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En mi casa ni muerta

Mujeres atadas sobre la vía pública(performance). Foto: Dunia Cordero
Imagen: Dunia Cordero Amador

Chicho Morales es el propietario de una de las mejores fincas de Ranchuelos. Por algo. Desde que su tatarabuelo Don Anastasio Álvarez la adquirió le puso por nombre La Taza de Oro.

Lola, la esposa de Chicho, era extremadamente orgullosa. Por tanto, no es de extrañar que Dulce, la única hija del matrimonio, tuviera que afinar la puntería a la hora de seleccionar pareja, porque de no elegir al hombre que se aviniera a las exigencias de su madre, podía traerle no pocas dificultades.

Pepito, el hijo de Chelo Durán, al igual que su papá, ejercía como desmochador de palmas. Dulce, que le rendía culto a su nombre, era novia del joven a escondidas, y se veía con este en distintos puntos de la finca. Para desdicha de la muchacha, el destino quiso que de buenas a primeras dejara de menstruar, lo que auguraba el comienzo de la tempestad. Durante los primeros meses no despertó sospecha alguna, pues la falta de apetito y las constancias náuseas se las achacaron a ciertos brotes de trastornos estomacales que azotaban la zona.

Cuando la barriga comenzó a hacerse notar, Dulce fue secretamente donde Petra, la vecina, para que esta le comprara una faja en Morón.

—Ay, Dulce, mi hija, ¿por qué no se lo dices a tu madre? —le aconsejaba la sorprendida mujer—, es que eso no se puede ocultar.

La faja, en la medida que pasaba el tiempo, a duras penas podía ocultar aquella panza. Para desgracia de Dulce, una tarde su madre entró inesperadamente al cuarto y descubrió el secreto.

—Ay, Dios mío, si estás casi al parir. No, si no lo puedo creer, deja que tu papá lo sepa. Tienes que estar loca. ¿Quién es el padre? ¡¿quién?!, ojalá no sea el que yo me imagino.

Chicho, que se jactaba de ser un hombre sereno, al conocer la noticia destrozó el espejo de la cómoda de un manotazo. Acto seguido, se llevó las manos al pecho y se desplomó en el piso, completamente desfallecido.

A los gritos de Lola, no solo acudió Dulce, sino también buena parte del vecindario. El caso es que Chicho, luego de recuperar el conocimiento y la fuerza suficientes expulsó a su hija de la casa en presencia de un grupo de curiosos.

Dulce, anegada en llanto, recogió sus pertenencias y fue a alojarse a casa de Petra, su mejor amiga. Ésta, en vez de darle ánimo, la deprimía aún más, culpándola de todo. Incluso, le llegó a decir, que si Chicho o Lola hacían cualquier disparate, ella llevaría para siempre ese cargo de conciencia.

La reprimenda de su amiga fue tal que la joven, desesperada, se tomó un frasco de tinta rápida con la complicidad de la noche.

En la madrugada del siguiente día, Ramón, el esposo de Petra, fue donde Chicho con la noticia de que ésta se había quitado la vida. Al decirle que iban a traer el cadáver para velarlo allí, el padre se mostró más intransigente que nunca.

—Mira, yo no sé por qué has venido. ¿Es que tú no sabes que desde ayer no tengo hija? Esa tal Dulce, ni muerta puede venir a esta casa. Así que vayan a velarla a otra parte o bótenla por ahí. Me da igual.

(Tomado de: Alas Tensas, revista feminista cubana, no. 2, noviembre 2016: www.alastensas.wordpress.com)

Rigoberto Fernández Castillo

Rigoberto Fernández Castillo en la revista Árbol Invertido

(Sancti Spíritus, Cuba, 1956). Poeta, narrador e investigador. Reside desde 1981 en el poblado de Chambas, provincia Ciego de Ávila. Trabajó mucho tiempo como Analista de Investigación Cultural en la Dirección Municipal de Cultura. Por muchos años ha venido estudiando a los poetas populares, repentistas y tonadistas de su comunidad. Publicó los libros Meditaciones de Caín (Ed. Ávila, 2001) y Confesiones del escriba (Ed. Ávila, 2005). Ha obtenido varios premios provinciales y nacionales, entre los que se destaca el segundo lugar en el concurso nacional de poesía Regino Pedroso (2002).

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