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La trocha de Júcaro a Morón. Memorias del ingeniero José Gago (II)

José Gago, diseñador de La Trocha

(Compilación y edición: José Antonio Quintana García)

Expuesto el plan primitivo, pasemos á exponer la historia de los trabajos. Desde luego se comprendió que si las torres se habían de construir por los medios ordinarios con la regla y la plomada, se necesitaría gran número de operarios hábiles, y por lo tanto costosos, y se había de invertir mucho tiempo. La circunstancia de tener que repetir el mismo trabajo gran número de veces, sugirió la idea de construir encofrados que sirviesen de molde á las mamposterías, cuya construcción ofreció contratiempos y dificultades, porque á pesar de emplearse carpinteros inteligentes, desconocían en absoluto esta clase de trabajo. Los encofrados costaron al Estado cerca de 4000 pesos, y esta cifra permite suponer lo que hubiesen costado las obras si en ellas se hubiese empleado la misma clase de operarios que en los encofrados; baste decir que en la trocha un obrero ordinario gana dos pesos y medio de jornal y si es de punta hasta cuatro pesos, es decir, la paga de un coronel en España. Por el sistema de encofrados, el único trabajo de cuidado era el armarlos, pues hecho esto, los soldados de ingenieros rellenaban los cajones de materiales y luego se desarmaban los encofrados para armarlos en otro punto; se hicieron encofrados para cinco torres.

La indicada repetición del trabajo, hizo pensar en organizar cuadrillas que repitiesen siempre el mismo en cada torre, y así se dispuso que la primera cuadrilla, una vez ejecutado su trabajo en el día, pasase á repetirlo al día siguiente en el kilómetro inmediato, siendo sustituida por la segunda que á su vez lo era por la tercera y así sucesivamente. La primera cuadrilla que ocupaba el terreno del emplazamiento, y por lo tanto no tenía protección alguna, iba acompañada de una compañía de infantería y llevaba consigo una caseta con cubierta de hierro galvanizado, que armaba á primera hora, dedicándose la infantería á formarle en el día un parapeto de tierra, dejándole una guarnición que permanecía en ella todo el tiempo que duraban los trabajos en aquel punto, y terminada la torre pasaba la guarnición á ocuparla, desarmándose la caseta, que era transportada y armada de nuevo en el kilómetro correspondiente. Las casetas construidas fueron 15, y cada una de ellas fué armada y desarmada cuatro ó cinco veces; cada uno de los encofrados sirvió para la construcción de 14 torres. No insistimos en la organización de estos trabajos; basta lo dicho para comprender que por este sistema había de iniciarse cada día el trabajo en un punto y terminarse completamente en otro, obteniéndose una velocidad de construcción de una torre por día, y así sin duda hubiera sucedido á no haber sufrido los trabajos frecuentes interrupciones por causas ajenas á este lugar.

También por estas causas no se pudieron emprender los trabajos en el campo hasta el mes de junio. En esta época se pudo disponer del batallón de Reus, que no alcanzando á despejar el terreno en la zona necesaria con la velocidad que marchaba el trabajo de las cuadrillas, tuvo que reducirse á despejar un radio de 50 metros próximamente en el emplazamiento dé las torres, que no pudo aumentarse á pesar de los grandes esfuerzos de los oficiales y tropa de Reus, que comprendían que esta superficie no era suficiente ni aun para obtener una relativa seguridad en las cuadrillas de trabajo. Esta deficiencia se compensó en parte con el celo y actividad de los oficiales encargados de las obras y con la no interrumpida vigilancia de la tropa, que no podía menos de comprender que en aquellas circunstancias el menor descuido la haría víctima de una sorpresa. Preciso es reconocer, sin embargo, que el no haber ocurrido contratiempos serios entonces, fué debido á la debilidad del enemigo. Los insurrectos nunca ejecutan un ataque á fondo, sino en sorpresas ó emboscadas, y en esas condiciones, aprovechando la confusión, se puede hacer mucho daño sin gran peligro.

Las dos ó tres intentonas que se ejecutaron en aquella época, fueron descubiertas á tiempo y los insurrectos comprendieron que, de avanzar, encontrarían una fuerza ordenada y dispuesta á una defensa desesperada, y como en esas condiciones el éxito suele comprarse caro, lo cual no entra en el programa de aquella gente, desistieron del ataque y se retiraron. Sólo con semejante enemigo se podían efectuar aquellos trabajos; pero como esto sólo podía saberse después que las cosas han pasado, aquella parte de los trabajos fue intranquila y azarosa, no sólo por lo dicho, sino por la falta de elementos, distraídos por los sucesos que entonces se desarrollaban en Pinar del Río, y por la falta de agua, pues hubo ocasiones de tener que transportar á la línea en los trenes 80 metros cúbicos para el consumo de la tropa y los trabajos.

En el mes de septiembre llegaron los tercios organizados por el general en jefe para aquellos trabajos, y este numeroso personal, que alcanzaba cerca de 9000 hombres, extendido sobre la línea, pudo activar considerablemente el chapeo ó tala; pero el mal estado sanitario que se desarrolló entonces, obligó á retirarlos en el mes de octubre, dejando el general en jefe sólo seis compañías. Sin embargo, en este corto tiempo despejaron una gran superficie, y las fuerzas que quedaron dedicadas á este trabajo fueron poco á poco completando una zona despejada de 300 metros de anchura á lo largo de la trocha.

En primeros de noviembre se terminaron las torres en número de 60 hasta Morón, no pudiéndose continuar por no haber vías de comunicación para el transporte de materiales.

Ya en esta fecha se supo que se habían empezado los ensayos de torpedos y luces. Este retraso era debido á nuestros interminables trámites reglamentarios, que exigieron diversas Reales ordenes y consultas, lo cual tendrá las ventajas que se quiera, pero tratándose de operaciones de guerra, el retraso que tales trámites ocasiona anula con creces todas las ventajas, por grandes y reconocidas que sean. El ensayo de los torpedos no dio el resultado que se deseaba y se decidió la construcción de espoletas eléctricas, de cuya confección se encargó la maestranza de artillería de la Habana. Las fuerzas de ingenieros se dedicaron entretanto al arreglo de la vía, que se hallaba muy próxima á no poder prestar servicio, y á la construcción de los cuarteles defensivos permanentes.

De este modo llegó el mes de diciembre y comprendiendo el jefe de la comandancia de ingenieros encargada de los trabajos, que el general en jefe podía tener alguna decepción en sus planes, á fines de dicho mes marchó á la Habana á conferenciar con él, exponiéndole que la construcción de las espoletas no podía marchar con la rapidez que las circunstancias exigían, y que no se tenía noticia de la llegada del material de luces, pero que aunque ésta fuera inmediata, su instalación había de exigir algún tiempo, de todo lo cual debía deducirse que, de emplearse aquellos medios, la trocha no podría prestar servicio en aquella temporada de secas. El general en jefe manifestó que pronto iba á emprender las operaciones hacia las Villas y que no podía dar más plazo para el cierre de la trocha que el mes de febrero del próximo año, por lo cual debía modificarse el plan en cuanto fuese necesario para obtener aquel resultado. En aquella misma entrevista quedó aprobado el nuevo plan; se prescindió en absoluto de los torpedos y no se contó por entonces con las luces para la vigilancia; se ordenó, para cerrar los espacios entre las torres, la construcción de una alambrada en una línea continua 10 metros á vanguardia de las torres, ó sea hacia Oriente, dejando un pequeño paso convenientemente dispuesto enfrente de cada torre; la construcción de un blookhaus en el punto medio de la distancia de las torres y en el espacio entre blockhaus y torre instalar tres abrigos para escuchas, que resultarían á 125 metros. El objeto de este número impar de abrigos fué el que cuando se instalasen las luces se pudiesen desguarnecer dos de los tres escuchas, dejando guarnecida solamente la central entre cada blockhaus y torre á 260 metros de estas obras. Por cable se comunicaron las órdenes á la comandancia para que las fuerzas suspendieran los trabajos que ejecutaban y se dedicasen á la preparación de materiales para las nuevas obras. Al día siguiente se contrataron 7000 rollos de alambre de púas para completar 10.000 con los que existían en la trocha; se contrataron 60 carpinteros en la Habana y un maestro para la apertura de los pozos, y el ingeniero comandante regresó á la trocha, donde llegó el 28 de diciembre.

Los 60 kilómetros de Júcaro á Morón, se dividieron en doce tramos de 6 kilómetros, confiándose los trabajos de cada tramo á una compañía de ingenieros.

En los quince primeros días del mes de enero de 1897 quedaron construidos en los talleres de ingenieros 75 blockhaus, los cuales fueron remitidos á las compañías para su instalación en los sitios correspondientes. Cinco compañías de infantería se dedicaron á cortar estacas para la alambrada para las compañías de ingenieros, que no podían proporcionarse este material.

Estos trabajos surgieron tan rápidamente, que sorprendieron á los insurrectos.

Una noche un convoy de estos, que iba á cruzar tranquilamente la trocha fué á dar sobre un blockhaus que no existía el día anterior; la guarnición se apercibió, le dejó acercarse y rompió el fuego con una descarga á corta distancia. Alguna vez los insurrectos habían de experimentar sus tretas por pasiva; su terror debió ser grande, pues al día siguiente se encontraron acémilas cargadas que pastaban tranquilamente, abandonadas por los insurrectos en su fuga.

Al terminar los trabajos, la falta de fuerzas impidió guarnecer las escuchas, de modo que entre blockhaus y torre el único obstáculo era la alambrada; una mañana se encontró en .ésta un caballo con su montura, inmóvil, tembloroso y con la piel en un estado deplorable; sin duda su jinete tropezó con la alambrada, y creyendo que se trataba de una simple cerca de alambre, confiado en las piernas de su caballo, que debía tenerlas buenas, é ignorando la tela de araña en que iba á caer, le obligó á saltar; no debió el jinete escapar tampoco muy bien librado, pues se encontraron en las púas de los alambres trozos de tela.

Algunos accidentes de esta naturaleza ocurrieron entonces, y los pacíficos de Ciego de Ávila manifestaron que los insurrectos preguntaban si había alguna parte de la línea que no estuviese cubierta por alambrada. Desde entonces no se han vuelto á ver vestigios de haber intentado el paso, ni un rastro de haberse aproximado á la línea.[1]

En principios de febrero quedó terminada la línea hasta Morón, y á medida que las compañías de ingenieros iban terminando, pasaba á hacerse cargo cada una del trabajo en un kilómetro del tramo de Morón á la laguna.[2]

Ya hemos dicho que no era posible la construcción de torres en este tramo, por la falta de vías para transporte de materiales, pues ni carretas ni aun acémilas podían transitar por el terreno, pantanoso; pero la necesidad de cerrar la trocha hizo substituir cada torre por un blockhaus, armado provisionalmente en la proximidad de su emplazamiento, substituyendo el parapeto de grava del blockhaus por un parapeto de tierras, quedando cerrada la trocha en el mes de febrero.

Durante la construcción de la alambrada se fueron también colocando los postes telefónicos para la línea de las torres, cuyo material se había ya recibido, y fué inmediatamente instalado, quedando completamente establecida la red telefónica.

También se recibió en el mes de enero el material de alumbrado, procediéndose en seguida á la construcción de edificios para fábrica de oxígeno, instalación de la máquina de compresión de este gas en los tubos, gasómetro y demás elementos necesarios para funcionamiento del alumbrado.

Entonces se dispuso la ocupación de la isla de Turiguanó. Los 3 kilómetros de pantano que rodean la laguna grande continúan hasta el mar por delante de la isla de Tariguanó; pero, como ocurre generalmente en estos casos, la orilla del mar es practicable, y la boca de la Ciénaga, desembocadura del estero que separa la tierra firme de Cuba de la isla citada, es vadeable, por lo que se ocupó con tres obras y con dos el punto denominado Manatí, por donde se temió que pudiera alcanzarse el vado.

También se ocupó con dos obras la desembocadura del estero del medio en la laguna grande, á pesar de que esta última ocupación se consideraba generalmente innecesaria, aun por el mismo propietario de la isla de Turiguanó señor Comesaña, á quien los insurrectos habían ocasionado grandes pérdidas, y por último, se establecieron los campamentos de Hato Principal, Sabana Grande y Ojo de Agua, cuyas fuerzas recorrían y vigilaban los esteros á la distancia que el terreno permite aproximarse.

En estas condiciones podrá algún atrevido atravesar los pantanos y los esteros exponiéndose seriamente á ser cogido al terminar su peligrosa excursión, pero se comprende que por esta vía no pueden ser transportados elementos de ninguna especie.

Terminada la trocha hasta la laguna se procedió á la construcción del terraplén de la vía de Morón á la laguna que quedó terminado el 20 de marzo, no sin grandes esfuerzos, pues hubo ocasiones en que los soldados trabajaban metidos en agua y fango hasta él pecho.

En seguida volvieron las compañías de ingenieros á continuar los trabajos de construcción de los cuarteles defensivos, destinados en la paz á cabecera de compañía en los kilómetros 5 y medio, y terminados éstos se dedicaron á la construcción de los campamentos provisionales de los kilómetros O y medio.

Apenas el terraplén construido hasta la laguna se enjugó, se empezó a tender la vía, y terminado esto se utilizó inmediatamente para transportar los materiales para las ocho torres que faltaban desde Morón á la laguna, la cuales se construyeron en junio, habiendo ofrecido serias dificultades las tres últimas, cimentadas sobre fango; sobre todo la 68, á la orilla de la laguna, punto en que se introdujo en el terreno por su propio peso una cabilla de hierro de algunos metros de longitud sin encontrar terreno sólido.

En esta fecha quedaron terminados los pozos tubulares, cuyas profundidades variaban de 20 á 30 metros, quedando dotado de uno cada campamento, habiéndose dotado también á cada uno de éstos de una planchita (tablero con ruedas) que se transportaba á brazo fácilmente sobre la vía, y por medio de ella cada campamento sé encargaba del suministro de las guarniciones de los 5 kilómetros correspondientes y los trenes no tenían que hacer paradas sino en los campamentos cuando era necesario.

En el mes de julio quedaron terminados todos los trabajos, á excepción de la estación del ferrocarril, á la orilla de la laguna, que por orden del general en jefe se denominó de San Fernando, y los edificios permanentes de los campamentos 15 y medio y 45 y medio, destinados, según hemos dicho, á cabecera de batallón. La fábrica de oxígeno, en Júcaro, se hallaba también dispuesta á prestar servicio.

El mes de agosto se dedicó al ensayo de todos los servicios y estudio de un reglamento para los mismos. Se organizó una compañía de ingenieros afecta al batallón de Ferrocarriles, que se encargó del servicio de teléfonos y proyectores de luz, destinándose dos telefonistas á cada estación en los campamentos, poblados y torres; los de estas últimas estaban á la vez encargados del manejo de los proyectores, quedando sólo á cargo del centinela el movimiento del aparato para arrojar la luz en el campo sobre el punto que se quisiera examinar. A pesar de tenerse que confiar estos servicios á soldados, las torpezas de los principiantes no dieron lugar sino á pequeños desperfectos de fácil remedio. Durante este mes las compañías de ingenieros no se dedicaron en su mayor parte á trabajos de la trocha, sino de la vía férrea.

En el mes de septiembre se hallaba terminada la estación de San Fernando y se solicitó y obtuvo la venia para inaugurar los servicios, quedando abierta al público la vía de Morón á la laguna.

En fin del mismo mes los edificios muy adelantados y estaban adquiridos y preparados todos los materiales para su terminación.

Hemos procurado abreviar lo posible la relación de estos trabajos, suprimiendo, para no cansar, la multitud de accidentes y dificultades que forzosamente se habían de presentar y se presentaron en obras tan extensas y precipitadas, pero aun la sola relación de éstas había de resultar larga y cansada. Daremos una idea de las obras.

En la foto: Ingeniero José Gago.

Fuente: Memorial de Ingenieros del Ejército, Madrid, España, septiembre 1898, pp. 265-270.

 

 

 

[1] N. del A.: Esta afirmación no se corresponde con la verdad. Numerosos destacamentos mambises pasaron el enclave, guiados por avileños conocedores del territorio. Sobresalieron, entre otros, Simón Reyes y Tranquilino Cervantes.

[2] N. del A: Laguna de la Leche.

José Antonio Quintana García

José Antonio Quintana, foto en revista Árbol Invertido

(Ciego de Ávila, 1970). Historiador, periodista y editor. Autor de 10 libros y coautor de 13. Entre sus obras sobresalen: Venezuela y la independencia de Cuba. 1868-1898, A paso vivo. Carlos Aponte en Cuba, Rocafuerte y la libertad de Cuba, Con el Che. Memoria del tiempo heroico y Desde la mitad del mundo. Textos suyos han sido publicados en Venezuela, Ecuador, Estados Unidos, Irlanda, República Dominicana y España. Ha colaborado con las publicaciones periódicas Videncia, El Historiador, La Tecla, Cuadernos para la emancipación (Venezuela), Patria Grande (Venezuela), SILAS (Irlanda), Maravillas (Ecuador), Diario El Correo (Ecuador), entre otras. En la actualidad es redactor y editor de la revista cultural Jubones, que fundó en Ecuador en el 2011. Es miembro de la UNEAC, la UPEC y la UNHIC.

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