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La Cita

Bultos de basura colgando. Foto: Francis Sánchez
Imagen: Francis Sánchez

Todo comenzó cuando tuvo acceso ilimitado a una computadora. Ahora podía ordenar sus libros por autores, temáticas, lugares y algo muy importante, intentaría ser escritor. Escribir, escribir su vida, plasmar sus vivencias más significativas y sobre todo resaltar el profundo amor que continuaba sintiendo por aquella hermosa niña que había conocido en su etapa de profesor, cuarenta años antes y que era la misma joven que había viajado a Italia llevada por sus padres. Desde allí, donde se había radicado, le había escrito dos o tres cartas, dicen que hermosas y únicas a lo largo de aquellos cuarenta años sin comunicación personal.

Cuentan que los amigos comentaron ante aquella dolorosa y absurda separación: “Es un amor imposible, un hado, una fuerza sobrenatural que maneja los acontecimientos”

Los más allegados le repetían a él, que no creía en nada y menos en la suerte, la providencia o el azar. El afirmaba que desde siempre le había rendido culto a la falta de fe. Y lo del signo y la buenaventura se lo dijeron, cuando en medio de la novela que escribía le llegó esa carta con aroma de perfume francés. La misiva era de ella, la remitía desde Venecia, contándole que volvía a La Habana, sola y para siempre y que quería verlo lo más pronto posible.

Dicen que sus amigos lo convencieron de que era el destino. Destino que estaba llegando así de pronto, para ayudarlo a terminar su novela. “Trayéndole un final feliz”, dijeron.

Entre todos le ayudaron a comprobar, con entusiasmo y por fin, con esa suma de años “Que toda la vida es una insignificante partícula en esta gran cosmogonía tan parecida a una película. Que dios está allí sentado en su trono como en un cine mirando el mundo. Como nosotros mirando la película del sábado”.

“Pero el asiento que él usa tiene unos botones en sus brazos y la película, mejor dicho, la vida misma, se va proyectando, casi de forma imperceptible para los protagonistas, hasta que llega un momento en que hay que elegir. Así cada determinado tiempo se presenta una opción y es por eso que los seres humanos siempre nos encontramos en constantes emergencias. Y es allí cuando se nos aparecen las opciones. El Supremo toca los botones, como un director que va eligiendo las escenas. Así de simple como tú con la computadora que con el mouse haces lo que quieres”. Le explicaron los amigos.

Esa carta recibida en la fase final de la novela que escribía, pesaba más que todos los años de incredulidad. Cuentan que en la última cuartilla, la más perfumada, ella le pedía que la esperara un lunes en Boyeros. Para ese día ya estaba medio loco. Dicen que cuando la vio salir del departamento de migración, el corazón le dio un vuelco y una intensa ola de calor inundó todo su ser. Que aturdido vio cómo ella corría a su encuentro sin importar los cuarenta años de distancia para reconocerlo, que todo el hermoso pelo ondeaba sobre sus inolvidables ojos de miel, que ella lo besó por primera vez en la vida, con un beso de mujer y que a él se le evaporó la sangre, se le paralizaron los músculos y se le desarticuló la voz. Que estuvieron en el rincón más apartado de la cafetería del bullicioso aeropuerto. Y que al final, casi al anochecer, ella le dijo: “Vayamos a un hotel a descansar esta noche, mañana ya veremos”.

Dicen que se lo dijo a él, a él que apenas le había tocado un pelo en el pueblito donde se conocieron y que quien sabe aquí y ahora, cuánto tiempo hubiera dejado pasar para pedírselo. Y que fueron esa noche a un viejo hotel de la avenida y que él tardó dos horas en salir del baño, con los ojos fijos en el espejo y un estremecimiento que le nublaba la razón. Que se animó y abrió la puerta, y que ya en la cama ella solo alcanzó a decir con un dulce acento italiano: “Por favor, déjame que apague la luz”. Y que extendió la mano…..y que, accidentalmente, tocó el cable de alto voltaje sin forro.

Cuentan que él ha perdido el juicio. Que el director del psiquiátrico le comentó a sus amigos que en una de las entrevistas, profiriendo gritos y lastimosos alaridos, luchando desesperadamente por librarse de la camisa de fuerza, pudo balbucear:

—iQuién no hubiera hecho lo mismo que yo! Salir desnudo por esas calles, y qué me importa si era Boyeros o Infanta, mirando al cielo y preguntando, clamando una sola interrogante y que me la contesten desde allá arriba.

Dicen todos que está loco. Yo digo que es mentira. O acaso no tengo el derecho de saber quién demonios manejó el ratón para desgraciarme la novela.

Servando Carvajal Moreno

Foto: escritor Servando Carvajal, en revista Árbol Invertido

(Punta Alegre, Ciego de Ávila, Cuba, 1944). Pescador y escritor. Ha vivido prácticamente toda su vida en el poblado costero de Punta Alegre. Narrador, y recopilador de la historia, leyendas y tradiciones de Punta Alegre. Ha publicado el libro de cuentos Proa al sol (Ed. Ávila, Ciego de Ávila, 2001) y la investigación Salina vs. Yeso (Ed. Ávila, 2009), sobre las fiestas de parrandas de Punta Alegre.

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