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Gago, el diseñador de La Trocha

Construcción de La Trocha. Dibujo antiguo

“Tengo la misión de concluir la guerra”, dijo con prepotencia Valeriano Weyler y Nicolau, en La Habana, cuando llegó a principios del mes de febrero de 1896 para sustituir al Capitán General del gobierno colonial en la Isla, Arsenio Martínez Campos. Luego agregó que en dos años culminaría el conflicto. Para cumplir su misión consideró que era, de primer orden, refortificar la Trocha de Júcaro a Morón:

 

[...] me proponía buscar la manera de encerrar á Maceo en la provincia de Pinar del Río y procurar batir al enemigo sucesivamente de Occidente á Oriente, hasta llegar á la trocha que pensaban construir de Júcaro a Morón y laguna de la Leche hasta la costa Norte, utilizando siempre para aquel plan los accidentes del terreno, ríos, líneas férreas, etc., proponiéndome hacer aquella trocha infranqueable, para de este modo limitar la insurrección á la parte del Camagüey y Departamento Oriental [...]1

 

Para dirigir la colosal construcción seleccionó al Comandante Ingeniero militar José Gago y Palomo, quien había servido bajo sus órdenes en la guerra de Filipinas. Allí demostró su capacidad al erigir la trocha de Tukuran y el poblado fortificado de Parang-Parang, entre otras obras. Weyler dio seguimiento permanente a la evolución de su mandato, garantizó el suministro de todos los recursos necesarios, y dos veces, en abril y mayo de 1897, recorrió el enclave para comprobar si se cumplían a cabalidad sus indicaciones.

Según los datos aportados por la escritora española Eva Canel, José Gago estudió, sin concluir, la carrera de Derecho, y luego terminó la de medicina. Ejerció como galeno en Granada, pero su verdadera vocación eran las edificaciones militares. A los 26 años se entregó a estos estudios.

En 1879 fue destinado al Regimiento montado de Ferrocarriles y telégrafos, después al 2do. Regimiento de Zapadores. Más tarde se desempeñó como jefe de la comandancia de Melilla. En Filipinas sirvió desde 1885. Fue allí donde Weyler le encargó, en 1889, la construcción de 31 kilómetros de trocha de Yucarán.

Al ser nombrado Capitán General, Weyler viajó a La Habana acompañado de Gago, designado su Ayudante. Estaban aún en el azaroso viaje marítimo cuando le develó la idea de levantar la Trocha. El Comandante, en 1898, divulgó en la revista madrileña Memorial del Ingenieros del Ejército, un informe donde narró de manera minuciosa el desarrollo de la compleja empresa y su descripción técnica. Reproducimos este testimonio excepcional:

 

TROCHA DEL JÚCARO

Por: José Gago (arquitecto militar español)

La construcción de la trocha del Júcaro estaba resuelta por el general Weyler antes de embarcar para Cuba. Las trochas son sencillamente líneas de bloqueo, que se destinan á interceptar el paso de víveres, municiones y demás recursos que generalmente se emplean para atacar puntos aislados, obligándoles á agotar sus medios de subsistencia y defensa, sin permitirles reponerlos.

Hasta ahora á ninguna nación más que á China se le ha ocurrido presentar al enemigo una línea continua á lo largo de un territorio, porque los ejércitos regulares combaten en grandes masas y esa línea necesitaría un personal numerosísimo y una organización costosísima para tener en cada punto la resistencia suficiente para rechazar el ataque. Los ejércitos regulares llevan consigo grande impedimenta, para cuyo transporte no pueden emplear sino las principales vías de comunicación, y no tiene objeto ocupar pasos que no se han de utilizar. De las campañas modernas, el paso de los Alpes por Napoleón, sorprendiendo á los austríacos que no le esperaban por tal sitio, es una maniobra que se conserva en la historia como altamente excepcional.

Los ejércitos regulares, que por su número y organización no pueden vivir sobre el país, necesitan á toda costa conservar sus comunicaciones y no pueden rebasar las líneas del adversario, dejándolo á las espaldas, sin antes batirlo, por lo cual no tiene objeto una línea continua. Por último, todas las maniobras estratégicas de un ejército regular, tienen siempre por objetivo el campo de batalla.

En la guerra de Cuba nunca sucedió así. El enemigo jamás se reunió en grandes masas, sino en casos excepcionales, para dar un golpe de mano y disgregarse después en pequeños grupos resueltos á no combatir, que pudieran vivir sobre el país y marchar sin impedimenta. No necesitaban, por lo tanto, líneas de comunicaciones.

En las guerras regulares, la extensión del teatro de operaciones es casi indiferente, mientras que es de importancia capital en guerras como la de Cuba, y el limitar el terreno, es el objeto de las trochas. Aislando una parte de terreno más ó menos grande, y acumulando en ella los elementos necesarios, será posible obligar al enemigo á combatir, mientras que no lo será si se le deja la isla entera para moverse.

De aquí que las trochas no sólo fuesen útiles, sino hasta necesarias en la guerra de Cuba, á no ser que España hubiera ocupado militarmente todo el territorio, para lo que hubiera necesitado un ejército difícil de prefijar, pero seguramente enorme.

Hemos dicho que una trocha es una línea de bloqueo, y que éstas tienen por objeto impedir el paso de recursos y elementos; el de una ó varias personas, ninguna influencia puede ejercer en la situación de los que estén aislados; además, un hombre pasa por cualquier parte; un preso se escapa, y es sabido que Gambetta cruzó las líneas del bloqueo de París en un globo.

La trocha de Júcaro, además del objeto militar, venía á llenar otro político. La parte oriental de la isla, por el terreno y los habitantes, es completamente distinta de la occidental, y si la trocha hubiese existido al principio de la guerra, la irrupción de Maceo y Máximo Gómez, al frente de grandes masas de insurrectos, en la parte occidental, no se hubiese verificado, y sin esta circunstancia esa parte de la isla, más culta, más trabajadora y más rica que la oriental, no se hubiera comprometido fácilmente en aventuras. Esta trocha debió existir de un modo permanente para impedir que lo que se fraguara en una parte de la isla trascendiese desde luego y sin dificultad á la otra. Así lo comprendía el general Weyler, y bajo ese concepto se formuló el plan y se ejecutaron las obras, las cuales, por lo tanto, no se ejecutaron según diferentes criterios particulares, sino según uno sólo, que fué el del general en jefe.

Vamos ahora á examinar la organización de esta trocha.

A la llegada del general Weyler no existían vestigios de la trocha antigua;2 sólo se encontraban á lo largo de la vía férrea, en dos ó tres puntos á lo sumo, restos de cimentación de edificios de mampostería, de planta cuadrada del metro, 50 de lado, cuyo destino no se concibe fuese otro que el de los abrigos para escucha actuales, pero teniendo la mitad de superficie que estos últimos.

Estos restos no se han utilizado ni aun para aprovechar los materiales, por su exigua cantidad. En el transcurso de la guerra actual se habían construido, para protección de las obras de arte de la vía, algunas defensas, que han sido destruidas después de la ejecución del plan del general Weyler, así como los campamentos de materiales ligeros de Domínguez, Colonias, Redonda, Sánchez, Piedra y Jicoteita y otros construidos durante los trabajos para alojamiento de las tropas.

El plan del general Weyler abarcó dos clases de obras: las permanentes, que debían subsistir durante la paz, y las pasajeras, que sólo prestarían servicio durante la guerra.

Las principales entre las primeras y base de la defensa y vigilancia, eran las torres que luego describiremos, de las que debía construirse una en cada kilómetro de la línea. La guarnición de estas torres, en tiempo de paz, sería sólo de dos ó tres hombres para su cuidado.

Cada 10 kilómetros se construiría un cuartel con carácter defensivo para cabecera de compañía, donde se alojaría la que tuviese á su cargo las diez torres correspondientes al tramo, y por último, en cada una de las líneas del Norte y del Sur se construiría un cuartel con alojamiento para dos compañías completas, que serviría de cabecera de batallón para alojamiento del que tuviera á su cargo cada una de las líneas.

Todas estas obras, según hemos dicho, debían ser de carácter permanente y no se las bautizó con los nombres de costumbre, sino que todas se designaron por el número que marcaba su situación en la línea; así las torres fueron designadas con el número del kilómetro en que se habían de emplazar, desde la torre 1 hasta la torre 68, por ser éste el número de kilómetros de la línea. Para emplazamiento de los cuarteles cabecera de compañía se eligieron los puntos medios de la distancia entre las torres, cuya cifra terminaba en 5 y 6, es decir, los kilómetros 15 ½ y 25½, etc. Para los edificios cabecera de batallón de la línea Sur se eligió el kilómetro 15½, formando parte de él la cabecera de compañía del mismo punto, y para el de la línea Norte se eligió en las mismas condiciones el kilómetro 45½ .

Estas obras, que debían subsistir durante la paz, eran desde luego insuficientes durante la guerra, aun suponiendo verificada la tala ó chapeo necesario para que las torres se viesen y vigilasen el espacio intermedio. Fue, pues, necesario emplear otras obras ó elementos complementarios de carácter eventual ó pasajero y se pensó cerrar los espacios entre las torres por medio de cinco líneas de torpedos, sistema Pfund- Schmit, que se colocarían dentro de un rombo, cuyos lados se formarían con una cerca de alambre para impedir la entrada de los ganados; los extremos de la diagonal mayor de ese rombo estarían en las torres, y la menor tendría 100 metros de longitud, donde se acumularían mayor número de torpedos, por ser la máxima distancia de las torres, y en las cinco líneas que hemos dicho se colocarían al tresbolillo. Para completar la vigilancia se dotaría á las torres de una garita elevada, donde se colocaría un centinela, y se instalaría un aparato proyector de luz para iluminar la zona correspondiente á cada torre.

Era necesario también prever el caso de un ataque decidido por parte del enemigo y disponer los medios de defensa activa que este caso requería. La guarnición de las torres se fijó en doce hombres, aunque para combatir podían contener muchos más, como después veremos, siendo insuficientes las cabeceras de compañías para contener la fuerza indispensable para acudir á un punto dado en caso de ataque, por lo cual se construyeron barracones para alojamiento de tropas, bajo la protección del cuartel, al cual siempre se confiaba la defensa estableciendo sólo en su perímetro obstáculos y defensas accesorias, como alambres de cerca, carriles viejos, etc., utilizando los materiales disponibles. La distancia de 10 kilómetros que había de separar estos campamentos podía obligar á las tropas á recorrer cinco para acudir al punto atacado, distancia que se consideró excesiva, por lo que se proyectaron á la mitad de esa distancia otros campamentos de materiales ligeros; pero como estos campamentos carecían de reducto interior, papel que desempeñaba en los primeros el cuartel defensivo, fué necesario defender el perímetro con un parapeto de tierras con revestimiento interior de fuerte estacada de jiquí (madera fuerte de la isla), con tambores flanqueantes en los dos extremos de una diagonal, cubiertos de materiales ligeros para establecimiento de una guardia, reduciendo el interior al mínimo con capacidad para 260 hombres, si bien en caso necesario pueden alojarse bastantes más. El emplazamiento de estos campamentos se eligió en los kilómetros cuya cifra termina en 0 ½, es decir, en los kilómetros 10 ½, 20 ½, 30 ½, etc., y de este modo la máxima distancia que la tropa tendría que recorrer para acudir al punto atacado sería la de 2 kilómetros y medio, lo que se haría con rapidez y sin fatigar con exceso al soldado; desde este momento la llegada de tropas sería continua, hasta acumular las que fuesen necesarias, utilizando la vía férrea desde el momento en que el material de la vía estuviese disponible. Para imprimir la mayor velocidad á toda disposición y tener noticia inmediata de cualquier suceso, se proyectó también dotar á la línea de una red telefónica completa, estableciendo un aparato telefónico en cada torre, enlazando cada cinco de éstas con el campamento correspondiente y con el inmediato, permitiendo esta doble comunicación que quedase asegurada, aun cuando por un accidente cualquiera se interrumpiese una de ellas. Otra doble línea, con aparatos magnetos de mayor energía, dejaba asegurada la comunicación de todos los campamentos entre sí y con las poblaciones de Jácaro, Ciego de Ávila y Morón. De este modo el jefe de un tramo cualquiera tendría inmediato conocimiento de cualquier suceso y podría transmitirlo en seguida al comandante general de la trocha, cualquiera que fuese el punto de la línea donde éste se encontrase, y éste, á su vez, podría mandar á la vez desde cualquier punto de la línea todas las fuerzas de la misma, como si estuviesen á su alcance.

Por último, las circunstancias de no cruzar la trocha ninguna vía de agua ni existir en ella manantial alguno, hacían del abastecimiento de agua una cuestión grave; los pozos que existían, tanto en las poblaciones como en lo demás de la línea, en el campo, se agotaban durante la estación de secas, porque al construirlos, á medida que se profundizaba aumentaban las filtraciones, y cuando éstas llegaban á ser suficientes para entorpecer el trabajo, los obreros lo abandonaban sin alcanzar la capa de agua permanente y potable, por lo que se decidió emplear el sistema de pozos tubulares, instalando uno en cada campamento y donde las necesidades del servicio lo reclamasen.

Tal era el plan aprobado por el general Weyler en marzo de 1896, y en abril salió un oficial de ingenieros para Europa, comisionado para adquirir el material de la red telefónica de las torres, los 4500 torpedos que se necesitaban y el material de iluminación, sin señalar sistema ni casa determinada, sino en los torpedos, como se ha dicho.

En los proyectores de luz se marcó la condición de que se había de leer un manuscrito á 500 metros del foco, distancia que se consideró como límite de acción; pues separadas las torres 1 kilómetro, correspondía la mitad de esta distancia á cada una. Esta consideración movió á dictar la medida de emplear los campamentos en los puntos medios de los kilómetros, pues colocados en los límites de acción de cada torre, no entorpecían las funciones de ninguna, y por la misma causa se dispuso la desaparición de todo edificio emplazado en la esfera de acción de las torres, pues hubiera servido para interceptar los rayos luminosos, proyectando sobre el terreno una sombra perjudicial á la vigilancia.

(Tomado de Memorial de Ingenieros del Ejército, año LIII, No. VIII, Madrid, España, 1898, pp. 235-239. Aporte de José Antonio Quintana.)

 

1 Valeriano Weyler: Mi mando en Cuba, T. I, pp. 145-146.

2 La afirmación no es cierta porque la trocha fue rehabilitada en 1895, aunque su estado era precario.

José Antonio Quintana García

José Antonio Quintana, foto en revista Árbol Invertido

(Ciego de Ávila, 1970). Historiador, periodista y editor. Autor de 10 libros y coautor de 13. Entre sus obras sobresalen: Venezuela y la independencia de Cuba. 1868-1898, A paso vivo. Carlos Aponte en Cuba, Rocafuerte y la libertad de Cuba, Con el Che. Memoria del tiempo heroico y Desde la mitad del mundo. Textos suyos han sido publicados en Venezuela, Ecuador, Estados Unidos, Irlanda, República Dominicana y España. Ha colaborado con las publicaciones periódicas Videncia, El Historiador, La Tecla, Cuadernos para la emancipación (Venezuela), Patria Grande (Venezuela), SILAS (Irlanda), Maravillas (Ecuador), Diario El Correo (Ecuador), entre otras. En la actualidad es redactor y editor de la revista cultural Jubones, que fundó en Ecuador en el 2011. Es miembro de la UNEAC, la UPEC y la UNHIC.

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