. Y es lógico, la cadeneta de cambios en el comportamiento social citadito y las mudas del hombre nuevo guevariano al hombre nuevo de carne y hueso, que inunda las calles de Cuba, se presenta como fruta deliciosa para componer atmósferas y crear historias espeluznantes, historias tremendistas, historias de ritmo ágil que circule a la misma velocidad con la que fluye la realidad mundana. 

Como ha sido, de los siglos por los siglos, la vida en los espacios rurales se precipita con más lentitud y sus matices no alcanzan los tonos caleidoscópicos que precisa la narrativa de denuncia de la realidad social que es tópico común desde que aparecieran los novísimos. 

Un poco antes, esos pequeños pueblos, aparecían fotografiados en creaciones literarias más extensas, de la que es indudable retratista Senel Paz con Un rey en el jardín; titulo y texto que se enchuchan con las lecturas de Gerome David Salinger y Alain Fornier, o Sindo Pacheco, autor que ha sabido recrear con ingeniosidad la vida de adolescentes y adultos en los pueblos pequeños.

El espacio de la naturaleza, al que llamamos ruralidad, perdió en masa a sus cantores: la décima permutó su casita con jardín y patio, por un apartamento en la ciudad, y eliminó de su cuerpo el verdor de la sabana, al sinsonte enamorado, al palmar, al lecho de piedras cristalinas bajo el riachuelo que venía de las lomas, atravesaba la sitiería y desembocaba en los mangles rojos o negros de nuestras costas, para vestirse con unos colores de urbanidad que no siempre le han asentado. Del cuento desapareció la picaresca, el humor a veces acidulado que nos legó Onelio con “El hambre”, el paisaje real, genuino de la tierra... y cuando algún autor —con honrosas exepciones— quiso traer los motivos rurales a sus relatos, se quedaba en la figura esperpéntica del guajiro que decía: antonces, dispué o alcarroza mientras montaba en la yegua mora para perderse en la serranía.

El ICL —Instituto Cubano del Libro, no siempre tan acertado en sus proyectos— se percató de la deuda con ese segmento de la sociedad cubana y convocó al premio Guamuhaya 2012, para estimular la creación literaria que tuviera como eje temático la ruralidad. No conocí los demás libros en concurso, pero la publicación de Siempre llega el día, de Delis Gamboa Cobiella, ganador del certamen, justifica plenamente la convocatoria.

La nueva ruralidad cubana, con su estrecha y singular gama de complejidades, aparece en cada uno de los doce cuentos: la vida monótona, sin sal ni azúcar, a la que han sido zumbados los habitantes de los pueblos pequeños y la intoxicación con los códigos de la vida citadina, extrapolados a los contextos rurales o semiurbanos, que hace más variopinta la existencia en estas zonas, se advierten como telones de fondo en todo el libro. Libro donde —otra vez, como en toda la obra de Onelio— el ser humano, el poblador, el individuo, pletórico de esa gracia lexical conque ha sido dotado quien vive en la aldea, aparece mostrando las señas que con mucho gusto llamaré la neoguajirancia cubana. 

De un manotazo se borra el arquetipo y aparece el nuevo matiz rural; de un manotazo se borra el espantapájaros y aparecen las situaciones humanas, el hombre en conflicto con su entorno y las llagas que el abandono han causado en él. 

Pero, con todo y tal, el logro más significativo del libro es su fuga de esa categoría estética surgida en el XVIII, íntimamente relacionada con el movimiento romántico, que conocemos como pintoresquismo y que hizo tanto bien en su época como mucho mal al ser trasvasada a otros contextos y momentos de la creación artística y literaria.     

Un error común en la narrativa que explora la ruralidad ha sido el dejarse arrastrar por el deseo de reseñar de forma explícita la “propiedad de los objetos, paisajes, o cualquier otro elemento del mundo de los sentidos, que por sus características, cualidades, belleza o singularidad es digno de ser representado en una obra”. Y es un error porque el lector —destinatario final de todo libro— en esta Era Digital, exige más el ritmo secuencial que la fotofija. 

Ni un dibujo, que no sea el interior del ser humano; ni el calco de un adorno o cuadro, que no sea el de describir a través del pulso del tiempo y sus sutilezas el entorno adverso y la realidad angustiosa en la que habitan los personajes, permite que en este libro el ritmo alcance su característica de “flujo de movimiento controlado o medido”. Tal ardid del narrador, permite al lector —más que fascinación por el andamiaje descrito, complicidad con el abanico de anécdotas entretejidas a lo largo de sus páginas.

Sin duda, Delis Gamboa, muestra en Siempre llega el día, a un autor que descubrió no solamente su sistema narrativo sino también sapiencia en el difícil arte de armar un libro. La sustanciosa selección de tipos de escrituras lo demuestran: en Siempre llega el día, conviven el minicuento, el relato breve, el relato extenso y el relato muy extenso, que se sitúa al borde de la noveleta, sin que sintamos desaceleración o alteración en el pulso narrativo. Y es que ello tiene que ver mucho con la ubicación acertada de cada una de las unidades del conjunto.

Un montón de elogios más podría decirle a Delis y a su libro, pero me detengo en este borde del trillo y les permito que se conviertan en cómplices otra vez —y otra del día feliz que al fin ha llegado.

Otilio Carvajal

Escritor Otilio Carvajal. Foto en la revista Árbol Invertido

(Chambas, Ciego de Ávila, Cuba, 1968). Poeta, narrador, investigador y crítico literario. Reside en Santa Clara. Algunos de sus libros, son: Thanksgiving Day (Matanzas, Ed. Vigía, 1999), Libro del profanador (Santa Clara, Ed. Capiro, 1999), Libro del Holandés (Novela. Ed. Ávila, 2000), Oda al pan (Ed. Ávila, 2001), Ponme la mano aquí (Novela. Santiago de Cuba, Ed. Oriente, 2001), Los navíos se alejan (Ed. Ávila, 2002), Prohibido soñar en esta casa (Ed. Ávila, 2002), Pájaros de la noche (Teatro. Ed. Ávila, 2003).

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