Con frecuencia me han preguntado si tengo miedo. Viviendo en Cuba y pensando diferente al régimen es comprensible que el interrogante se repita, junto con el de ¿por qué no te vas de Cuba? Hoy quiero compartir mi experiencia sobre el miedo y la libertad.
En primer lugar, hay que dejar claro que el miedo es la reacción de cualquier persona sana ante el peligro, la amenaza o el cambio. Es un mecanismo de defensa para conservar la vida, defenderse de un ataque o ante la pérdida de la estabilidad que produce un cambio brusco o impuesto que nos sacaría de nuestra zona de confort. Quien no sienta el miedo ante ningún acontecimiento debería revisar su salud mental. El desafío está en cómo vencer al miedo.
El miedo a la pérdida y al ataque
Uno de los padres de la psicología social Enrique Pichon–Riviére (1907-1977), psiquiatra y psicoanalista argentino, describe el miedo y la ansiedad que este produce, así: “La ansiedad aparece cuando emergen los primeros indicios del cambio”, y … genera en los sujetos dos miedos básicos, dos ansiedades básicas, que hemos caracterizado como el miedo a la pérdida y el miedo al ataque: a) miedo a la pérdida del equilibrio ya logrado en la situación anterior, y b) miedo al ataque en la nueva situación en la que el sujeto no se siente adecuadamente instrumentado. Ambos miedos, que coexisten y cooperan, configuran, cuando su monto aumenta, la ansiedad ante el cambio, generadora de la resistencia al cambio”. (“El proceso grupal. Del psicoanálisis a la psicología social (I)” p. 159).
Sería bueno que cada uno de los cubanos, y el mundo entero, tomáramos conciencia de que, en personas sanas, si no hay amenazas y ataques no habría porque sentir miedos y ansiedades. Por eso el miedo dentro de Cuba, e incluso en algunos cubanos dispersos por el mundo que se llevan consigo ese miedo a que no lo dejen entrar a su país o a que amenacen a sus familias aquí dentro, es porque hay una amenaza real y contundente sobre cada cubano. Un sistema que amenaza no es justo ni humano. El miedo es un indicador seguro de la existencia de régimen de amenaza. Esta descripción de los tipos de miedo que ofrece Riviére, aplicada a la realidad que vivimos en Cuba, a mí me ha ayudado mucho para poder comprender el altísimo grado de ansiedad que producen estas dos clases de miedo dentro y fuera de la Isla.
El miedo a la pérdida
Este es un tipo de miedo que nos acecha a los cubanos por todos lados. Una de sus causas es la dependencia casi total del Estado. Un Estado totalitario es siempre fuente del miedo. Mientras más dependiente seamos del Estado, seremos más rehenes del miedo porque en estos sistemas tenemos más que perder. Por eso el sistema totalitario quiere impedir la independencia y la soberanía de los ciudadanos; quiere regular hasta el extremo toda autonomía en sus negocios, hace depender a todos de sus “permisos”.
Las supuestas ONGs tienen que estar “vinculadas” a un organismo del Estado y eso provoca miedo a perderlo; las Pymes tienen que depender de los permisos del Estado para su funcionamiento y eso provoca miedo a perderlo; las Iglesias tienen que depender de los permisos del Estado para sus actividades y eso provoca miedo a perder esas actividades; las plazas de los trabajadores y los estudiantes dependen de la opinión de las organizaciones políticas y de Seguridad, las amas de casa dependen de la opinión de los CDR, el prestigio y la vida privada de todo cubano dependen de los Medios de Comunicación oficiales que mienten y desprestigian sin derecho a réplica ni defensa ante tribunales. Todo eso provoca miedo mientras permanezcamos dependientes del Estado.
Entonces, como se puede comprobar diariamente, aunque no haya represión visible ni ataques físicos, todos los cubanos, y todos nuestros proyectos, personales, familiares, laborales, empresariales, estudiantiles o eclesiales, todo permanece bajo amenaza de perderlo por intervención del Estado-Dador de Permisos en lugar de ser un Estado de Derecho. Todos tenemos miedo a la pérdida de algo, desde la vida privada, la fama, la estabilidad familiar, hasta los proyectos que dan sentido a nuestra vida, la pérdida del trabajo y salario con qué mantener a la familia, la pérdida del estudio y las oportunidades de superarse, la práctica de la vida religiosa y la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia en todos los espacios públicos de: la educación, los medios de comunicación, la cultura, la economía, la asistencia social, la política. La Isla está encadenada al miedo.
Los que emigran también tienen miedo a la pérdida de la comunicación con la familia, a ser “regulados” por razones políticas y no poder entrar y salir libremente de nuestro propio país, perder el derecho a visitar a sus familias que quedaron en Cuba, o que sus parientes pierdan todo lo que anteriormente hemos mencionado. Es una cadena de miedos total, transnacional y horrible. Pero el miedo no tendrá la última palabra. Lo estamos viendo y lo veremos más.
El miedo al ataque
Este segundo tipo de miedo es más explícito, más visible, y cada vez más frecuente. Es el miedo a la represión física, al ataque directo, al maltrato, a la tortura psicológica o física, a las “Brigadas de respuesta rápida” y sus palos, a los actos de repudio y sus vejaciones, a los golpes de “tonfa”. Es el miedo a las llaves inmovilizadoras y asfixiantes de yudocas entrenados para reprimir a ciudadanos pacíficos y decentes solo por manifestarse públicamente. Es miedo a la detención, al juicio sin garantías, a la cárcel, a la muerte por la espalda a manos de un agente del orden público. El 11 de julio de 2021 es una vitrina fehaciente en la que podemos encontrar todas estas formas de ataques y de miedos. Pero el miedo no tendrá la última palabra. Lo estamos viendo y lo veremos más.
El miedo a la libertad y al cambio
Erich Fromm (1900-1980) tiene un libro con este nombre “El miedo a la libertad” que a mí me ha ayudado mucho. Es un miedo primero al cambio de sistema de vida; miedo a asumir la responsabilidad de nuestra existencia después de más de medio siglo viviendo en la “cultura del pichón”, es decir, de una persona infantil, dependiente de lo que el Estado le ponga en la boca sin aprender a volar del nido-jaula y conquistar la libertad de escoger en el monte abierto qué come, a dónde vuela y con quién se junta. Es el miedo a tomar las riendas de nuestra vida y afrontar el desafío de ser libre y responsable. Según el filósofo danés Søren Kierkegaard en 1844, tanto la angustia como el miedo a la libertad nos pueden llevar al deseo de obedecer ciegamente a quien nos amenaza. Pero este miedo tampoco tendrá la última palabra. Lo estamos viendo y lo veremos más.
Las propuestas
El camino de la esperanza está hecho de propuestas. El miedo tampoco podrá matar nuestra esperanza. En mi propia vida lo he experimentado y disfrutado. He decidido vivir en Cuba y no marcharme de este mi país. Es más, he encontrado el sentido de mi vida en darme aquí, en regalar vivencias, instrumentos y propuestas, que a mí me han servido para dar razón de mi esperanza. Ningún mérito personal, todo lo he bebido de dos fuentes magníficas e inagotables: mi familia y la Iglesia. Para cualquier persona solo es necesario saber hacia dónde quiero llevar mi vida y entonces sabremos por dónde está la salida. Aquí les dejo, como siempre, algunas propuestas, ojalá que estas te sugieran otras, las tuyas propias:
1. Identificar tus miedos. Haz una lista escrita, sí, visible y revisable, de tus miedos en dos columnas: tus miedos a perder algo y tus miedos a los ataques. Verás qué claridad te inunda y qué cantidad de recursos te sugiere identificar tus miedos. Es un primer paso de liberación personal. Dar nombre a tus miedos es el primer paso del miedo a la libertad. Algo de paz regresará a tu alma. No hay nada que produzca más ansiedad que el miedo desconocido, sin rostro.
2. Buscar toda la independencia y soberanía posibles en tu propia vida. Trázate un camino, gradual y ascendente, por el que te puedas ir liberando de esa lista de dependencias del Estado. Abandona la cultura del pichón. La vida está más allá de tu nido. Las alas de tu alma, de tu inteligencia, de tus sentimientos y de tu voluntad, te las dio el Creador para volar no para depender. Cada paso de autonomía se multiplicará en esperanza de vida. Es una experiencia inenarrable. Cuando encontré en la Iglesia un espacio para esta liberación de las dependencias del Estado, pensé que había encontrado la salida total. Dios permitió que, por razones que no vienen al caso, también tuviera que aprender, con las mismas herramientas que me dio la Iglesia, a salir al mundo y construir un proyecto que nace de la libertad de la Luz que es Cristo pero que nos permite dejar la dependencia de las estructuras eclesiales para ser hombres de Iglesia en el corazón del mundo sin miedo a la pérdida de “cierta seguridad” de sacristía. Es maduración del compromiso cristiano.
3. Hacer un “balance costo-beneficio” entre lo que tienes miedo a perder y lo que vas a ganar con la libertad interior y la liberación de las dependencias que te encierra en tu nido-cárcel interior. Piensa en el testimonio de tantos cubanos que se lanzaron a la calle pacíficamente el 11 de julio, su cuenta estaba clara, había muy poco ya que perder. Algunos dicen que había desempleados del gobierno, jóvenes sin vínculo estudiantil, pero, aunque hubo de todos los sectores sociales, desde intelectuales hasta amas de casa, lo que tenían en común era que su balance costo-beneficio estaba a favor de la libertad. Sueña con un proyecto de vida en una Cuba libre y democrática, calcula bien lo que podrías ser con tus talentos y habilidades. Verás que la balanza se desplaza definitivamente del miedo a la libertad interior y de la libertad interior a la soberanía ciudadana. Doy fe.
He experimentado en mi vida que todos tenemos miedo. He experimentado que lo importante no es tener miedo sino aprender a vencerlo. He puesto en práctica estas herramientas que les propongo y otras, como la ayuda de la familia, de un pequeño grupo de amigos fieles, de la propia comunidad de la Iglesia, de otros que te acompañan en el camino de la libertad.
Es posible vencer el miedo, aunque con frecuencia regresa al doblar de la esquina. Entonces, volvamos a aplicarle el mismo tratamiento. La vida es un combate entre el miedo y la libertad, entre el estancamiento y el cambio, entre vivir bajo el peso de la cruz o subirse a ella, y encontrar en el dolor de las heridas de los clavos de hoy las brechas por donde brota la redención resucitada de la Patria y de la Vida del mañana.
Regresar al inicio