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La imagen del gladiador: palabras cruzadas con Félix Sánchez

Félix Sánchez recibe el premio Alejo Carpentier
Félix Sánchez recibe el premio Alejo Carpentier
Imagen: Heriberto Machado Galiana

De Félix Sánchez siempre me impresiona su tamaño, el cual, ligado a sus zancadas colosales, le confiere un aire de cosaco, de alma errante, de guerrero listo para la batalla. Aunque detrás de la estatura, detrás de los ojos que brillan en las cuencas profundas, duerme un ser minúsculo, frágil, arrojadizo. Con este gigante dócil me dispongo a dialogar a propósito de su infatigable labor literaria, su entrega total a la escritura, que acaba de ser recompensada con el codiciado Premio Alejo Carpentier en el género de cuento, lauro conquistado con su libro “El corazón desnudo”. También a inquirir en las motivaciones que lo han arrastrado a esta “profesión” a veces enaltecida, a veces denigrada. Sirvan las palabras para llegar a la literatura, a su persona.

Te parecerá una pregunta tonta, lo sé, pero necesito conocer tu respuesta: ¿podrías vivir, existir como individuo, sin escribir?

Después de más de cuarenta años intentándolo, probando tomar para otros asuntos más pragmáticos y terrenales las horas del día y las noches, creo firmemente que no. Se trata de la fatalidad de todo artista; no saber bien adónde va, pero ir. No saber si el resultado final valdrá la pena, pero morir en esa cadena de intentos. No creo que nadie elige ser escritor, es a la inversa, la escritura se dice este será mío, este tendrá la misión de no dejarme morir, y ha quedado la suerte echada. No encuentro otro modo de explicarlo. Pero los ejemplos de la historia de la literatura lo confirman. Claro, hay algo que te hace creer que sí podrás. No conozco ningún caso de una persona que haya dedicado casi toda su vida a escribir y no haya logrado algo al menos decoroso. Es una pasión con una buena dosis de autosuficiencia: sí, yo podré, y si para lograrlo debo leer mucho, escribir mucho, robar tiempo a otras cosas, pues lo haré. También hay misterios en esto: casos de escritores que escribieron mejor cuando menos tiempo y condiciones tenían, y luego, con tranquilidad y bienestar no lograron nada. Estuve tres años en la URSS, haciendo vida de estudiante muy adulto, con mucho tiempo físico, y no escribí nada en ese tiempo. Mi máquina de escribir portátil viajó a allá con esa misión y terminó al servicio de las actas de las reuniones del grupo y de mis cartas para Cuba. Nunca escribí menos que en ese tiempo. Y no me sacaron de esa sequía ni la visita a la tumba de Tolstoi, ni la casa museo de Nikolai Ovstrovski, ni la papelería de Máximo Gorki.

¿Alguna vez has valorado otro medio de expresión ajeno a las palabras?

Estoy en ese grupo que probó en muchos campos del arte y terminó resignado a la palabra, con la conclusión de que es lo que mejor sabíamos hacer. Me gustaba mucho pintar y hasta cantar y actuar. Pero luego de algunas incursiones casi domésticas, de baja escala, asumí que eran como experiencias que necesitaba el escritor para conocer mejor el mundo, ejercicios para tener una visión más panorámica del arte, algo que la literatura demanda. Dentro de esa cultura general que debe tener el escritor, de las experiencias que lo ayudarán a enfrentar mejor su destino, creo que están esas experiencias en otros campos.

En tu escritura se refleja una honda preocupación por los avatares sociales en los que vive inmerso el cubano en particular y el individuo contemporáneo en sentido general. ¿Podrías decirme, si es que lo sabes, dónde está el germen de esta preocupación?

Para dar con el germen tendría que realizar una investigación de mí mismo que no me es posible. Una persona muy preocupada por su tiempo, por lo que le rodea, por la felicidad de sus contemporáneos, puede terminar convertido en luchador social, en periodista, en sociólogo, en político no convencional. Y también convertido en escritor. Creamos la categoría poesía social, novela social, para explicarnos eso. Esa preocupación que encuentras en mis textos no se trata de un propósito elegido de entre otros. En la medida que escribía iba encontrándome con esos problemas, esos personajes, y venían las historias sobre ellos, sobre su relación con la sociedad, con la historia. Y me fui moldeando, ajustando mi mirada a esos problemas. La sociedades todas se vuelven hoy absurdas, unas por unas razones y otras por otras, pero tienen eso de común. Y yo, que creí y creo en un mundo mejor, sufro con los absurdos, con todo aquello que huela a mentira, a demagogia. Son problemas, estos, diseminados por el universo, pero en mis historias siempre está mi país concreto, con su historia y sus sueños concretos. La literatura sirve para conocer al hombre, aunque su conclusión final sea: “no acabaré de conocerte completamente nunca”.

William Faulkner decía que un escritor necesitaba tres cosas: capacidad de observación, imaginación y experiencia. ¿Cuál de ellas nutre más tu escritura?

En estas tres cosas hay un orden, una proporción. Pero yo, puesto a elegir una respuesta me decidiría por la imaginación, ella es en última instancia la que puede convertir en arte, en universal, aquello que has observado y vivido. Lo observado y lo vivido es solo materia bruta. Creo que la imaginación es la que enlaza de verdad el mundo real con el arte, lo que determina el nacimiento lo mismo de un poema que de una sinfonía. Ella es como la que sintetiza a las otras categorías. Cuando hay imaginación se pueden escribir obras maestras habiendo vivido solo dieciocho años y observando día tras día la misma montaña y el mismo mar.

Piensa que te extirpan el sentido del humor. ¿Podrías escribir, pese a ello?

Me has dado una excelente idea, una sociedad donde de manera secreta se le extirpa a la gente el sentido del humor. No sé qué pasaría con todos ellos, pero a mí me enviaría a algún cargo importante desde el cual odiaría a la literatura y a los escritores. Ahora, ya en serio: no, no podría. Para mí el humor es uno de los modos más serios de reflejar la realidad. Todas las miradas científicas sobre la realidad acaban siendo unilaterales e incompletas, el humor, en cambio, hace una síntesis de esas miradas y puede, en una sola situación, decir más que un tratado de cien páginas.

Indistintamente has publicado diversos libros de cuentos y novelas. ¿Cuál de estos géneros es tu preferido?

El preferido mío no se sustenta en estadísticas. Lo mío con la novela es como ese amor imposible que perdura precisamente gracias a la imposibilidad. La novela sigue siendo el género mayor de la narrativa. Un novelista excelente tiene con dos o tres novelas, a veces con una. El cuentista sabe que con cuatro o cinco buenos cuentos no se llega a ninguna parte. Pero ya en mi caso sigo soñando y esbozando novelas, armando y desarmando sus decenas de páginas, y mientras el tiempo se prolonga pues escribo cuentos.

¿Tienes algún ritual o forma concreta de acercarte a la página en blanco?

Nada, pensar antes mucho, sentarme con al menos el comienzo y el final en la mente, y a veces solo con el comienzo y el tono. Todos los días, en el horario que la vida me dé. Últimamente anoto ideas, situaciones, que me parecen materia prima. Nada de ambientes especiales, ni rituales, ni vinos, esas cosas que parecen ser buenas para muchos (los que pueden). Eso sí, si hay una buena idea hay que correr a apresarla en su esencia, porque esas iluminaciones sabemos que no tienen modo de repetirse.

Recientemente has ganado el “Premio Alejo Carpentier” en el género de cuento, el cual se suma a tus premios “Cirilo Villaverde”, “Julio Cortázar”, “Guillermo Vidal”, entre muchos más, y te avala, sin duda, como uno de los escritores cubanos más premiados. ¿Cómo te tomó esta noticia? ¿Lo esperabas?

Un dilema ese “esperaba”, que tiene sus matices. Si no lo esperara no habría enviado al concurso. Envié en anteriores ocasiones y nada. Pero decir que lo esperaba porque creía merecerlo, porque tenía la vanidad de que el jurado no encontraría nada mejor que mi libro, sería mentir. Ah, eso sí, la noticia me tomó en dos pies y enseguida me dejó saltando en uno. Ningún autor lo ganó con más de sesenta y yo sabía que esa regularidad podía continuar, convertirse casi en ley.

¿De momento, cómo repercute este lauro en tu acontecer literario, humano y familiar?

Aquí hay para par de cuartillas. Pero lo haré muy breve. Mi familia y yo sentimos que no fueron vanos los días y los años más recientes de trabajo. Los amigos me felicitan y a los tontos que teorizan con esa fórmula fascista de que un artista que no se limita a su arte y se mete en otros asuntos sociales lo que quiere es ganar una notoriedad que palie su falta de resultados como creador, pues los imagino justamente desconcertados. El acontecer seguirá igual, es demasiado pesado él para moverlo yo con la palanca de un libro de cuentos que tal vez ni resulte lo que se espera tratándose de un premio como este.

Sé, por experiencia, que eres de los que siempre encuentra “un tiempo” para apoyar a los jóvenes, y no tan jóvenes, que se empeñan en la escritura. ¿Qué te mueve a hacerlo?

Empecé a escribir muy joven y recuerdo con mucha claridad los consejos, las acciones de ayuda, de apoyo, de aquellos escritores mayores que conocí. Solo doy continuidad a lo aprendido de ellos.

Aparte de escritor encomiable, también eres un polemista de primera línea. Yo creo que tienes un espíritu incansable, que eres todo un púgil, ¿tú qué crees?

Gracias por ese elogio desmedido. Me gusta lo de púgil, pero prefiero la imagen del gladiador. Debiéramos tener el verbo gladiar y hacer un buen uso de él. En los últimos años he meditado sobre qué soy realmente y he optado por considerarme un polemista que a falta de esa plaza en nuestra sociedad, una plaza sin embargo de tanta tradición en la historia de Cuba, pues ha aceptado la de narrador. Uno no solo hace lo que puede, sino también lo que se le posibilita ser.

Heriberto Machado Galiana

Escritor Heriberto Machado Galiana en la revista Árbol Invertido.

(Ciego de Ávila, 1987). Poeta y narrador. Licenciado en Estudios Socioculturales. Egresado del XIII Curso de Técnicas Narrativas del Centro Onelio Jorge Cardoso en 2011. Ha merecido los premios Poesía de Primavera (2011), Ernest Hemingway (2011), Mangle Rojo (2013), y Calendario (2015). Tiene publicados los poemarios Las horas inertes (Ed. Ávila, 2012), Acantilado(Ed. La Luz, Holguín, 2015), Nacido muerto (Ed. Abril, 2016) y el libro de cuentos El escribano (Ed. Ávila). Cuentos y poemas suyos aparecen publicados en diferentes selecciones de Cuba y el extranjero.

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