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Manuel Díaz Martínez. Las muertes del iluso

El poeta Manuel Diaz Martinez visita Cuba
El poeta cubano Manuel Díaz Martínez, exiliado en Gran Canaria por más de veinte años

Él y yo nos parecemos. No del modo en que un hijo a un padre, sino desde el genoma de las circunstancias. Siento ser destinatario de algunas de sus preguntas: “quién toca las maderas que toqué, quién ve los resplandores que yo vi, quién vive las penumbras que viví, quién sueña en la ventana en que soñé”.

Muy joven para todo: para publicar, para la rebelión. Manuel Díaz Martínez ordeña los recuerdos entre verso y verso mientras envejece en Gran Canaria, su isla de repuesto.

Cuando Raúl Castro asumió la presidencia derogó trabas para que los cubanos viajaran libremente. No hace mucho se reimplantaron fórmulas similares a los mercados libres campesinos para estimular la producción agrícola. Cada visita papal saca de las rejas a presos por cargos políticos.

Esas cosas que hoy nadie reprocha y vemos con la normalidad de una lluvia de aerolitos, condenaron a Manuel en 1991. En un documento que él reconoce como “pacífico gesto de autonomía” el poeta añorante pedía al gobierno junto a otros intelectuales cubanos cambios para enfrentar el crack de los 90. Pero la llamada Carta de los Diez “adquirió la calidad de una insurrección”.

A la ciudad de Las Palmas llegan lloviznas de ayer: fue diplomático de la Revolución, defendió a los barbudos desde un diario comunista, estudió en el extranjero gracias a una beca gubernamental… Manuel se siente un iluso cuando merodea el recuerdo. Pero de aquella ilusión salió el hombre que es.   

Era un adolescente cuando lo expulsan del bachillerato por oponerse a la dictadura de Fulgencio Batista. La experiencia de sentir un sistema en tu contra, a una edad tan temprana, tiende a calcificar el carácter, el modo de ver la vida cambia. Usted ha hablado poco de ese episodio…

—En el Instituto de Segunda Enseñanza de La Víbora, donde yo estudiaba cuando Batista dio el golpe de Estado de 1952, un grupo reducido de estudiantes creamos, con el apoyo de unos pocos profesores, una organización estudiantil que titulamos Círculo de Estudios Martianos.

Con este nombre académico pretendíamos disimular lo que nos proponíamos: estimular, entre docentes y alumnos, la resistencia ideológica a la nueva dictadura. Para ello teníamos un programa de conferencias y debates sobre el pensamiento político de Martí y otros próceres demócratas e independentistas cubanos.

Pudimos hacer solo el acto de fundación, que se celebró en el teatro del Instituto. En él fuimos acompañados por muchos estudiantes y unos cuantos profesores. Entre estos estuvo el historiador Fernando Portuondo, que hizo uso de la palabra, y el catedrático de Literatura Cubana Salvador Bueno, que permaneció en el público. También estuvo, en la presidencia, el biógrafo español de Martí Manuel Isidro Méndez.

Pronto hubo chivatos del régimen en el Instituto y, un día, los dirigentes del Círculo fuimos llamados, uno a uno, al rectorado, donde el nuevo rector, el doctor Blanco, batistiano, nos esperaba con un documento en el que renunciábamos a nuestras actividades políticas en el Instituto.

A quienes rehusamos firmarlo nos fue negada la matrícula para el siguiente curso, por lo cual quedábamos expulsados del Instituto.

Al podar su poesía en selecciones como Objetos personales (2012) deja afuera Frutos dispersos (1956) y Soledad y otros temas (1957). Eso señala que el estruendo del 59 tuvo un peso significativo en su obra, ¿o es que la madurez poética llegaba con la edad irremediablemente?

—Mis libros Soledad y otros temas y Frutos dispersos, los primeros que me atreví a publicar, son prehistoria de poeta.

Considero que mi obra la inicia El amor como ella, un poema de amor en el que ya se siente, como dice usted, “el estruendo del 59”: “Yo grito y amo aquí,/ en medio de los fusiles dispuestos/ y los emblemas sonoros de la multitud”.

Tampoco incluí en Objetos personales, por considerarla todavía “verde”, una parte de Los caminos. Quise que Objetos personales fuera un libro referencial de lo más representativo de mi trabajo.

La hornada de autores a la que pertenece, ¿por qué hizo de lo coloquial una línea estética?

—Una década atrás hablaba del tema y decía que mi generación de poetas se interesó vivamente por “las tribulaciones de la vida de los demás” y se propuso “humanizar el canto” (cito palabras de Milosz). 

En la década de los 50, en el marco de la poesía cubana, esto venía a significar alejarse de Lezama y Orígenes, y acercarse a Piñera y Ciclón. En primer lugar, porque nuestro país, que se revolvía contra la dictadura de Batista, había entrado en un proceso revolucionario y los jóvenes poetas que nos comprometimos con dicho proceso buscamos para nuestro mensaje, dirigido a los “nómadas del valle”, un idioma directo, todo lo directo y transparente que la comunicación poética permitiera.

Así, reaccionando contra el barroquismo, nos hicimos coloquialistas para “humanizar el canto”.

Entre las pugnas ideológicas más encarnizadas dentro de los años 60 cuenta la del semanario Lunes de Revolución con el diario Hoy, de cuyo suplemento cultural usted era jefe de redacción. ¿Cómo se vivía al interior de la publicación el enfrentamiento?

—Se vivió con pasión partidista.

Puesto que las anécdotas, como las imágenes, valen por mil palabras, contaré que en París, en 1960, le hice una entrevista al gran poeta español Blas de Otero y la envié a Lunes… para quedar bien con Guillermo Cabrera Infante, quien en reiteradas ocasiones me había pedido una colaboración para su magazine y yo le había prometido complacerlo.

Cuando la entrevista apareció en Lunes…, en mi periódico me reprocharon con dureza mi “deslealtad”, como si yo hubiese colaborado con la prensa enemiga.

Aquel estallido de celo sectario me resultaba incomprensible en esos momentos: ambos magazines, Hoy domingo y Lunes…, formaban parte de la prensa revolucionaria.

En 1971 el Caso Padilla polarizó a la intelectualidad latinoamericana respecto a la Revolución, y a lo interno resquebrajó la confianza entre el mando barbudo y los autores cubanos. César López me comentaba que es un capítulo sobre el que no se ha escrito toda la verdad. Si le encargaran contarlo para las futuras generaciones, ¿qué detalles, desde sus vivencias personales, no dejaría de mencionar?

—En mi libro Sólo un leve rasguño en la solapa, publicado en España en 2002, expongo detalladamente todo cuanto sé del Caso Padilla, y lo que sé es lo que viví como miembro del jurado que premió el libro de Heberto.

No me sorprendería que haya algo más, pero lo ignoro. Hay, eso sí, un incidente que para mí sigue siendo un enigma. En aquellos días yo era el jefe de redacción de La Gaceta de Cuba, puesto del que fui destituido inmediatamente después de votar por Fuera del juego, el libro del conflicto.

La tarde que volví a mi despacho en la Unión de Escritores (UNEAC) para recoger mis pertenencias, encontré entornada la puerta (yo siempre la dejaba cerrada con llave) y un espeluznante desorden en el local. Sobre los libros y papeles tirados en el suelo, y sañudamente pisoteados, y sobre la máquina de escribir habían vertido la cola de maquetar el periódico.

Llamé en el acto al administrador de la UNEAC, Bienvenido Suárez, para que viera aquello y diera parte a la policía. Nunca supe nada más de ese sabotaje. Supongo que fue hecho para que se me culpara de él.

Entre el 61 y el 67, cuando Vivir es eso recibe mención en el Casa de las Américas y se lleva el primer Premio UNEAC de Poesía, publica seis libros. De 1969 hasta 2001 no hay otro título. ¿Qué ocurrió con su voz en esos más de 30 años?

—El Caso Padilla comienza en el concurso literario de la UNEAC de 1968. Ese mismo año fui involucrado en el proceso de la llamada “microfacción” y condenado a no poder ejercer, durante tres años, ningún cargo ejecutivo político, administrativo o militar. Además, me separaron del jurado del premio de Poesía de la UNEAC.

Recurrí la sanción ante el Comité Central del Partido, y este dictaminó que yo me reincorporara al jurado de la UNEAC y me quedara en La Gaceta de Cuba como simple redactor. Desde ese momento no se me permitió publicar nada, salvo en La Gaceta, donde aparecieron algunos textos periodísticos míos, pero sin mi firma.

En 1984, dieciséis años después, me “rehabilitan” y Ediciones Unión publica mi libro Mientras traza su curva el pez de fuego, y un año más tarde la editorial Letras Cubanas publica mi antología Poesía inconclusa y, en 1989, El carro de los mortales.

El último libro aparecido en Cuba antes de mi salida al exilio es la antología Alcándara, publicado por la UNEAC en 1991.

Fuera de Paso a nivel (2005), pareciera que el arroyo de la poesía se ha secado en usted. ¿Qué le diría a los que creen eso?

Les diría que están mal informados.

Desde 1992, año en que llegué a España, he publicado libros de poemas. Memorias para el invierno, por ejemplo, obtuvo el Premio de Poesía Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria 1995; y Paso a nivel salió por la Editorial Verbum en 2005.

En estos momentos está en proceso editorial mi poemario En La Isleta y estoy a punto de entregar al editor Cantos y cuentos (poemas y narraciones).

A su juicio, ¿qué condenó la Declaración de los Diez? La he leído y me parece un documento moderado, aunque atrevido para la época de acantonamiento en la isla tras el derrumbe del bloque comunista.

—La Carta de los Diez es un pliego de peticiones dirigido, desde Cuba y por ciudadanos cubanos, al gobierno y al partido que gobierna.

En ella demandamos de nuestras autoridades, determinadas actuaciones políticas y administrativas que considerábamos pertinentes en vista de la crisis en que entraba el país.

¿Es cierto que el pronuciamiento de la UNEAC contra la Carta incluía firmas de intelectuales ya fallecidos?

—Recuerdo que entre los firmantes del pronunciamiento de la UNEAC, publicado en el periódico del Partido el 17 de junio de 1991, se incluyó al pintor Mariano Rodríguez, fallecido en 1990.

Por cierto, también aparece el pintor Alberto Jorge Carol, quien, en carta que me envió niega haber firmado.

¿En qué momento exacto decide dejar Cuba?

—Poco después de conocerse la Carta de los Diez, la poetisa María Elena Cruz Varela, promotora de esa iniciativa y dirigente de una organización política de la oposición cubana, y su hija, entonces menor de edad, fueron víctimas, en su casa, de una agresión física muy violenta por parte de miembros del Comité de Defensa de la Revolución del barrio donde ellas vivían.

Sin embargo, fue la poetisa y opositora agredida la condenada por un juez y encarcelada. A mí, por firmar la Carta, me dejaron sin trabajo, me expulsaron de la Unión de Escritores y de la de Periodistas y me acusaron, en el principal periódico del gobierno, de ser traidor a mi país y agente de una potencia enemiga.

Es obvio que había llegado el momento de ir con mi familia a vivir a otra parte.

Algunos lo interpretan como una negación de todo lo que fue. Usted, que fue becario en La Sorbonne a través del gobierno revolucionario, lo representó diplomáticamente en la Bulgaria comunista, e ingresó al Partido Socialista Popular en 1959, ¿qué experimenta internamente con ese giro de tuercas?

—Si, en cualquier circunstancia, los gobernantes de un país interpretan un documento moderado como “un giro de tuerca” y reaccionan como ocurrió en mi caso, es que en ese país la libertad tiene un grave problema.

Lo sucedido con la Carta de los Diez acabó de convencerme de que yo estaba equivocado. Y cuando uno descubre que está errado y rectifica, deja de ser lo que fue: un iluso.

(Las Palmas de Gran Canaria-La Habana, abril 2016.)*

 

*Esta entrevista es parte del libro Los hijos del diluvio, Áncoras Ediciones, Isla de la Juventud, 2016.

 

 

 

 

Yoe Suárez

Yoe Suárez

(La Habana, 1990) Autor de los libros de no ficción La otra isla (Finalista Beca Michael Jacobs 2016 e International Book Latino Award 2019), En esta ribera mi cuerpo (Mención Premio Casa de las Américas 2018), El soplo del demonio. Violencia y pandillerismo en La Habana (2018), llevado al mediometraje documental Punkie. Coordinó Espectros (2016), primera antología de periodismo narrativo cubano. Traducido al inglés y al italiano. Premio de Reportajes Editorial Hypermedia 2017 y  2018. Publicó en Newsweek, Univisión, Vice, El Español. Fue corresponsal del canal estadounidense CBN News. Documentalista. Cuentos suyos fueron llevados al audiovisual, y varios reportajes al cómic en el libro Quiebre de espíritu. Aparece en antologías de poesía y ensayo dentro y fuera de Cuba.

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