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Roberto Manzano y la poesía para niños (Entrevista)

Entrevista a Roberto Manzano, uno de los más influyentes críticos cubanos sobre la práctica y la teoría de la poesía para niños.

El poeta Roberto Manzano con su maleta. Foto: Francis Sánchez
Imagen: Francis Sánchez

Roberto Manzano es uno de los más influyentes críticos sobre la práctica y teoría de la poesía, ese misterio que se gesta dentro impone para él el desafío de describirlo con categorías ergonómicas. Su labor mantiene una tenacidad singular y los jóvenes poetas lo reconocen como una cátedra en la enseñanza de la poesía, de eso mágico que sucede y que muy pocos pueden explicarse. Estoy convencido de que la poesía para niños tiene esas mismas interioridades. Por ello ahondar en este universo hace particularmente útil la indagación en una zona de la que poco se habla, en virtud de demostrar que la lírica infantojuvenil no es un género menor y que se requiere un compromiso entrañable con el arte para dedicarse a escribir para este público y conquistarlo.

¿En su opinión existen diferencias entre el sujeto lírico de la poesía para niños y el de la poesía para adultos?

La poesía para niños en sentido general tiene las mismas leyes expresivas que la poesía para adultos, hay que plasmar una imagen, una vivencia. Esa vivencia hay que darle carácter imaginal, plasticidad y de la imagen que se ha plasmado deben ser extraídas las ideas que componen el poema, la pieza. Hay leyes universales que se refieren a la identidad lírica con presencia lo mismo en la poesía para adultos que en la destinada a los niños. Hay leyes de carácter formal que también tienen permanencia en los dos predios. La única diferencia sería que la poesía para niños está adaptada a las particularidades del niño. Una adaptación comunicativa. La esencia trasmitida puede ser de carácter universal, incluso determinadas poesía líricas para niños que adquieren duración, se convierten en herencia de cultura y son de por sí antológicas y disfrutables tanto en el adulto como en el niño. Sin embargo la poesía para niños ha ido creando como vertientes de la poesía en general, sus propios cánones, sus maneras de plasmar y adaptar la comunicación al niño y ha ido acumulando experiencia. El que va a cultivar el verso para niños no puede dejar de atenderlas porque debe saber que hay determinados recursos y procedimientos que funcionan en la comunicación para niños mucho más que en la comunicación para adultos. Pero no necesariamente un poeta para niños tiene que permanecer en esos límites, e incluso una permanencia reducida a esos predios puede llevar que el poeta parezca que se aniña, que se vuelve sensiblero, ñoño e incurra en muchas de las críticas que se le ha hecho a la lírica infantil y que no se le hace a los grandes poemas para niños que tienen tal pureza comunicativa afín a cualquier público. Ahora bien, como el niño tiene un pensamiento imaginal muy desarrollado como primer sistema de pensamiento con el cual aprehende la realidad, después con el tiempo llega a niveles de abstracción, de conceptualización del mundo superiores, puede llegar a trabajar con categorías, puede llegar a entender principios filosóficos sobre la bases de la razón, pero los primeros movimientos de la conciencia infantil son de carácter plástico e imaginal y eso obliga a que el poeta se convierta en un profesor de los cinco sentidos; alguien que sintetice más, que vigorice más, lo plástico, lo sensible, lo imaginal para el niño, incluso lleva a que las improntas afectivas del niño estén reflejadas en los mecanismos de plasmación. Hay que antropologizarlo todo, es decir los objetos deben comportarse como humanos, los fenómenos naturales deben estar humanizados. Un bosque por ejemplo debe comportarse como un solo ser, de carácter humanoide, si el bosque es oscuro puede ser monstruoso y eso como criatura imaginal dice mucho a la mentalidad del hombre. Así, el bosque puede ser acogedor, pero puede ser terrífico, se humaniza como ogro, como divinidad, como héroe, se antropologiza como ocurre en toda la poesía. Pero para los niños por estas razones de comunicación adecuada a sus características, pues se enfatiza en los rasgos antropológicos y adquieren una carnalidad que le es muy agradable a la imaginación del niño. Se le despierta así la sensibilidad frente a la palabra que la está comunicando porque la palabra es concreta, es material, está en la misma sintonía afectiva que él tiene para aprehender el mundo a esa edad. El poeta tiene que tener todos esos procedimientos comunicativos a tono con el receptor. Pero nada más que eso. Al niño se le puede hablar de todos los fenómenos de la realidad, de todos los aspectos de la conciencia humana que sean dables, que haya una necesidad social de hacerlo o que sea ético comunicarle. No puede decirse: estos son los temas, estas las formas y estas las palabras. Cualquier espíritu normativo, prescriptivo en el terreno de la poesía infantil lastra la comunicación con ellos.

Hay que olvidarse de todos los cánones que la práctica ha ido acumulando en el sentido de reducir sus terrenos expresivos o limitarla al uso de determinadas palabras, debe olvidar esa prescripción porque esa normatividad ya está empobreciendo la comunicación. Son válidas todas las palabras siempre que le den la carnalidad, la sensorialidad, el vigor de la concreción que la imaginación infantil puede captar por sus potencialidades.

Mirta Aguirre decía que toda poesía para niños era en el fondo didáctica, sin embargo cuando la mano del escritor descuida la sugerencia y enfatiza en el valor instrumental de la literatura para niños, esta pierde valores artísticos. Cómo establece la poesía para niños un equilibrio entre estos dos conceptos.

Lo didáctico pretende modificar la conducta por normas, mas ese no es el camino de la poesía porque ella no entra en el mundo interior de nadie por prescripciones sino porque al comunicársele el acto poético el lector visualice interiormente todo lo que se le está diciendo, se convierta en imágenes de acuerdo a la maestría de quien comunica y en esa vivencia va a ir la filosofía de acuerdo a la capacidad del poeta de comprimir en una imagen un saber ontológico, una aprehensión total de un pueblo, de una nación, de una época con un poder de síntesis envidiable que es lo que hace de la poesía pequeñas piezas y a veces un solo verso, de modo tal que encierra el universo en una imagen. Si fuera a través de conceptos, no ocurriera ese fenómenos de pensamiento. El escritor para niños tiene que ser una mentalidad muy fresca y muy libre. En la medida en que se sujete a normas y prescripciones ofrecerá productos mediocres y empobrecedores al niño.

Lo didáctico se puede trasmitir de dos formas: por vía conceptual y por vía plástico imaginal. Si el poeta siente el deseo de ser pedagógico de modificar conductas, le puede dar salida a esa utopía que será útil para la sociedad, pero de las dos vías tendrá que escoger obligatoriamente la plástico sensorial. Hay en el mundo actual escuelas de filosofía para niños. Por supuesto allí no se habla en términos categoriales, ni bajo el sistema hegeliano. Hay un teórico norteamericano de apellido Lignam que ha desarrollado excelentes novelas escritas para niños con el propósito para enseñar filosofías, demuestra que a partir de una anécdota, un simple diálogo entre el maestro y el niño de carácter presencial, imaginativo, cinematográfico se da una lección de filosofía, se enseña a razonar cuándo una premisa es falsa o no, se le explica los mecanismos de los silogismos. No con categorías, sino con imágenes.

Se le puede hablar del lápiz pero no para que el niño sea capaz de medir la calidad industrial o para que clasifique las propiedades del grafito. Eso se puede hacer en términos didácticos pero si el lápiz es parte de un poema hay que convertir al lápiz en un metáfora humana y hay que llenarlo de atributos y de una corporalidad humana de tal modo que él lo reciba con frescura como parte indispensable del mundo afectivo en que está viviendo.

El arte no trabaja con conceptos sino con imágenes y la poesía para niños es un arte que tiene que ser muy depurado y exquisito. Si hay algo que cuidar en la poesía para niños es la pureza imaginal, nada puede trasmitirse que sea puramente conceptual sino con la imagen. El bien y la belleza en el alma de un niño tienen correspondencia. La ética y la estética están fundidas.

No siempre la poesía cubana refleja el carácter alegre de su gente y existe una exclusión del elemento lúdico en el verso para niños ¿Cómo valora el elemento juego dentro de la lírica?

Toda la poesía del mundo tiene que tener carácter lúdico, poesía y juego es lo mismo para cualquier destinatario. Para los niños hay que poner un énfasis especial en el carácter lúdico pues ese factor no puede estar adelgazado que en los adultos puede estarlo a veces. Eso obliga a que el poeta haga suyo, recursos y procedimientos que tienen esa esencia, como la rima, las repeticiones, ciertos tipos de versos, los rejuegos lingüísticos. Decía Machado que la poesía es puro juego que termina en fuego. No puede quedarse tampoco en el juego por el juego, aunque puede haber momentos del juego por el juego. El papel de lo lúdico en el alma de un niño es esencial porque es su manera de entrar en la realidad, de conocer y operar la realidad. Muchas veces lo lúdico se restringe a generar un chiste y esa es la pobreza mayor. La poesía debe serlo en todos los planos: en el sonoro, en el semántico, en el léxico, en el contenido. A veces se olvida que la poesía es como un pastel de hojaldre y se trabaja nada más que en una capa y dejan sin trabajo artístico las restantes, esto descubre para un lector muy avezado la baja elaboración que tiene ese pastel. Cuando se han trabajado todas las capas uno tiene delante la sensación de un producto artístico acabado, extraordinario que te obliga a la alegría estética al ver un producto tan singularmente logrado. El niño siente la alegría estética pero no solo porque se le revele una gran idea. El niño necesite que todo el poema esté jugando también en todas sus capas ya sea con las palabras, los sonidos, las ideas o las estrofas.

¿Cree que para la poesía infantil el autor tiene el control cognitivo absoluto de lo que escribe o hay un elemento mágico que no puede descuidarse?

En la poesía tiene que haber un sector de realidad inteligible, retratado. Tiene que haber un sector de exploración en lo desconocido. Como dice el poema de Martí Se oye como que un paso más sube en la sombra, tiene que haber un pie en la luz y otro en la oscuridad. Con el pie en la luz la persona interpreta el mundo conocido, lo que conoce se le vuelve extraño y lo reconoce, pero lo conocido se le vuelve desconocido y lo conoce a mayor profundidad. Pero tiene que haber un pie que avance donde nadie ha pisado nunca. La frontera entre la luz y la sombra explica que de ahí para acá hay conocimiento y que del lado opuesto hay desconocimiento. La poesía tiene que confirmar algo en el alma humana pero también tiene que empujar esa alma a hurgar en la incertidumbre y entonces para ello hay que trasmitirle el misterio, una gota de misterio, de modo tal que se quede reflexionando profundamente en qué puede ser eso que no entiende. Eso puede ser a nivel subliminar no necesariamente en el plano consciente, que le va a generar una inquietud exploratoria. Una poesía que contenga esas dos cosas sí hace crecer en contraste con la que te mantiene dentro de las estatura normal y no te da un halón hacia el cielo no te hace crecer. La poesía tiene que tener el geotropismo positivo y negativo del árbol: Te hace crecer al fondo de la tierra y te hala hacia el cielo. Te lleva hacia depósitos oscuro y te quiere ascender hacía utopías, sueños y esperanzas.

Jorge Luís Peña Reyes

Jorge Luis Peña. Foto en revista Árbol Invertido

(Puerto Padre, Cuba, 1977). Licenciado en Educación en la especialidad de Biología. Periodista de la Emisora Radio Libertad en Puerto Padre. También ha trabajado como asesor y promotor literario, y ha escrito guiones para la televisión con temas de crítica artística y literaria. Además, ha impartido cursos de Literatura Hispanoamericana, Antropología y Redacción y estilo.  Escritor para niños. El crítico Enrique Pérez Díaz ha señalado: “es uno de los seres más éticos y llenos de valores humanos que conozco, un auténtico defensor de la infancia, sin pose alguna, la de un humilde soñador que desgrana versos o poéticas prosas para que los niños se encuentren en el instante mágico de una estrofa. El humor, la cubanía, pero también una gran imaginación presiden su obra”. Entre sus títulos publicados, se destacan: Donde el jején puso el huevo (poesía, Ed. El Mar y la Montaña, 2004), La corona del rey (cuento, Ed. Editorial Sanlope, 2005), ¿Oíste hablar del miedo? (Editorial Libressa, Ecuador, 2007), Las doce migajas (Editorial Gente Nueva), Vuelo crecido (Editora Abril, 2008).

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