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Danza | México danza con Federico Castro

El lenguaje danzario de Federico Castro se asienta en la sobriedad, la energía fluyente, el dominio total del cuerpo humano como instrumento expresivo.

Federico Castro, coreógrafo mexicano.
Federico Castro, coreógrafo mexicano. | Imagen: Árbol Invertido

Entre los diversos países de América Latina, sin dudas México es uno de los que ha dejado su impronta en el panorama mundial de la danza escénica. No solamente la danza forma parte del legado cultural de las varias culturas precolombinas de ese país, pues ante todo mayas y aztecas cultivaron la danza con gran fervor y creatividad, sino que también la danza mexicana se ha venido enriqueciendo con las experiencias de otras regiones del globo. Incluso hay que señalar que un gran bailarín y coreógrafo mexicano como José Limón, radicado en Estados Unidos, también ha marcado la danza moderna mundial. 

En la primera mitad del siglo XX, la danza mexicana experimentó un impulso poderoso gracias a la labor de destacadas figuras que, a través de su desempeño personal en la danza, mediante labor coreográfica de gran valor o a través del magisterio, aportaron diversas renovaciones. Me refiero, por ejemplo, a Ana Sokolow, Nelly Campobello, Guillermina Bravo, bailarinas con quienes colaboraron de un modo u otro diversos intelectuales y artistas, algunos refugiados españoles como el destacado escritor José Bergamín y el compositor Rodolfo Halffter, o el chispeante cómico Antonio Palacios.

Federico Castro, coreógrafo mexicano, impartiendo clases.
Federico Castro, coreógrafo mexicano, impartiendo clases. | Imagen: Cortesía de Federico Castro

También es imprescindible recordar una figura extraordinaria, como el maestro, coreógrafo y bailarín Guillermo Arriaga (quien se incorporaría más tarde, en la década del cincuenta), entre muchos otros artistas, como Waldeen von Falkenstein, el pintor Antonio Ruiz, así como creadores que, desde otras esferas creativas, como el teatro (piénsese en Seki Sano) e incluso en la Historia del Arte, como el crítico José Rojas Garcidueñas o el extraordinario pintor Diego Rivera, contribuyeron a la excelente formación de los protagonistas de la danza moderna en México

Asimismo, también participaron ejecutivos del mundo de la cultura mexicana, como Celestino Gorostiza y Armando de María y Campos. Entre todos fraguaron el proyecto extraordinario de crear la danza moderna en el país azteca. Así se llegó al 9 de enero de 1940 al estreno histórico del Grupo de Danzas Clásicas y Modernas. Muy pronto, con la denominación de Ballet de Bellas Artes, el flamante grupo se asoció al icónico Teatro de Bellas Artes: un nuevo capítulo de la cultura mexicana y aun latinoamericana se iniciaba. 

Los orígenes y el éxito de Federico Castro

José Federico Castro Castillo, de nombre artístico Federico Castro, en una etapa posterior, habría de incorporarse al fecundo trabajo de la danza mexicana. Nacido en el Estado de México, en el seno de una honrada y tradicional familia mexicana, su formación profesional primera fue como maestro, pero su vocación cabal desde sus años de juventud fue la danza. Como Guillermo Arriaga, Federico Castro se incorpora en una segunda oleada de artistas, para asociar su vida, hasta hoy, a la danza mexicana.

Su formación es envidiable y, por todos los conceptos, la de un maestro que tuvo la oportunidad y el talento de tener grandes modelos y colegas. Por ello su currículum está jalonado por nombres legendarios y grupos históricos con los que aprendió o fueron sus colegas de creación: Waldeen, Guillermina Bravo, Rodolfo Arana Grupo, Josefina Lavalle, Eva Robledo. Conoció con profundidad la técnica Martha Graham, la de José Limón, pero igual se sumergió en la técnica de Merce Cunningham.

"Su voluntad de saber forjó en él una cultura de anchos márgenes, cuyo epicentro es la danza, pero que se proyecta hacia el teatro o la música."

No le fueron extraños David Wood, Robert Coham, Helen McGehee, Ethel Winter, Bertram Ross ni Yuriko Kikuchi. Observó en vivo y estudió danza en Indonesia, pero sin dejar de asomarse con cuidado y entusiasmo a la danza francesa, ni conocer la técnica Graham en su núcleo neoyorquino, ni mucho menos ignorar, a pesar de su pasión por la danza moderna, la grandeza del ballet clásico. Fue maestro de danza en su patria, pero también en Cuba y otras regiones.  Lo mismo estudió técnicas de iluminación para la danza, que temas profundos de pedagogía. Su voluntad de saber, por tanto, forjó en él una cultura de anchos márgenes, cuyo epicentro es la danza, claro está, pero que se proyecta hacia el teatro o la música de Bach, los problemas de género en la contemporaneidad o la violencia como mal sicosocial.

Decenas de sus coreografías dan fe de su inagotable talento en este sentido, (muchas en México y otras fuera de su país, como en Cuba, donde también recibió reconocimientos artísticos y académicos) muestran a un coreógrafo dueño de lenguajes diversos, capaz de atreverse ya sea con temáticas nacionalistas y folclóricas enraizadas en su cultura natal, como con temas de aliento universal. Uno y diverso, Federico es incansable, multidiverso, mexicanísimo, pero al mismo tiempo dueño de tópicos humanos de total eternidad.

Ensayo de Federico Castro y otros bailarines.
Ensayo de Federico Castro y otros bailarines. | Imagen: Cortesía de Federico Castro

Su lenguaje danzario personal se asienta en la sobriedad, la energía fluyente, el dominio total del cuerpo humano como instrumento expresivo. Ni el color, ni el exceso de luz, ni el brillo perecedero del vestuario o la escenografía lo han cegado nunca: lo humano esencial, el movimiento entrañable, el señorío absoluto de la elegancia del gesto, han sido siempre el sello cabal de sus creaciones. 

Así ha ido amasando su tesoro danzario personal, su personalísima manera de decir a través de un cuerpo de baile. Tal vez en ello radica la fuerza de composiciones como La portentosa vida de la muerte: Federico domina con total señorío las paradojas y contradicciones, no de la danza solamente, sino del quehacer humano. El secreto de su permanencia en el gran escenario de la danza mexicana y aun latinoamericana estriba precisamente en su curiosidad, que a veces se diría de puro niño artista, por los contrastes, las ambivalencias y las sorpresas eternas que la vida nos depara.

"Federico Castro, ensimismado en la danza, no presta atención a la difusión internacional de su labor: está absorbido por la creación en sí."

Nada de dogmatismos en su labor creativa, nada de pereza en su creación, nada de facilismos: un artista enamorado no de sí mismo (ese riesgo de tantos mediocres fracasados), sino de la posibilidad magnética de mantenerse vivo, indagando impenitente en la existencia. No es casual que alguna vez su coreografía rindiera fe de amor a la Naturaleza… y a Vivaldi, ese genial barroco obsesionado con la fluencia de la vida más pura y sin afeites. Federico rindió tributo, como no, al inmortal italiano. Como el autor de Estaciones, este infatigable artista mexicano no tiene preferencias por un sector del año: la primavera, el verano, el otoño o el invierno lo han enamorado siempre, en una juventud creativa que explican la perpetua juventud de su sensibilidad y su labor.

Sus obras han trascendido el México natal, para ser apreciada en Suiza y los Estados Unidos; en Polonia y España, Finlandia y Cuba, China e Italia, los cuatro puntos cardinales, en fin. Hay coreógrafos diminutos fascinados consigo mismos en un pueblito de provincias cualquiera. Federico Castro, ensimismado en la danza en sí y por sí, no presta atención a la difusión internacional de su labor: está absorbido por la creación en sí.

Reconocimientos y logros de Federico Castro

Su país sabe qué deuda ha contraído con este creador insomne. Y ha sido agradecida con este hombre cuya vida es la danza. Las distinciones y homenajes otorgados lo atestiguan: miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte, reconocimiento a la “Labor Artística y Coreográfica” otorgado por la Sociedad de Coreógrafos de México, Premio Nacional "José Limón", Presea “Raúl Flores Canelo” por trayectoria como coreógrafo y maestro, otorgado por la Sociedad Mexicana de Coreógrafos, Gran Orden de Honor Nacional al mérito autoral otorgado por el Instituto Nacional del Derecho de Autor, homenajeado por el Instituto Nacional de Bellas Artes en reconocimiento su trayectoria  como bailarín, coreógrafo y maestro de danza en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes. 

Y un reconocimiento muy sensible por lo que significa: la Academia de la Danza Mexicana denomina una de sus aulas con el nombre del maestro Federico Castro en reconocimiento a su trayectoria y contribuciones al  gremio de la danza mexicana en general, y a su labor dentro de la escuela en particular.

Federico Castro, coréografo y bailarín mexicano.
Federico Castro, coréografo y bailarín mexicano. | Imagen: Cortesía de Federico Castro

El mundo sigue los pasos de la gratitud de México. La Universidad de las Artes de La Habana lo nombtra profesor "Profesor Invitado". Se publican las fotografías de la coreografía La Vida Genera Danza, incluidas en la “International Encyclopedia of Dance”, editado por la Oxford University Press. Se publica el libro Federico Castro: del Origen de la Danza a la Danza Contemporánea en México de Ana Cristina Medellín, en España  por Editorial Académica.

Y sin embargo ninguno de esos reconocimientos vale tanto como el hecho de que sigue creando coreografías, formando bailarines y coreógrafos jóvenes. México, en efecto, sigue danzando con Federico Castro, artista de interminable fuerza, joven eterno de la escena y el arte de América Latina.

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Luis Álvarez

Luis Álvarez Álvarez

(Camagüey, 1951). Poeta, crítico literario e investigador cubano. Es Doctor en Ciencias (2001) y Doctor en Ciencias Filológicas (1989), ambos por la Universidad de La Habana, donde trabajó durante varios años. Distinguido con el Premio Nacional de Literatura (2017) y miembro de honor de la Fundación Nicolás Guillén (2019).

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